El plan y la costa estaban en paz desde la conquista del siglo XVI,
y la sierra desde 1722. En toda la regi�n, como en muchas otras, la noticia del levantamiento del cura Miguel Hidalgo, ocurrido en Dolores el 16 de septiembre de 1810, provoc� una verdadera conmoci�n. La noticia lleg� primero a Tepic y a los pueblos, despu�s a la sierra. El franciscano Rudesindo Angl�s, responsable de las misiones nayaritas, cuando supo del movimiento insurgente trat� de impedir que las noticias de la revoluci�n se propagaran entre los indios; ten�a desconfianza de sus mismos colegas franciscanos, que eran criollos y simpatizaban con la causa de la independencia. Pero su prudencia de nada sirvi�, y a los dos meses del levantamiento de Hidalgo "en 7, 9 y 13 de noviembre de 1810, advert� ya en mis indios algunos movimientos extraordinarios a efecto de algunas proclamas que introdujeron emisarios de Colotl�n y Tepic".
Precisamente el 13 de noviembre, el cura de Ahualulco, Jalisco, Jos� Mar�a Mercado, patriota de 30 a�os, hab�a escrito a su padre:
Se�or y padre de mi respeto filial:
Heme cambiado en Ministro de la Justicia armada, despu�s de haberlo sido de la Justicia Divina.
Un maduro examen me resolvi� a adherirme a la causa de Hidalgo, que no es otra que la de la liberaci�n de la Nueva Espa�a, del dominio de la Corona.
Os espero, venerable padre, en las filas de la causa justa.
Pero si vuestra avanzada edad y poqu�sima salud lo impidiesen, bendecidme de todo coraz�n. A vuestros pies.
Jos� Ma. Mercado
Secundado por el se�or Juan Jos� Zea, autoridad del lugar, hombre rico en tierras y negocios, dio el grito de rebeli�n en Ahualulco con 50 hombres y march� a Etzatl�n; el 20 de noviembre lleg� a Tepic y entr� pac�ficamente a la plaza. Hasta entonces no se hab�a disparado un solo tiro de fusil. Con 2 000 hombres del plan y de la sierra, Mercado se dirigi� a tomar el puerto de San Blas, que era ya la �nica parte de occidente que a�n permanec�a en poder de las autoridades espa�olas.
La audacia de Mercado y lo numeroso de su tropa, mal armada, sin idea de la disciplina militar y sin experiencia en la guerra, asustaron al jefe de la plaza, que ten�a fortificaciones, muchos ca�ones, varios barcos y buenos soldados profesionales. Sin disparar un tiro, el cura Mercado entr� al fortificado puerto el 1� de diciembre de 1810. �Todo eso hab�a durado escasos 17 d�as y no hab�a costado una sola vida! �Que diferencia con la toma de Guanajuato, o con la sangrienta batalla librada por Hidalgo en el Cerro de las Cruces!
El flamante general Mercado se dedic� entonces a enviar a Guadalajara la artiller�a de San Blas, solicitada por don Miguel Hidalgo. "S�lo quien conozca el camino entre San Blas y Guadalajara podr� comprender los heroicos esfuerzos que para eso se hicieron, pues hay que atravesar las profundas e intransitables barrancas de Mochitiltic", escribi� Mercado. Los 43 ca�ones los mandaba en carretas conducidas por indios que, en considerable n�mero, allanaron obst�culos tan considerables. Pero los insurgentes fueron derrotados en Sinaloa y en el Puente de Calder�n, cerca de Guadalajara. A los pocos d�as, Mercado, quien se hab�a encerrado en el fuerte de San Blas para hacer una obstinada defensa, cay� v�ctima de un complot. Tropas infiltradas entre la gente de Mercado, pero que hab�an sido realistas, dieron un golpe por sorpresa. Cuando el cura Mercado se dio cuenta de que todo estaba perdido, salt� por una ventana al abismo, donde encontr� la muerte (31 enero de 1811).
En Tepic y en muchos pueblos los partidarios del imperio espa�ol que hab�an callado, resignados a la victoria relampagueante de los insurgentes, recobraron valor y se armaron, lo que restableci� la autoridad realista. Una nueva etapa empezaba en la regi�n, la cual ser�a m�s tr�gica que la primera. Al paso triunfal suced�a la guerra civil que desgarra familias y pueblos, la del incendio, del saqueo y de la matanza; de la crueldad, de la rapi�a, de la venganza. La guerra civil es siempre horrible, en todos los pa�ses y en todas las �pocas, porque no entienden razones ni sentimientos positivos. Dos ej�rcitos extranjeros respetan el c�digo de la guerra: no se fusila a los presos, se atiende a los heridos, se respeta a los civiles que no pelean con armas en la mano. Mientras que los combatientes de la guerra civil no conocen l�mites de ninguna categor�a.
En diciembre de 1810 J. J. Zea mand� degollar a 60 espa�oles por �rdenes del cura Hidalgo. Al anciano padre del cura Mercado, el general realista Cruz lo mand� ahorcar; antes de regresar a Guadalajara orden� fusilar a algunos presos y colgar a Juan Jos� Zea, a la salida de Tepic, donde permaneci� el cad�ver por m�s de seis meses.
"En los d�as inmediatos estuvieron fusilando en Tepic 20 insurgentes diariamente en la plaza principal, despu�s de lo cual los colgaban", escribe el historiador Luis P�rez Verd�a en el siglo XIX.
Los insurgentes no actuaban de otra manera y las crueldades de unos y otros atizaban el odio.