La concentraci�n de aqu�llos en las prader�as fronterizas con M�xico y m�s tarde hacia la nueva frontera, a partir de 1848, recrudeci� el problema de las incursiones de los indios; sin que la barrera de los presidios fuese suficiente para contenerlos, hac�an entrada a los lugares situados al sur del r�o Bravo a robar ganados. Vallecillo, Lampazos y otros pueblos del norte de Nuevo Le�n sufr�an frecuentes asaltos. Para 1840 se observaron incursiones por Bustamante hasta Salinas Victoria y el Topo de los Ayala (General Escobedo) en las cercan�as de Monterrey. Despu�s de 1848, cuando el r�o Bravo fue se�alado como l�nea divisoria, estas incursiones tuvieron el car�cter de un tr�fico de ganados y otros efectos robados en M�xico por los indios, propiciado o disimulado por deshonestos militares del pa�s vecino. Fue tolerado adem�s el filibusterismo, esto es, el abuso de los grupos blancos que, disfrazados de indios o mezclados con �stos, asolaban la regi�n. El indio sustituy� entonces el arco y la flecha por la carabina y por la pistola de repetici�n.
El cap�tulo II de los Tratados de Guadalupe Hidalgo establec�a el compromiso, por parte de los Estados Unidos, de ayudar a contener las incursiones y el de indemnizar a los mexicanos afectados por �stas, pero este acuerdo fue nulo. Los ataques se multiplicaron, en particular los que proven�an de los pasos fronterizos de Reynosa, Camargo, Mier y Laredo. El gobernador de Nuevo Le�n, en su informe de 1850, se�ala que "han sido menos frecuentes" y que �nicamente hubo "ochenta y seis asaltos sobre diecis�is lugares de Nuevo Le�n" en ese a�o. Hasta entonces s�lo hab�an bajado hacia los pueblos del norte de Monterrey. Despu�s de 1850 extendieron sus correr�as sobre Montemorelos, Linares, Iturbide, Galeana y Doctor Arroyo. El ataque a Pe�uelo, en Galeana, ocasion� m�s de doscientas v�ctimas. Para 1852 las depredaciones se dejaron sentir mucho m�s al sur, en Fresnillo, Sombrerete, Te�l y Jerez, en Zacatecas, y aun alcanzaron a llegar hasta Colotl�n, en Jalisco.