M�s construcciones y de otro modo


La construcci�n de casas mostr� el marcado contraste de la sociedad de aquella �poca. En el medio rural predominaba la m�sera choza de la peonada frente a la suntuosa casa grande de las haciendas, ocupada s�lo por sus propietarios durante unas semanas cada a�o.

En Guadalajara, el incremento demogr�fico trajo como consecuencia el hacinamiento en albergues, que anunciaban lo que despu�s se llamar�an vecindades. Adem�s, sobrevino la paulatina absorci�n de los pueblos de Analco, Mexicaltzingo y Mezquit�n, que lentamente fueron sumergi�ndose en la gran ciudad.

Costumbre generalizada que pervivi� desde la �poca colonial fue la vivienda con zagu�n de ingreso y patio principal, en cuyo derredor se ubicaban la estancia, el comedor y las habitaciones, mientras que en un segundo patio se localizaban los servicios. A este tipo de casa se aferraron los estratos medios hasta entrado el siglo XX, no as� los pudientes que en su af�n de modernizarse, al declinar el siglo XIX empezaron a entusiasmarse por dar entrada a sajones y franceses en el seno de sus familias y por abrazar las preferencias arquitect�nicas de �stos.

Desde su origen, Guadalajara hab�a reunido en su parte c�ntrica a las residencias de la clase adinerada, mas para 1842 Mariano Otero se�alaba ya la preferencia de �sta por apartarse del pest�fero r�o de San Juan de Dios. De esta manera, el poniente de la ciudad fue convirti�ndose en la zona preferida para levantar nuevas viviendas elegantes, lo que dio lugar a las llamadas colonias, cuyos dos primeros nombres son por dem�s significativos: Americana y Francesa.

Respecto al estado de las calles de Guadalajara, cabe aclarar que, a comienzos del siglo XIX, las avenidas principales ya hab�an sido empedradas, pero durante el resto de la centuria la mayor�a continu� sin aceras ni drenaje.

De las plazas citadinas sobresal�a la principal o de Armas, rodeada de frondosos fresnos, totalmente empedrada y con una gran fuente en el centro para que abrevaran en ella los animales.

Por otra parte, la necesidad de contar con un edificio penitenciario apropiado hab�a llevado a que, en 1834, Mariano Otero empezara a promover su construcci�n, misma que fue emprendida por el gobernador Antonio Escobedo y concluida en 1881 en el actual parque de la Revoluci�n. Se le llam� Penitenciar�a de Escobedo y sobrevivi� hasta ya bien entrada la actual centuria.

Aunque la �poca colonial dej� a Guadalajara muy bien abastecida de inmuebles para el culto, al finalizar el siglo XIX se levant� el templo del Pilar en el barrio de ese nombre; tambi�n se reconstruy� la capilla del Carmen, junto al ex convento de esa orden, y se erigi� la iglesia de San Jos� de Gracia, donde hab�a estado el convento de Santo Domingo, que destruyeron los conservadores durante la guerra de Reforma. En el a�o de 1897 comenz� a edificarse el templo Expiatorio del Sant�simo Sacramento, proyectado por el italiano Adamo Boari. Se emprendi� tambi�n la construcci�n de algunos hospitales anexos a templos, como el Guadalupano, junto al Santuario; el del Sagrado Coraz�n, al lado de la capilla del mismo nombre; y el templo y hospital de San Mart�n, en el barrio del Alacr�n.

El antiguo convento de Santa M�nica, nacionalizado en 1859, pas� diez a�os despu�s a manos de Dionisio Rodr�guez, quien m�s tarde lo alquil� al clero para que �ste reubicara ah� el Seminario de San Jos�. El edificio termin� siendo adquirido otra vez por la Iglesia; en 1890, al amenazar ruina, fue demolido y levantado en su lugar uno nuevo que se concluy� en 1902, proyectado por el arquitecto Antonio Arr�niz. Actualmente es ocupado por la comandancia militar.

La urgente necesidad de contar con un inmueble digno para representaciones teatrales, realizadas desde tiempos antiguos en jacalones improvisados, llev� al gobernador Santos Degollado a expedir un decreto, en 1855, para levantar el teatro que acabar�a llevando su nombre; Jacobo G�lvez fue su principal realizador. Suspendida su constucci�n en varias ocasiones por lo agitado de las circunstancias, se inaugur� en septiembre de 1866, a�n sin concluir, con la representaci�n de "Luc�a de Lammermoor" y la cantante mexicana �ngela Peralta desempe�ando el papel principal.

En lo que respecta a los cementerios de Guadalajara, el m�s antiguo fue el anexo al templo de San Francisco, que funcion� hasta 1861. A�os m�s tarde fue convertido en jard�n p�blico. Otros panteones decimon�nicos fueron el de Nuestra Se�ora de los �ngeles, abierto en 1829 por los franciscanos muy cerca de Agua Azul; el de Mexicaltzingo y el de Guadalupe, as� como el de Bel�n o de Santa Paula, anexo al Hospital Civil, inaugurado al mediar el siglo XIX y cuyo dise�ador principal fue el arquitecto Manuel G�mez Ibarra. Con la apertura de este �ltimo pante�n se comenzaron a levantar magn�ficos monumentos funerarios para rendir culto a los muertos, como fue el caso del mausoleo de la familia Corcuera, dise�ado por Jacobo G�lvez.


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