Caminos de Michoac�n


L�ZARO C�RDENAS ERA PRESIDENTE de la Rep�blica cuando lleg� a Guadalajara la primera carretera asfaltada. Es la que proviene de Morelia y Jiquilpan y, poco antes de bajar a Tizap�n el Alto, por donde se dice que sale la luna de Chapala, sin estridencias y sin ofender a nadie, se recib�a al viajero con el orgullo de pertenecer a esta tierra. Un sencillo letrero, a la orilla del camino, dec�a: "Aqu� es Jalisco".

Poco antes de abandonar Michoac�n, a la derecha del camino, se puede ver ya el lago de Chapala, cuya compa��a se gozar� durante un buen rato, mientras se pasa por varios pueblos adosados al agua, si es que a �sta no le ha dado por alejarse, como a veces lo hace, y dejar en estado de angustia no s�lo a quienes viven en su derredor; sino tambi�n a muchos otros jaliscienses que est�n en idilio permanente con este embalse, el m�s grande de toda la Rep�blica Mexicana. A pesar de la perspectiva acu�tica, el verdor es muy escaso cuando no llueve, pero la temperatura no pierde su moderaci�n. Hacia el lado izquierdo del camino se ven las estribaciones de la sierra del Tigre, que con sus pinos encierra al pueblo de Mazamitla, a donde suelen ir en busca de fresco muchos jaliscienses.

Al principio es f�cil ver la orilla opuesta de la laguna. Ah� est� precisamente la poblaci�n de Chapala y su vecina Ajijic, donde conviven casas de pescadores con mansiones en que descansan guadalajarenses, norteamericanos y canadienses, que gozan de su privilegiado atemperamiento y de sus aguas termales. Asimismo, se ven muy bien las islas: la de los Alacranes, que es la m�s peque�ita, y la de Mezcala, en la que incluso hubo un presidio —del que quedan algunos vestigios— que fue construido durante la �poca colonial.

En la medida que sigue el bojeo por el poniente nos acercamos a Jocotepec, uno de los extremos de la longitud lacustre; la parte contraria se va perdiendo de vista, e inclusive llega el momento en que sobre las aguas s�lo vemos la l�nea del horizonte, como si estuvi�ramos en el mar. No en balde algunos entusiastas le han llamado Mare Chapalicum —seguramente porque en lat�n resulta m�s elegante— o nada m�s Mar Chap�lico. Buena parte del agua que se bebe en la comarca y en la capital del estado procede de aqu�.

Cuando Jocotepec y sus inmediatos manantiales de Roca Azul quedan atr�s, hay que remontar y sortear algunos promontorios que sirven de contrafuerte al cerro de la Difunta antes de bajar hasta los ca�averales que rodean y honran el nombre de Acatl�n, un pueblo que satisface a los conservadores llam�ndose Santa Anna y a los liberales con el apelativo de Ju�rez, en virtud de que el Benem�rito debi� pasar por ah� r�pidamente en veloz retirada de Guadalajara rumbo a Manzanillo, all� por el a�o de 1858. Los ecl�cticos le llaman Santa Ana Acatl�n de Ju�rez.

De hecho la carretera de Morelia no pasa por el mero Acatl�n, sino por un lugar muy cercano nombrado El Cuarenta, simplemente porque est� a esa distancia, en kil�metros, de Guadalajara. Del Cuarenta se accede a las grandes planicies que permiten llegar a la capital del estado libre y soberano de Jalisco sin tener que traspasar grandes complicaciones geogr�ficas. La �ltima de �stas es el cerro del Gachup�n, al que fraccionadores y constructores de las viviendas populares que ahora lo invaden prefirieron llamar del Tesoro.

Otro acceso a Jalisco desde Jiquilpan es el que, por un camino tipo hamaca, lleva directamente a San Jos� de Gracia, Michoac�n, y a la sierra del Tigre, para descender en forma violenta desde Mazamitla hasta Tamazula y sus ingenios y embonar con las v�as a Colima, una vez que se ha dejado atr�s Tuxpan, quiz�s el �ltimo reducto nahuatlato del occidente de M�xico.

Pero entre Michoac�n y Jalisco hay otra v�a por el otro lado de Chapala. Pasa por encima de lo que la ciudad de M�xico no le sustrae al r�o Lerma poco antes de que desemboque en el oriente del lago. Ah� est� la ciudad de La Barca, cuyo nombre y aliento inicial se debe precisamente a las barcas con que cruzaban el r�o quienes segu�an el camino al Baj�o y a la ciudad de M�xico. Esta ruta ribere�a y poco sinuosa llega a Ocotl�n, donde se pasa por encima del r�o Santiago, reci�n parido por la laguna de Chapala.

Para arribar a Guadalajara debe viajarse entonces por parajes muy f�rtiles entre la serran�a del Tecu�n, que protege la cuenca lacustre de los vientos del norte, y el r�o mismo, antes de que �ste salte en Juanacatl�n y poco despu�s se vaya a las profundidades de la barranca de Oblatos o de Huentit�n; la misma que en tiempos muy antiguos fue separaci�n entre la vida sedentaria y agr�cola, y la n�mada y cineg�tica. Hoy d�a ya no es as�, aunque sigue siendo un obst�culo dif�cil de salvar y una contenci�n al crecimiento de Guadalajara por ese rumbo. Por �ltimo, el camino entronca con la autopista Guadalajara-Chapala y, despu�s de pasar cerca del aeropuerto que antes se llamaba Las �nimas y ahora Miguel Hidalgo, se llega tambi�n a la capital tapat�a por el costado oriental del cerro del Cuatro.


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