Conspiraci�n de las rep�blicas de indios


Sin embargo, entre aquellos vecinos surg�a la duda frente a la interpretaci�n dada al bando oficial porque a sus o�dos hab�a llegado la noticia de que el movimiento insurgente lo capitaneaba su antiguo p�rroco don Miguel Hidalgo, quien —sab�an— no pod�a prestarse a los devaneos de Napole�n. Las reacciones no tardaron en aparecer. El 6 de octubre el alcalde de San Francisco Almoloyan envi� por cordillera un recado a las rep�blicas de indios de Comala, Zacualpan, Coquimatl�n, Tecom�n, Tamala, Ixtlahuac�n y Cuatl�n.

El alcalde de Zacualpan remiti� el Citatorio convocando a los indios de Juluapan por un correo que lleg� a las dos de la tarde del d�a 8 a las Casas Reales de este pueblo. All� estaba a la saz�n el espa�ol Jos� Antonio Tapia, teniente de Justicia, quien pregunt� al alcalde del lugar, Pedro Juan Garc�a, si concurrir�a a la reuni�n de San Francisco. Como �ste le contest� afirmativamente, de inmediato dio aviso de ello al subdelegado pidi�ndole instrucciones, al entrar en sospecha de que los indios de Almoloyan pretend�an alguna sublevaci�n.

El subdelegado dict� �rdenes de aprehensi�n y, una vez en la c�rcel los sospechosos, notific� de los hechos a don Roque Abarca, anticipando su opini�n al respecto: "hasta ahora parece que va resultando sincero el hecho de la convocatoria". En efecto, aquella alarma movi� a los vecinos de San Francisco a proceder con urgencia porque tem�an un ataque inminente y no previeron las repercusiones que el hecho pudiera alcanzar, justamente por no dar cuenta previa al subdelegado. As� lo expres� la rep�blica de indios cuando pidi� que su alcalde y "adem�s hijos de este pueblo" fueran liberados de la c�rcel, lo cual tambi�n aval� su cura.

Aquel suceso previno al Ayuntamiento de Colima para tomar providencias. En sesi�n capitular, entre otras medidas, se aument� la vigilancia en los barrios. Pero Colima y su partido viv�an en zozobra, las �ltimas nuevas alarmaron m�s a sus autoridades. El 12 de octubre hubo una reuni�n extraordinaria a la que asistieron el subdelegado Linares, los alcaldes ordinarios Jos� Miguel Coronado y Jos� Valdovinos, el diputado Alejo de la Madrid, el s�ndico procurador Juan Cayetano de Anguiano. Por igual estuvieron presentes otros vecinos principales: Tom�s Bernardo de Quiroz, administrador de correos y diezmos, Fulgencio D�az Gonz�lez, Jos� Pascual D�az, Mart�n de Anguiano y Francisco Sol�rzano, del comercio local, y Jos� Rafael de Urs�a y Santiago de la plaza. Dio fe el escribano del cabildo, Jos� Villasana. Ah� se anunci�: "el ej�rcito enemigo de la Insurrecci�n" ha asaltado diversos pueblos, "saque�ndolos y desol�ndolos", y se acercaba por las inmediaciones de Zapotl�n el Grande pasando por Mazamitla. Urg�a poner al vecindario "en acci�n de defensa por si acaso a �l se inclinaren". Era preciso tomar de inmediato algunas providencias: entre ellas, que Mart�n Anguiano saliera a "Tecalitl�n, Tamazula, Zapotiltic, Tuxpan e inmediaciones", y que Tom�s Mart�nez del Campo se dirigiera "por el rumbo de las Barrancas hasta Tentic, o donde convenga".

Adem�s, por haber sido enviadas las milicias en auxilio de Guadalajara, Colima estaba inerme para contener cualquiera revoluci�n popular, justamente temible en las circunstancias del d�a". Para prevenirla se mand� organizar una fuerza de defensa interior de por lo menos 50 hombres. De ellos, 30 eran fusileros, arm�ndose en el modo posible de fusiles y escopetas que encontrar�an los vecinos, y de las lanzas que se hab�an mandado construir para el efecto. Los integrantes de esta fuerza deb�an mantenerse acuartelados, disciplinados y "prontos a cualquier hora que se necesiten".

El compromiso adquirido por el Ayuntamiento de Colima fue parco. Decidieron instruir al teniente de Tecalitl�n para que estuviera "ojo avizor" y, si era preciso, diera apoyo al subdelegado de Zapotl�n, pero nada m�s, porque para los capitulares "en la actualidad conviene meditar con preferente atenci�n y dictar las providencias que basten a contener las revoluciones del pueblo inferior y sus horribles consecuencias", en el propio partido de Colima. Por ello libraron �rdenes al comandante de la plaza para que pusiera un piquete de la infanter�a acuartelada a las puertas de la Real C�rcel como un acto de precauci�n de una fuga eventual de los presos, "favorecida acaso por el populacho", adem�s, para que organizara "un cuerpo de patrullas de vigilancia, compuesto de los vecinos honrados de esta villa".

Se trataba de evitar que tal gente, "vaga, ociosa y sin destino ni ocupaci�n", haga conferencias, convocatorias o tratados, "ni puedan reunirse, fomentar ni ejecutar una revoluci�n tumultuaria". Para ello, d�a y noche se deb�an alternar las patrullas de vigilancia, poniendo especial cuidado en las concurrencias o reuniones que de ordinario se formaban en la noche en la Plaza Mayor, en la Nueva, en las calles m�s transitables, en los trucos, billares y vinater�as; y en suma, que el cuidado y vigilancia fueran continuos de d�a y de noche, sin interrupci�n.

El cabildo y los notables, por consiguiente, ve�an quiz� el peligro mayor en el interior mismo de aquel vecindario. Sin embargo, comprendieron que tampoco se pod�a mantener un estado de sitio en aquella villa. Dos d�as despu�s se hac�a p�blica en Colima la censura eclesi�stica lanzada contra el cura Hidalgo y contra sus compa�eros de armas y cualesquiera que se alistaren bajo sus banderas. Con car�cter de urgencia qued� ese mismo d�a constituida la Junta Provisional de Gobierno, Seguridad y Defensa de la Villa de Colima.


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