Colima: su gente y sus oficios


En una Relaci�n escrita en 1744, el capit�n Juan de Montenegro nos presenta el panorama demogr�fico de Colima: 322 familias de espa�oles y mestizos, 15 familias de mulatos, y 22 de indios labor�os, "todos los cuales tienen sus casas dentro de la expresada Villa". Y agregaba que el principal "fruto que sirve de comercio a esta rep�blica y los pueblos de su jurisdicci�n es la sal", en tanto que hab�a "venido a decadencia total el trato y comercio del vino de coco", que se fabricaba en "las haciendas que tienen los espa�oles e indios" de la provincia, por haberlo prohibido el virrey duque de Alburquerque (1701-1711), industria y comercio que, al decir del capit�n Montenegro, "ayudaba mucho a el trato y contrato de esta Rep�blica, en la que no hay ninguna especie de metales".

Bas�ndose en esta Relaci�n, a�os despu�s Jos� Antonio de Villase�or y S�nchez publicaba su obra Theatro Americano (1748). Aqu� se nos describe a Colima como una villa que "en su latitud y longitud es proporcionada, y moderada en sus edificios". De San Francisco de Almoloyan, se dice que su poblaci�n ind�gena trabaja en la siembra del frijol y del ma�z, "por lo est�ril de su recinto". De Comala se asegura que es rep�blica de indios con gobernador, quienes se dedican al cultivo de sus propias tierras. Cerca de aqu� se halla Zacualpan, que Villase�or remonta a la falda del Volc�n de Colima, y no dice en qu� trabajan sus naturales, aunque el capit�n Montenegro en su Relaci�n informaba que se ocupaban en hacer ximotlales, lo cual sin duda no entendi� el ocean�grafo de la Nueva Espa�a. Los ind�genas de Juluapan ocupan su tiempo en hacer esteras o petates de carrizo, cortes de madera y quemar carb�n para el consumo de la capital.

En las inmediaciones del volc�n, situado en fr�o temperamento, se registraba el pueblo de Quizalapa, cuyos naturales se dedicaban a la pesca, que consiguen en el r�o Grande, que corre junto a la poblaci�n. Nagualapa, por el contrario, es de temperamento c�lido, y de ambiente malsano por la abundancia de los mosquitos. Sus habitantes estaban dedicados a cortar la madera y sembrar ma�z. En su jurisdicci�n hab�a varias haciendas de coco, cuyo fruto vend�an en otras jurisdicciones. De los naturales de Coquimatl�n con su sujeto Zinacantepec se dec�a que comerciaban en el beneficio de la sal, y que cultivaban sus huertas para producir varias especias de frutas.

Caxitl�n, a la saz�n, a�n conservaba su enjundia: "tiene Iglesia Parroquial con cura cl�rigo y un vicario, que dan el pasto espiritual a sus feligreses". En sus alrededores hay haciendas de palmas de coco y algunas cr�as de ganado mayor. Sujeto a Caxitl�n, y a dos leguas, est� el pueblo de Tecom�n; escribe Villase�or que Tecom�n ten�a "su gobernador por ser rep�blica separada, y no tienen m�s trato que el beneficio de la sal".

Entre los pueblos de naturales, destaca sin duda Ixtlahuac�n, cabecera de partido y rep�blica de indios con su gobernador; ten�a iglesia parroquial con un cura cl�rigo "del idioma mexicano".

Seg�n la informaci�n de Juan de Montenegro, sus pobladores se ocupaban en sembrar ma�z de temporal y hacer sal. Justamente por la sal y las tierras, Ixtlahuac�n y Tecom�n se enzarzaron en interminable pleito que se extiende por decenas de a�os. De Ixtlahuac�n depend�an Tamala y Cuautl�n, �ste con gobernador y alcaldes de su rep�blica. Gracias a un r�o que las fertiliza, huertas "de una y otra banda" que producen frutas y hortalizas, ma�z y frijol, alcanz�ndoles el tiempo para tejer esteras. Por el rumbo se encuentran seis haciendas con palmares de cocos. Tanto los naturales de Tamala como los de Cuautl�n, seg�n informaba Montenegro, llegada la temporada de la zafra, acud�an al beneficio de la sal "en algunas salinas propias que tienen".

Xilotl�n, pueblo que confinaba con la alcald�a de Piz�ndaro y Tanc�taro, era atendido por el cura de Tepalcatepec, situado entre cerros. En esta rep�blica de indios con gobernador propio, los naturales laboraban en el cultivo de sus tierras, de las que lograban cosechas abundantes de arroz, ma�z y frijol. En sus contornos hab�a algunas cr�as de ganado mayor, propiedad de varias haciendas que estaban distantes del pueblo a dos, tres y cuatro leguas.

Por �ltimo, al otro extremo del territorio de Colima y mirando al mar, tras caminar 38 leguas, se llegaba al peque�o pueblo de Totolmaloya, con apenas cuatro familias de indios que sumaban un total de 32 personas y que eran atendidas espiritualmente por un franciscano de la doctrina de Tuxcacuesco. La actividad principal de estos naturales era hacer de centinelas en la bah�a de Salagua para dar aviso cuando cruzaba por aquella costa el gale�n de China hacia el puerto de Acapulco. Muy cerca de Totolmaloya, apenas a media legua, se hallaba la hacienda de ganado mayor nombrada Miraflores, pegada al cerro de la Centinela, que miraba al mar; ah� viv�an una familia espa�ola, seis de mestizos y nueve de negros y mulatos.

En suma, Colima y su provincia —ya bastante recortada de lo que fuera en el siglo XVI— ten�an una sociedad muy poco numerosa ocupada en diversas granjer�as, entre las cuales pueden destacar la palma de coco, el ma�z, el frijol, frutas y hortalizas de la regi�n, algo de arroz y escasas industrias: un vino de coco en total decadencia, unos cuantos trapiches, varias haciendas que por el n�mero de personas dedicadas a su cuidado —seg�n las cifras proporcionadas— deb�an tener magros rendimientos, algunas cr�as de ganado aqu� y all� y el importante beneficio de las salinas. Por consiguiente, una econom�a quiz� estable pero de escaso desarrollo y una cansina monoton�a en lo cotidiano.

Los datos, pues, no ofrecen por lo menos tintes optimistas o avisos de riesgo. Tres a�os despu�s, la informaci�n nos dar� una interesante sorpresa. En efecto, en 1752 se elabor� una brev�sima Descripci�n del distrito de Colima, que forma parte de un largo expediente remitido desde M�xico por el conde de Revillagigedo al rey a consecuencia de haberse visto en las costas de la Mar del Sur un par de nav�os holandeses en 1747 y 1748, a�o este �ltimo en el que, a la altura de los parajes llamados el Guayabal y Tecu�n, salinas pertenecientes a Colima, arrib� hecha pedazos una lancha al comando de un capit�n holand�s que con 14 hombres ven�an a hacer aguada y provisi�n para su nav�o, siendo de inmediato apresados. Incidentes corno �stos motivaron que la Corona solicitara en 1750 un estudio acerca de la oportunidad de erigir una gobernaci�n aut�noma sobre la franja costera para defenderla de eventuales ataques corsarios. De constituirse tal gobernaci�n, habr�a de estar integrada por las provincias de Motines, Colima, Zapotl�n, Sayula, Amula, Villa de Purificaci�n, Autl�n, Etzatl�n, Acaponeta, Tepic y Sentispac. La persona encargada de elaborar el proyecto fue el coronel Juan Eusebio Gallo de Pardi�as, castellano del fuerte de San Diego de Acapulco, de quien previsiblemente depender�a tal gobernaci�n de aprobarse el proyecto. Sin embargo, �ste nunca se hizo realidad.

Pues bien, seg�n la Descripci�n de 1752, que recoge las cifras de un padr�n levantado tres a�os antes, su vecindario se compon�a de 1 302 familias: 506 de espa�oles, mestizos y mulatos, y 796 familias de naturales, tributando un total de 846 indios, cifras pr�cticamente iguales a las aportadas por la Relaci�n del capit�n Juan de Montenegro. Este padr�n de 1749, con respecto a los n�meros de Montenegro y Villase�or, proporciona un dato que, como se dijo l�neas atr�s, es importante destacar: el explosivo ingrediente de la presencia de "doscientos y siete mulatos vagos". Un considerable caldo de cultivo para desestabilizar el territorio.

Y ya que venimos hablando de poblaci�n, a nuestro juicio un fen�meno important�simo que de alg�n modo afect� en profundidad a la Villa de Colima y su provincia fue la dureza con la que algunas epidemias golpearon a los pueblos de la comarca por indicar algunas fechas, baste se�alar que en 1725 la provincia fue desolada diezmando principalmente los pueblos de Coatl�n y Nagualapa; en 1737, la gran epidemia del matlaz�huatl asol� los m�s de los pueblos del reino; diez a�os m�s tarde, en 1747, hubo un brote agudo de sarampi�n; en 1752, de nuevo, el matlaz�huatl vino de regreso para hacer estragos; todav�a en 1779 aparece la viruela y con trabajos se sofoca; a�n azotaba �sta cuando el tabardillo vino de visita otra vez en 1780; todav�a en 1798, una segunda epidemia de viruela hizo acto de presencia por estas tierras.

Todo ello hac�a ver que hacia 1776-1777, la situaci�n de los naturales desde a�os antes ya ven�a siendo de "deplorable decadencia". Y un efecto m�s que tal desolaci�n causaba era que al tiempo que abandonaban sus tierras y poblados, en lugar de pasar al Real Patrimonio, iban entrando en posesi�n ilegal de �stas los vecinos de Zapotl�n, Contla, Tamazula y Colima, como antes se dijo. Por tanto, durante las d�cadas de los a�os cuarenta a ochenta, puede observarse este proceso de usurpaci�n de tierras realengas al mismo tiempo que la vida de los naturales se hac�a m�s indigente.

Por aquellas fechas era relativamente f�cil ocultar situaciones tan arbitrarias por dos factores: el primero, el descuido o la complicidad de los alcaldes mayores, ocupados "en las quimeras de la Villa"; el segundo, las necesidades de la Corona de conseguir recursos frescos para el sostenimiento de la Armada de Barlovento. En el caso espec�fico de esta regi�n, al decir de don Miguel Jos� P�rez Ponce de Le�n, "la provincia de Colima ha tenido en diversos tiempos dos composiciones, que creo que no llegan a 3 000 pesos, por las que poseen algunos de sus vecinos tierras y salinas"; es decir, bastaba pagar cierta cantidad de dineros contantes y sonantes para encubrir, con el benepl�cito de las autoridades locales, posesiones ilegales; adem�s del empobrecimiento y despojo de los naturales en estos dos rubros tan importantes —tierras y salinas—. Esto condujo a una dr�stica reducci�n del cobro de las alcabalas reales. Tambi�n hab�a un efecto inmediato: las grandes posesiones en tierras y salinas ten�an un decreciente nivel de aprovechamiento dada la escasa actividad econ�mica de las haciendas.

Al ser monopolizadas por pocos las tierras y salinas —y estos pocos destinar escasa mano de obra al beneficio de las mismas—, la producci�n se desplom�. La soluci�n era abrir posibilidades de que, como escrib�a el alcalde mayor, "otros los cultiven, y todos a proporci�n sean beneficiados". En esta perspectiva aconsejaba que era oportuno discernir a qui�n pertenec�an tales tierras y salinas y, logrado este objetivo, sin duda habr�a un evidente beneficio para el Real Patrimonio porque �ste, al recuperar lo suyo, podr�a vender entonces los pozos de sal.

De lo visto hasta aqu� podemos destacar los siguientes elementos: en los tres primeros cuartos del siglo XVII, la Villa de Colima y su provincia padecen en l�neas generales un decaimiento tanto en su desarrollo econ�mico como en poblaci�n ind�gena. Los principales factores fueron, de un lado, la deplorable situaci�n de los naturales agravada tambi�n a ra�z de las epidemias y del consiguiente abandono de sus tierras y poblados; por otro lado, el despojo, en algunos casos, y la usurpaci�n por los vecinos espa�oles de estas posesiones que, cuando eran abandonadas por los naturales, deb�an haber pasado al Real Patrimonio.

Adem�s de este proceso de apropiaci�n y dilataci�n de la propiedad particular que da origen y refuerza el latifundismo local, la producci�n se desplomaba y el encarecimiento de los frutos se hac�a presente en detrimento del com�n y de los naturales.

Con toda seguridad al restringirse la actividad econ�mica en salinas y haciendas, surgi� el fen�meno del paro y, por ende, creci� el n�mero de "vagos" o desocupados. La cifra dada por el padr�n de 1749 era muy elocuente: "doscientos y siete mulatos vagos", n�mero que pudo ir subiendo con los a�os. J�ntese a ello la corrupci�n de la Justicia y el regimiento de la villa, en manos de unos pocos notables que, por si fuera poco, detentaban el poder econ�mico y hab�an obtenido mediante peque�as composiciones, seg�n el informe rendido por el alcalde mayor P�rez Ponce de Le�n, los t�tulos de propiedad sobre tierras y salinas, comprando por a�adidura oficios y beneficios para cerrar cualquier posibilidad a terceros, afectando as� al comercio, al com�n y al Patrimonio Real.

Teniendo en cuenta este panorama, sospechamos que durante la mayor parte del siglo XVII la marginaci�n caracter�stica de la Villa de Colima y su provincia se hizo m�s aguda, pero con un signo marcadamente negativo. Si durante los dos siglos anteriores tal lejan�a result� en cierto modo ben�fica para su desarrollo y estabilidad social, a lo largo del siglo XVII el aislamiento provocaba la aparici�n del latifundio, el desplome de la producci�n, el doloroso abandono de los ind�genas, el absoluto control pol�tico y econ�mico por los principales vecinos sobre el cabildo y la impartici�n de la justicia, el gran n�mero de desempleados y, como s�ntoma evidente de la crisis, un acelerado aumento de la delincuencia, entre otros rasgos.

Tan desolador panorama de mediados de siglo coincide en buena medida con las informaciones recabadas por el obispo de Michoac�n don Pedro Anselmo S�nchez de Tagle, en 1760-1761 y 1765, de las parroquias bajo su jurisdicci�n. Entre �stas hallamos los datos relativos a la Villa de Colima, San Francisco Almoloyan, Caxitl�n, Tecom�n e Ixtlahuac�n. Como bien lo observa �scar Maz�n, la situaci�n general reinante en el obispado michoacano —y tambi�n en la provincia de Colima— era de "decadencia en la producci�n" y de "malestar social generalizado".


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