Escoltas


La jornada era continua. Se caminaba solamente de d�a para "hacer noche" en lugares seguros y ya convenidos. Con frecuencia hab�a que detenerse largo tiempo por la avenida de los r�os por la p�rdida de alguna bestia, el aviso de la proximidad de indios o malhechores o por cualquier otro incidente.

Debido a ello los criadores pon�an "escolteros" para su protecci�n. El virrey ten�a ordenado a los gobernadores que no se los impidiera. Los soldados del presidio de Cerralvo y posteriormente los de Boca de Leones, cada uno en las cercan�as de su zona, auxiliaban a los pastores. En 1713, el gobernador Mier y Torre mantuvo por cuatro meses una compa��a de escolteros, pero se desorganiz� por su alto costo. Propuso entonces al virrey la creaci�n de otra, pero se opin� que no era forzosa la contribuci�n de los hacenderos, puesto que, "por derecho natural se hab�an de defender, pero no ofender". Mejor suerte corri� la propuesta hecha por el licenciado Francisco de Barbadillo, quien en 1715 entend�a de la fundaci�n de pueblos. Se consigui� entonces la creaci�n de una compa��a volante de setenta hombres y un capit�n, dependiente del virrey. Qued� establecida no s�lo "para la seguridad de las haciendas de ovejas" sino tambi�n "para la estabilidad de las misiones y poblaciones que nuevamente se han fundado y "para la conservaci�n de todo este reino". Barbadillo redact� las reglas: una establec�a que cada soldado dispondr�a de ocho caballos, "a lo menos", y que usar�a "garniel", con 12 cartuchos, espada, cuchillo de horqueta, arcabuz y adarga, adem�s de la "cota de malla". A la entrada de las ovejas, ocho soldados "limpiar�an los caminos" y la compa��a campear�a dividiendo los soldados en cuatro escuadras cada una, con un cabo, y continuamente deber�an de andar "mariscando la tierra".

En cuanto a los soldados de Cerralvo y Boca de Leones, el brigadier Pedro de Rivera, visitador de presidios, opin� entonces (1730) que para que Cerralvo no experimentara hostilidades, cumplir�an con la obligaci�n de "salir todos los meses, luego que alumbre la luna [que es cuando los enemigos cometen insultos] a registrar los parajes amenazados". Esta medida se aplicar�a "por la parte de la hacienda del �lamo, las del pueblo de Galeguas, las de inmediaciones de Cadereyta [sin entrar a ella] y las pastor�as de las m�rgenes del r�o Grande, manteni�ndose en campa�a hasta que meng�e la luna". Las compa��as volantes, aunque con algunos intervalos, habr�an de prevalecer vigentes durante casi todo el siglo XVIII.


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