Las ansias de clientela


MIENTRAS QUE EN COLIMA el ambiente era de entusiasmo, El Republicano afil� sus u�as contra Galv�n publicando un chisme m�s: el gobernador provisional hab�a desterrado injustamente a Salvador Orozco, ex secretario de gobierno de Doroteo L�pez. El peri�dico agregaba como de paso que el exiliado viv�a refugiado en Guadalajara. Por ser el vocero oficial, Gildardo G�mez consider� su obligaci�n defender a su patr�n haciendo memoria de los viejos tiempos. Su respuesta fue muy clara: Orozco jam�s desempe�� tal puesto a las �rdenes del general L�pez, y con respecto a la actual administraci�n, no ha tenido "negocio chico ni grande con las autoridades". La conclusi�n era obvia: "Resultaba pues absolutamente falso lo que asienta el colega". Un peque�o golpe al h�gado por falta de informaci�n le lleg� al defensor de oficio. Un remitido del prefecto pol�tico a la redacci�n levantaba el tel�n sobre Orozco, quien entre otras actividades editaba El Zancudo y que, por sus esc�ndalos, tuvo que dejar Colima.

A�n no tomaba posesi�n Santa Cruz y sus preocupaciones y ansias comenzaban a ser preocupaciones y ansias de clientela. Como anillo al dedo result� la informaci�n que diera en la sesi�n de la Junta Municipal del 7 de septiembre, el mun�cipe Manuel G�mez Z. Con la satisfacci�n de sus cofrades, anunci� "haberse hecho cargo de la l�mpara del teatro, que se hallaba desarmada y en un estado de abandono, en una de las piezas del Palacio en construcci�n". Cuando alguien pregunt� c�mo estaba la famosa l�mpara donada hac�a a�os por la colonia alemana de Colima, respondi� describiendo "de lo maltratadas que se hallan las piezas de que se compone dicha l�mpara, de faltarle algunas y de ser por lo mismo necesario hacerle reparaciones para completarla y conservarla".

Agreg� Manuel G�mez que, a ojos de buen cubero, calculaba que "para este efecto, habr� que erogar un gasto de trescientos a trescientos cincuenta pesos" y se comprometi� gallardamente a restaurar aquella maravilla en un t�rmino de tres meses, bajo la condici�n de que le fueran pagando por partes su delicado y paciente trabajo. Cierta desilusi�n le alcanz�, empero, cuando fueron opinando los miembros de la Junta, y se desinfl� por completo ante la decisi�n adoptada: el asunto deb�a pasar a la comisi�n de Hacienda.

El 10 de septiembre G�mez fue de los primeros en llegar a la sala de cabildos para la acostumbrada sesi�n de la Junta, pues esperaba de nuevo la concesi�n del trabajo; al fin y al cabo hab�a descubierto la arrumbada l�mpara, motivo m�s que suficiente para alegrar a Santa Cruz, animador de la construcci�n del Teatro Hidalgo y, adem�s, suscitar�a elogios por parte de los alemanes de Colima. Efectivamente, su espera no hab�a sido in�til. La comisi�n de Hacienda tra�a reparado su dictamen. Llegado el momento, se emiti� la siguiente opini�n: se cree conveniente cursar el asunto de la restauraci�n de la preciosa l�mpara, de la que este vecindario se siente orgulloso, al gobierno del estado, "bajo cuya vigilancia ha existido una junta directiva que ha entendido en la direcci�n de dicha obra —el Teatro Hidalgo, futuro Teatro Santa Cruz— y manejo de sus fondos".

Con la sorpresa y el estupor reflejados en el rostro. Manuel G�mez Z. comprendi� que los centavitos extras que pensaba embolsarse en esos tiempos de crisis y penurias, desaparec�an por arte de magia. Quiz� atolondrado al ver que la Junta aprobaba el dictamen de la comisi�n de Hacienda, preguntar�a: "Y ahora, �qu� hago con tanto tiliche?" La l�mpara de los alemanes no se encendi�.

Lo que s� impresion�, fue la reacci�n suscitada por un telegrama girado por Ignacio Cobi�n a los notables Miguel Baz�n, Santa Cruz, Christian Flor, Ram�n R. de la Vega, Augusto Morill y Ferm�n Huarte: "Hoy di�se concesi�n ferrocarril Sullivan-Palmer, para Toluca, Salamanca, Guadalajara, Colima, Manzanillo. Reciban Vds. y el pueblo colimense mis cordiales felicitaciones". El peri�dico oficial, desentumi�ndose de su seriedad, reg� la noticia por la ciudad y a lomo de burra a trav�s del territorio estatal, siendo recibida "con un entusiasmo que rayaba en el delirio". Los vecinos de Colima, seg�n iban enter�ndose del telegrama, corr�an hacia la Plaza de Armas. Autoridades y pueblo gozaron anticipadamente la llegada del tren.

Arrastrado por la euforia colectiva, el gobernador Galv�n dispuso que, de los fondos p�blicos, se pagasen tres bandas de m�sica, que "daban p�bulo al regocijo popular, las cuales en alegre serenata permanecieron tocando hasta las once de la noche". Por su parte, los mun�cipes Miguel Baz�n y Esteban Garc�a, diputados electos a la saz�n, contagiados por la liberalidad del gobierno provisional, comprometieron a la Junta Municipal con el gasto de la cohetiza; d�as despu�s, con la cabeza gacha, pasaron a cobrar la p�lvora, que import� 21 pesos. Frente a la casa del general Galv�n se improvis� un estrado, y desde all� los mentores e ide�logos colimenses, convertidos en espont�neos oradores, subieron por turno, arrebat�ndose la voz, para explicar a los curiosos las ventajas del ferrocarril para M�xico y Colima.

La sesuda Voz del Pac�fico comentaba que todos elogiaban al presidente de la rep�blica —"El 10 de Setiembre de 1880 dedicado al Presidente de la Rep�blica", era el t�tulo del reportaje del Bar�n de Brackel-Welda— mencionaba la constancia de los inversionistas gringos Palmer y Sullivan, venciendo "todos los obst�culos levantados por bastardas pasiones", y expresaban el tierno y general agradecimiento de la ciudadan�a al gobierno provisional porque "en su corta administraci�n ha conseguido tan incalculables bienes al Estado". Conclu�a en forma solemne La Voz del Pac�fico dando "sus m�s sinceros parabienes al pueblo de Colima, porque el 10 de setiembre de 1880 comienza la era de su progreso, bienestar, paz y trabajo".

Aquella noche, sue�os y pesadillas se subieron al tren.


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