6. La destrucci�n del latifundio

6. La destrucci�n del latifundio


El primer paso fue la unificaci�n de los pol�ticos en 1929 con la formaci�n del Partido Nacional Revolucionario (PNR), al cual se adhirieron los clubes y grupos nayaritas. En Nayarit, estado joven que estrenaba gobernadores cada mes y a veces cada semana, se hac�a necesario unir a los pol�ticos para acabar con los ba�os de sangre electorales. El PNR empez� a sustituir el disparo a mansalva por la protesta en forma, el asalto individualista por la disciplina de partido. Y eso le quit� al latifundio su fuerza principal que resid�a en la desuni�n de los gobernantes, en la lucha de facciones.

CUADRO VI.1 Reforma Agraria
Cuadro de la Reforma Agraria, de los a�os 1918 a 1925. Relaciona por Municipio y Pueblo a los Agricultores beneficiados, los Predios afectados y haciendas concedidas. En 1918, a�n no se beneficiaba a ning�n agricultor y por 1925 ya era un n�mero mayor de agricultores y haciendas concedidas. As� hasta 1933, con el nuevo presidente de la Rep�blica L�zaro C�rdenas, pasa a la historia como el presidente agrarista, pues reparti� 18 millones de hect�reas.

Sin embargo, la campa�a pol�tica de 1929 fue dif�cil; hubo enfrentamiento el 12 de octubre en el hotel Palacio, en Tepic. El gobierno federal desconoci� al gobierno del general Esteban Baca Calder�n, viejo revolucionario. En 1931 fue tal la represi�n que el gobierno federal declar� desaparecidos los poderes y design� al general Juventino Espinoza. En 1932, tras de una crisis nacional, el presidente Pascual Ortiz Rubio renunci� y fue sustituido por Abelardo Rodr�guez. En el mismo a�o 1932 sali� diputado Guillermo Flores Mu�oz. Pertenec�a a una buena familia de Compostela y hab�a manifestado su talento de l�der pol�tico en el norte, en compa��a de Abelardo Rodr�guez. Valiente, atrevido, se benefici� con la amistad del nuevo presidente para tumbar al gobernador en turno y lanzarse contra la Casa Aguirre. Logr� lo que se cre�a imposible: afectar por primera vez, seriamente, haciendas de esa casa. Lo m�s interesante fue que ese golpe decisivo se dio en 1933-1934, antes de que llegara a la presidencia de la Rep�blica L�zaro C�rdenas, quien pas� a la historia como el presidente agrarista, el hombre que reparti� 18 millones de hect�reas.

Ahora senador, hombre fuerte de su Estado, apoyado por el presidente, Guillermo Flores Mu�oz y su amigo Bernardo M. de Le�n movilizaron la Liga Agraria, as� como a comisiones de agitaci�n en todo el estado. Los trabajadores de las haciendas no se atrev�an a pedir tierras ni lo cre�an posible, y ten�an miedo. Flores Mu�oz llev� gente de otras partes, y para ello hizo "leva" de alba�iles, m�sicos, mariachis, polic�as y desocupados; as� cay� la finca campestre de los Fresnos. A San Cayetano se acarre� gente de Pantanal, y el due�o se fue, esperando que pasara la tormenta. No pas�.

En un solo d�a se realiz� la haza�a de la entrega provisional de las tierras de las haciendas en torno de Tepic: La Fortuna, Lo de Lamedo, la Escondida, Puga, Mora, San Cayetano y otras. "Como no hab�a tiempo para medirlas, se dec�a a los campesinos solicitantes, desde esta piedra, hasta la punta de aquel cerro, luego al extremo de aquel monte, para rematar en c�rculo en aquella ceiba. Despu�s vendr�an los ingenieros oficiales a levantar sus informes" [Antonio P�rez Cisneros].

As�, mediante la invasi�n fueron cayendo una por una todas las haciendas de Nayarit. En el sur fueron Tetitl�n, la Labor, Mojarras, Castilla, Las Varas, El Conde, etc. En el norte, Miramar, Cora, Navarrete, Quimichis y otras. La Casa Aguirre no se escap� y cientos de miles de hect�reas pasaron de unas cuantas manos a las de muchos campesinos. Los Delius se regresaron a Alemania, y los Aguirre y otros espa�oles a Espa�a, con la excepci�n de los Menchacas.

En 1933 se contaba con 78 ejidos dotados y se estaban peleando otras 130 dotaciones. Para 1939 se hablaba de Nayarit como el estado ejido. Ten�a entonces 233 de �stos con una poblaci�n dotada de 40 000 campesinos y una superficie total de 730 000 hect�reas, de las cuales 135 000 eran laborales.

Claro que la liquidaci�n del latifundio no resolvi� todos los problemas. El tama�o exiguo de las parcelas ejidales, la falta de recursos econ�micos y t�cnicos, as� como la pobreza e ignorancia del pe�n transformado de un d�a para otro en agricultor independiente y responsable (pero sin los medios para serlo), fueron y siguen siendo las causas del estancamiento y de la miseria de muchos.

Los bancos oficiales han apoyado en sus cultivos a una minor�a con tierras de primera calidad, abandonando a su suerte a la mayor�a de los ejidatarios con tierras m�s pobres.

Hab�a que reconstruir lo que se hab�a destruido durante la lucha contra el porfirismo, el huertismo y entre las facciones revolucionarias. La historia de todas las revoluciones ense�a que la reconstrucci�n posterior implica siempre la expansi�n del Estado, el fortalecimiento del poder ejecutivo. Adem�s, no se trataba s�lo de las destrucciones ligadas a la guerra civil, sino de las que encabezaba la propia Revoluci�n, de manera l�gica, conforme a su programa: la destrucci�n de los latifundios, y tambi�n de las haciendas productivas, era inevitable para quienes emprendieron la tarea ardua de devolver a los pueblos sus antiguas propiedades, y sobre todo la de crear el ejido. El crecimiento de las organizaciones obreras, en el marco de una ley favorable a los trabajadores, implicaba tambi�n, si no una destrucci�n, por lo menos un desajuste en el sector industrial.

En la parte nueva, constructiva de la obra revolucionaria, no fue menos necesaria la presencia del Estado fuerte, tan fuerte que en algunos momentos fue dictatorial, abiertamente o en germen. As� se explica la campa�a de alfabetizaci�n, la educaci�n rural, el cr�dito agr�cola y la creaci�n del banco �nico de emisi�n en tiempos de Calles; el lanzamiento de un ambicioso programa de caminos y de riego; y el seguro social como complemento de la pol�tica obrerista.

En tan colosal empresa participaron los esfuerzos individuales, pero no hubieran logrado nada sin el Estado. Los revolucionarios que se proclamaban sinceramente los hijos de los liberales del siglo XIX renunciaron, sin darse cuenta, al concepto liberal de un gobierno abstencionista. Eso era una necesidad de los tiempos nuevos, no s�lo en M�xico, sino en el mundo entero.

En 1914, a la hora de la derrota de Huerta y de la Convenci�n de Aguascalientes, Europa se destrozaba en la primera Guerra Mundial, y con ella el mundo entraba al verdadero siglo XX, el de los extremos. La movilizaci�n de ej�rcitos de millones de hombres amenaz�, y en muchos pa�ses acab�, con la libertad individual; la guerra derrib� muchos tronos, pero tambi�n reg�menes constitucionales. Por primera vez la dictadura se manifest� sin tapujos, orgullosa de s� misma, primero en la Rusia sovi�tica, luego en la Italia fascista y, no mucho despu�s, en la Alemania nazi. El esfuerzo b�lico hab�a hecho del Estado el director absoluto de todos los aspectos de la vida nacional y personal; la conducci�n de la guerra hab�a concentrado en �l la gesti�n total de los bienes materiales, de la producci�n, de los hombres y de sus mentes.

La crisis econ�mica mundial que explota en 1929, pero que de hecho dura de 1926 a 1939, engendra el new deal (nuevo trato) de Roosevelt que significa, en los Estados Unidos, en la patria del liberalismo pol�tico y econ�mico, un gobierno fuerte e intervencionista. El peligro internacional, la crisis econ�mica, la inestabilidad y la complejidad del mundo actual exigen una vigilancia de todos los instantes y la movilizaci�n inmediata de las energ�as, lo cual tiene como corolario la concentraci�n cada vez mayor de poder en pocas manos.

En consecuencia, los mexicanos cambiaron de actitud hacia el Estado, cambiaron de concepto de autoridad. Al gobierno le pidieron mucho m�s que mantenimiento del orden p�blico, le pidieron resolver los problemas del individuo, de la familia, de la escuela, del municipio, de la naci�n. L�gicamente el poder ejecutivo, el poder presidencial, se fortaleci� con el debilitamiento paralelo del poder legislativo. El problema del equilibrio de los poderes, despu�s de la Revoluci�n y del Congreso Constituyente, es hoy exactamente a la inversa de como era en el siglo XIX. Ya no se trata de fortalecer; contra un Legislativo imperialista, un ejecutivo d�bil, sino de fortificar el primero contra el segundo. Pero eso no es un problema espec�ficamente mexicano, sino que se da en el mundo entero.


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