La intervenci�n federal


El 16 de junio cerraba su segundo periodo de sesiones ordinarias la VIII Legislatura del Congreso local. Pero el gobernador toc� la llaga: "una cuesti�n a�eja entre el Poder Judicial y la llamada VII Legislatura fue motivo para que la C�mara de Senadores del Congreso de la Uni�n acordara una resoluci�n adversa a la soberan�a de esta entidad federativa, declarando que desde el 16 de septiembre del a�o anterior hab�an desaparecido los poderes Legislativo y Ejecutivo del estado".

Estas palabras y los atentos o�dos de los diputados presentes manifestaban con claridad y estupor su conciencia de ilegalidad. Sin embargo, al afrontar el hecho como lo hac�a, vibraba en la voz de don Doroteo L�pez la protesta; es m�s, en su opini�n, el que se estuviera desarrollando esa ceremonia, cuyos pont�fices eran el gobernador y los diputados libremente elegidos por el pueblo, pero ninguneados desde arriba, mostraba "que Colima no est� fuera del orden constitucional, y que sus poderes funcionan con toda la regularidad que les marca la Carta Constitucional". Parec�a, pues, que don Doroteo estaba tan convencido de su legalidad, que nada ni nadie podr�a hacerle bajar del macho, esperando que los conscientes y responsables diputados locales se solidarizaran con �l. Pero no; el mismo gobernador L�pez iba a levantar el tapete y ense�ar las profundas debilidades de la autonom�a del estado de Colima.

Mirando a los representantes del pueblo, don Doroteo L�pez, con un amplio movimiento del brazo y se�alando con un dedo tenso hacia afuera del recinto del Congreso, agreg�: "A las puertas de la ciudad est�, seg�n se sabe, la persona nombrada por la Federaci�n para encargarse del mando del estado, apoyado por las fuerzas del centro". La ceremonia tomaba aires de velorio. Don Doroteo L�pez a�adi�: "a su debido tiempo, me retirar� del poder, porque no quiero que una insistencia, aunque legal, sea causa de un trastorno. Colima y sus poderes se sacrifican en aras de la paz; pero tienen la convicci�n de que no ha concluido para ellos el mandato que el pueblo les confiri� en ejercicio de su soberan�a y conforme a las leyes fundamentales de la Rep�blica y del estado".

La cr�nica no relata si surgieron "vivas" espont�neos al que era ya un cad�ver pol�tico; si hubo murmullos, gestos afirmativos con la cabeza, codazos o cosas parecidas, la l�gica lo supone. Lo �nico cierto fue que don Gerardo Hurtado, en su �ltima aparici�n como presidente de ese Congreso, se par�, estir� el cuello, carraspe�, protest� del fallo senatorial y concluy� d�bilmente: "Nada opondr� el estado de Colima a esa suprema disposici�n". En otras palabras: en estos tiempos de crisis no hay m�s que disciplinarse. Todo se hab�a precipitado. El Senado declaraba la desaparici�n de los poderes en Colima y el Ejecutivo Federal, Porfirio D�az, hacia promulgar dicho fallo el 27 de mayo, designando al general Pedro A. Galv�n gobernador provisional y comandante militar, con la encomienda de convocar elecciones y restablecer la legalidad.

Se iban unos y llegaban otros; los primeros ca�an en desgracia y los segundos eran puestos en el candelero. El general Galv�n —quien por cierto ocup� la capital sin necesidad de disparar un solo balazo— de inmediato gir� urgentes providencias: primero, la loter�a de nombramientos y la instalaci�n de juntas municipales que sustitu�an a los ayuntamientos defenestrados; despu�s, las medidas urgentes para sanear las finanzas p�blicas del estado reduciendo al extremo el presupuesto y, por supuesto, paralizando las obras del palacio; por �ltimo convoc� a elecciones. El prurito personal no dej� de tentar al general, a quien gustaban los jardines: para perpetuar su memoria, tuvo la brillante idea de construir un kiosco en el mero centro del jard�n principal de Colima.

Llegado el d�a de las elecciones, "con la mayor tranquilidad y sin que haya habido ning�n incidente desagradable", seg�n el comunicado de la prefectura pol�tica, los ciudadanos acudieron al ritual en los siete distritos que, para este efecto, se establecieron en el estado. Por Colima, los buenos fueron Esteban Garc�a, Arcadio de la Vega, Remigio Rodr�guez y Miguel de la Madrid, diputados propietarios; los suplentes fueron Trinidad Padilla, Mariano Riestra, Vicente Fajardo y Jos� Conrado Gonz�lez. Pero la mera buena fue la elecci�n de gobernador constitucional cuyo mandato habr�a de cubrir hasta septiembre de 1883.

El esperado de las mayor�as, don Francisco Santa Cruz, el Santa Anna colimense, aguard� en su casa del Portal Medell�n los resultados. Tan pronto como �stos se dieron a conocer, electores, funcionarios y curiosos corrieron a la cargada para expresarle su irrestricta devoci�n y el f�rvido entusiasmo de su militancia. El coronel sonorense —Santa Cruz era nativo de Guaymas—, emocionado, pronunci� un fervor�n interrumpido constantemente por los aplausos y las aclamaciones. Despu�s, con el coronel a rastras, al son de bandas de m�sica, todos corrieron a la casa del general Galv�n, menguado ya por el astro que nac�a pero, al Cabo, a�n con las riendas del poder en sus manos.


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