Buenos augurios, malos presagios


Bajo el signo de la esperanza —nuevo gobierno y los sue�os del ferrocarril— se celebraron las fiestas patrias; Miguel Baz�n, diputado reci�n electo, "pint� con pat�ticas frases el cuadro decadente que ofrece la situaci�n actual del Estado, en su comercio, agricultura, industria y dem�s ramos de producci�n", para expresar a continuaci�n la confianza del pueblo en un cambio radical "bajo la influencia del nuevo gobierno que se va a inaugurar". Las poes�as infaltables estuvieron en labios de Atanasio Orozco, Manuel Rivera y Miguel Garc�a Topete, quien hac�a sus pininos en la administraci�n p�blica. El profesor Francisco Montenegro y su orquesta amenizaron la serenata desde el kiosco que se estrenaba. Los comentarios en torno a la obra de arte inspirada y alentada por el general Pedro A. Galv�n fueron positivos: "por su airoso aspecto, por su construcci�n s�lida y por lo bien que armonizan las callejuelas que dividen los bancos de tierra dedicados para la plantaci�n del jard�n".

El 16 de septiembre el VIII Congreso se declar� legalmente constituido. Francisco R. Almada lo denomina "Legislatura VIII bis" para distinguirla de la extinta por fallo senatorial, cuyos diputados se hab�an sentado en las bancas del Congreso de diciembre de 1879 a junio de 1880. As� echaba a caminar "el primer periodo de sus sesiones, dentro del segundo a�o de su duraci�n". A fin de cuentas qued� restablecido el orden constitucional. En la opini�n de los nuevos representantes populares que estrenaban traje, la trifulca pasada "vino a afirmarnos m�s y m�s en nuestras creencias republicanas y a vivificar la fe que tenemos en nuestras instituciones". El mismo d�a, por la tarde, todo Colima se traslad� al Llano de Santa Juana, remozado con prisas por la Junta Municipal, para un festival de tiro al blanco, presidido por las bellezas locales Hermelinda Castellanos, Clara Meill�n y Eufemia Robles.

El 17 de septiembre Ignacio Cobi�n envi� un telegrama avisando haberse entrevistado con Mr. Sullivan, el nuevo h�roe de Colima: "Ingenieros estar�n en Manzanillo en dos meses para reconocimientos. Comenzar�n trabajos en cuatro meses". El mensaje, dirigido a Miguel Baz�n y Jorge Oldenbourg, tard� en llegar tres d�as. Casi coincidiendo con esta grata noticia, vino otra de mal presagio: en r�o Hondo hab�a sido asesinado de tres balazos Greenwood, ingeniero en jefe de la Compa��a Sullivan; el presidente Porfirio D�az, "indignado por este hecho, ha telegrafiado a varios gobernadores" y a diversas autoridades encarg�ndoles la inmediata detenci�n del asesino.

La noticia de este crimen que presagiaba nubarrones en el horizonte, una indisposici�n de salud del coronel Santa Cruz en v�speras de asumir el mando que hizo temer lo peor, y la supersticiosa coincidencia de que estallase el fuego en una casa comercial en pleno centro de Colima, enfriaron los �nimos. En la madrugada del 20 de septiembre las campanas a rebato despertaron al respetable: la mercer�a de Antonio �lvarez R�os estaba ardiendo. El gobernador Galv�n y el prefecto pol�tico corrieron al lugar del siniestro, donde hallaron numerosos vecinos que se hab�an apresurado con cubetas de agua para socorrer al afligido due�o. Los funcionarios impartieron �rdenes oportunas y eficientes; la f�brica de hilados de La Atrevida y el giro comercial Kebe van der Linden enviaron un par de bombas de agua; el maestro de obras Lucio Uribe, Federico Schacht, Juan Mancke, Federico Kuhlmann y Adolfo Kebe, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de la c�pula pol�tica, hicieron de bomberos. El esfuerzo conjunto del m�s importante alarife de Colima y de los dignos representantes de la disciplina prusiana fue en vano: todo qued� destruido. Las autoridades se atusaron los bigotes porque aquella quemaz�n, en las circunstancias por las que pasaba Colima —el fin de la misi�n de Galv�n y el inicio de la administraci�n santacrucista— pod�a traer cola. El misterio era total: "No se sabe lo que origin� este fatal suceso".

En la prefectura pol�tica hubo un peque�o sismo. Por estas fechas dejaba el cargo el duro coronel Prisciliano M. Ben�tez, "ocupado en asuntos del servicio militar", contra quien hab�an surgido quejas innumerables por echar el guante —la leva— a un pu�o de incautos y enrolarlos a fuerzas en el glorioso ej�rcito nacional.

El general Galv�n design� en su lugar al conocido colimense Isidoro Barreto, que de improviso cambi� de parecer y no acept�, alegando estar ocupado "en su negociaci�n agr�cola en el Paso del R�o". No qued� m�s que extender otro oficio en favor de Francisco G. Palencia, "con benepl�cito del Gobierno constitucional y de la sociedad".

En poco tiempo dos graves incendios en el coraz�n de la ciudad hab�an puesto en serio peligro la vida de los vecinos. El tema, como es l�gico, tuvo que ser tratado en sesi�n por la Junta Municipal el 28 de septiembre, m�s a�n porque al parecer Nabor Maldonado pretend�a instalar una f�brica de cerillos en la manzana donde viv�a. A moci�n del presidente Ram�n R. de la Vega se elev� al prefecto una atenta y respetuosa solicitud para que se siguiera observando un viejo bando de polic�a prohibiendo tales establecimientos en zona habitada. La verdad es que no quedaba otro recurso, puesto que la prefectura dispensaba tales favores, como lo hab�a hecho el 8 de mayo pasado. En efecto, por aquellas fechas, Anacleto C. Guzm�n dirigi� a don Gildardo G�mez, prefecto a la saz�n, una petici�n para que se le permitiera abrir "una peque�a f�brica de cerillos de seguridad" seg�n la muestra que le adjuntaba.

Don Gildardo hab�a otorgado el permiso despu�s de agotar, sobre su escritorio, la caja de muestra haciendo experimentos, convencido de la honrada y certera apreciaci�n del fabricante, pues los referidos cerillos "son de los llamados de seguridad. que no causan explosi�n sino restreg�ndolos en determinada lija". La Junta Municipal aguard� con impaciencia y cierta desconfianza los tr�mites de su correcto oficio. No era f�cil que el prefecto diera marcha atr�s o pretendiera corregir la plana a su antecesor, siguiendo aquella famosa lecci�n de "como me ves, te ver�s". Pero no sucedi� de esta manera. Seis d�as despu�s del siniestro, respond�a la prefectura a los mun�cipes informando haber gritado "�rdenes conducentes a fin de evitar se infrinja la prohibici�n de establecimientos de f�bricas de cerillo en el centro de esta poblaci�n, atendi�ndose particularmente sobre la que V. hace notar". Sin duda surgir�an en el seno de la Junta mociones de diversos calibres: qui�n propondr�a redactar un agradecido oficio con copia al gobernador y a don Porfirio; qui�n llevar�a personalmente hasta la sala del Congreso la petici�n de que le fuera concedida al diligente funcionario la distinci�n de "benem�rito del Estado"; qui�n rogar�a a sus colegas —simplemente pero con todo entusiasmo— ponerse en pie y brindar un fuerte y c�lido aplauso al prefecto, porque el asunto no merec�a menos.


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