�Viva Cristo Rey!


Por otra parte, a lo largo de casi tres a�os —de agosto de 1926 a junio de 1929—, los alzamientos al grito de �viva Cristo Rey! en contra del gobierno se recrudecieron en la entidad, sobre todo en los primeros meses de 1927 cuando se extendieron a una buena parte del estado. A ra�z de que los rebeldes detuvieron e incendiaron un tren en las inmediaciones de La Barca, en el que viajaban muchos pasajeros civiles y efectivos del ej�rcito, el gobierno federal emprendi� una campa�a contra la revuelta con muchos m�s recursos, en especial en la regi�n de Los Altos, donde estaba su meollo.

Resulta que en esta comarca predominaban los ranchos y no las grandes haciendas, por lo que sus habitantes resintieron sobremanera la irrupci�n de agraristas forasteros que atentaban contra sus peque�as propiedades. Adem�s, cabe recordar que sus habitantes eran tradicionalmente duchos en la monta de caballos y avezados en el manejo de las armas, lo cual hac�a de ellos formidables combatientes. Agr�guese a ello que precisamente por ser peque�as las propiedades y estar bien delimitadas con lienzos de piedras, �stos ofrecieron muchas posibilidades de atrincherarse y esconderse, antes de que el gobierno recurriera a la aviaci�n.

Al finalizar 1927, los cristeros abrigaban la esperanza de un triunfo total, m�xime que se hab�a incorporado a sus huestes Enrique Gorostieta, un general retirado muy eficiente. Sin embargo, la llegada al pa�s de un nuevo embajador de Estados Unidos, Dwight W. Morrow, fue aprovechada por la jerarqu�a eclesi�stica para que abriera un cauce conciliador con el gobierno de la Rep�blica. Los cristeros, que sufrieron importantes derrotas, con la consiguiente desmoralizaci�n de sus miembros, pasaron entonces a segundo t�rmino. De esta manera, al entablarse un di�logo directo entre la jerarqu�a eclesi�stica y el Estado, durante el primer trimestre de 1928, la opini�n de los rebeldes ni siquiera fue tomada en cuenta. Por otro lado, el optimismo de la LNDLR ir�a desvaneci�ndose conforme avanzaba 1929, sobre todo por la negativa de los cat�licos estadunidenses a cooperar con su causa.

La llegada de Emilio Portes Gil a la primera magistratura del pa�s, el 1 de diciembre de 1928, gracias a sus afanes conciliatorios, le abri� al clero la posibilidad de acabar con el conflicto sacando alg�n provecho. La LNDLR, ante sus fracasos, hizo un �ltimo intento de continuar la lucha manifestando su deseo de unirse a la rebeli�n escobarista escenificada en 1928, siempre y cuando se respetaran los planteamientos propuestos por la liga respecto a la cuesti�n religiosa. Pero la rebeli�n escobarista fue sofocada con rapidez al comenzar mayo de 1929.

Para el 7 del mismo mes, Portes Gil declar� a la prensa su buena disposici�n de llegar a un acuerdo con las altas autoridades eclesiásticas. En consecuencia, entre el 5 y el 21 de junio se produjeron varias entrevistas entre Portes Gil y el arzobispo de M�xico, Leopoldo Ruiz, en las que determinaron la reanudaci�n de los cultos, con la �nica condici�n de que su ejercicio se ajustara a las leyes vigentes. En el mes de junio muri� Enrique Gorostieta, con lo que la LNDLR qued� ac�fala y pudieron acelerarse las negociaciones de paz.

Concertados los Arreglos entre la Iglesia y el Estado, Pascual D�az se convirti� en arzobispo de M�xico, y Ruiz en delegado apost�lico. Los templos se reabrieron el 29 de junio de 1929 y ese mismo d�a se entrevistaron Orozco y Jim�nez y Portes Gil, dando por resultado que el arzobispo de Guadalajara fuese expulsado de nueva cuenta.

Las agresiones del clero a los preceptos educativos gubernamentales y a los maestros favorecieron que algunos grupos magisteriales procedieran a organizarse por primera vez. En 1926 se fund� la Uni�n de Educadores Jaliscienses y despu�s la Uni�n de Maestros, la Organizacion Regional de Maestros y la Federaci�n Educacional Jalisciense. Tambi�n se conformaron las primeras sociedades de padres de familia con el objeto de coadyuvar al mejoramiento material de las escuelas, las cuales ser�an conocidas como Comit�s Proeducaci�n. De este modo, en 1931 se observ� una recuperaci�n sensible del n�mero de alumnos matriculados en las escuelas oficiales de Jalisco, alcanz�ndose la cantidad de 92 600 alumnos de primaria, jam�s lograda hasta entonces.


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