El virrey Gaspar de Z��iga, conde de Monterrey, en el a�o de 1601 consider� que era excesivo el gasto que hac�a la Real Hacienda para sostener el presidio y a los misioneros, que llegaba a 17 000 pesos anuales. Pensaba que ese dinero podr�a emplearse con mayor fruto en otras empresas de conquista, por lo que orden� el traslado de los cristianos a la provincia de Culiac�n y la clausura de la misi�n. La Compa��a de Jes�s moviliz� sus influencias para modificar la orden del virrey. El capit�n Mart�nez de Hurdaide le indic� que no era posible sacar a los indios de sus tierras, as� que si los espa�oles se retiraban de Sinaloa los indios cristianos quedar�an desamparados. El virrey convino en que continuara la misi�n, pero exigi� mejores resultados en cuanto a la sujeci�n de los indios.
Luego de este incidente, los jesuitas decidieron modificar su modo de trabajo para superar las limitaciones que hab�an detectado, y este nuevo m�todo ser�a el empleado por los franciscanos en la sujeci�n de los chichimecas. Consist�a en integrar a los indios en comunidades con una base econ�mica s�lida, es decir, que produjera sus propias subsistencias en cantidad suficiente para prevenir las temporadas de hambre. Para esto se requer�a el trabajo disciplinado de los indios bajo la firme direcci�n de un religioso; el cultivo de la tierra y la cr�a de ganado ser�an las actividades primordiales. Las comunidades se formar�an con indios cristianos, exclusivamente, y se impedir�a la intervenci�n de espa�oles y de indios gentiles. El capit�n dar�a su apoyo a los religiosos para que por la coacci�n militar se mantuviera unida a la comunidad.
Conviene observar que esta forma de organizaci�n de los pueblos ind�genas o "misiones" estaba orientada a impedir el contacto entre indios y espa�oles. El trabajo de los indios servir�a para producir el sustento de la comunidad, m�s un excedente para prevenir los a�os malos y para auxiliar a las nuevas fundaciones misionales mientras estaban en condiciones de producir su sustento. En este punto el proyecto de los jesuitas no coincid�a con el de las autoridades espa�olas, ya que �stas pretend�an que el trabajo de los indios cristianos sirviera a las empresas de los espa�oles. Hab�a una contradicci�n entre los intereses de los jesuitas y los de los vecinos espa�oles que, inevitablemente, desatar�a un conflicto; para prevenirlo, la legislaci�n establec�a que las misiones s�lo durar�an 10 a�os, al cabo de los cuales seguir�a la secularizaci�n, esto es, se retirar�a el religioso y vendr�a un cura p�rroco en su lugar para dedicarse exclusivamente a la atenci�n espiritual de la comunidad; la misi�n se transformar�a en pueblo y los indios pagar�an los diezmos y el tributo como en el resto de la colonia. Por razones que m�s tarde expondremos, en el noroeste no se cumpli� la ley y las misiones duraron mucho m�s de lo previsto, lo que suscit� dificultades. Es preciso recordar las circunstancias de las misiones de la provincia de Sinaloa, porque nos ayudar� a entender mejor lo que sucedi�.
El proyecto de los jesuitas en esta zona tambi�n caus� malestar entre los superiores de la orden religiosa, a quienes pareci� inconveniente que los misioneros se ocuparan de asuntos "temporales", es decir, no expresamente espirituales. Tampoco les agradaba que vivieran en las comunidades ind�genas en lugar de estar agrupados en la residencia de la villa de San Felipe y Santiago, ya que esto pod�a ocasionar la relajaci�n de la disciplina que deb�an observar. A pesar de las oposiciones, el proyecto de los misioneros fue madurando y 10 a�os m�s tarde estaba consolidado; habr�a de funcionar durante 150 a�os.
Los jesuitas se dedicaron con empe�o a la organizaci�n de los pueblos de misi�n, de modo que entre 1608 y 1622 asentaron a los cahitas de los r�os Sinaloa, Mocorito, Fuerte, Mayo y Yaqui. Cada religioso atend�a a varios pueblos; aquel en el que resid�a se llamaba "cabecera" y a los otros se les denominaba "visitas". En el cuadro IV.1 se indica cu�les y cu�ndo fueron fundadas las misiones en la provincia de Sinaloa; las cabeceras se escriben con may�sculas y las visitas con min�sculas.
El R�o Mayo fue el l�mite norte de la provincia de Sinaloa durante la �poca colonial. En efecto, en el a�o de 1676 el gobierno espa�ol confirm� la divisi�n pol�tica del territorio de misiones de la siguiente manera: la provincia de Sinaloa empezaba en el R�o Mocorito y terminaba en el Mayo, a partir de este R�o y hasta el Yaqui se situaba la provincia de Ostimuri, y al norte del r�o Yaqui estaba la provincia de Sonora.
Aunque s�lo nos ocuparemos de las misiones de Sinaloa, es preciso se�alar que el sistema de misiones fundado por los jesuitas fue m�s extenso, pues creci� sostenidamente a lo largo del siglo XVII
y en el a�o 1699 lleg� a su l�mite en el territorio entonces conocido como la Pimer�a Alta, que hoy es el estado de Arizona en los Estados Unidos y que cont� con m�s de 110 pueblos de misi�n. Usamos el t�rmino "sistema de misiones" para indicar que estos pueblos estaban relacionados y no eran comunidades aisladas. Este hecho es muy importante para entender por qu� se extendi� y permaneci� el sistema, pues hubo entre estos pueblos un constante intercambio de productos, de misioneros y aun de ind�genas, que permiti� superar las condiciones adversas que con frecuencia azotaban a las comunidades, como inundaciones, sequ�as o epidemias, que hubieran aniquilado a una comunidad aislada.
Donde se perd�an las cosechas ah� llegaban alimentos de las misiones pr�speras; si faltaba un misionero, el ministro de un pueblo cercano atend�a a la comunidad mientras llegaba el remplazo; donde faltaban trabajadores llegaban indios de otra comunidad para ense�ar a los ne�fitos y para desempe�ar las tareas requeridas. El padre Francisco Javier de Far�a se refiri� al sistema como una gran hermandad en la que la abundancia de unos supl�a las carencias de otros.
Los jesuitas m�s destacados en esta etapa de las misiones de Sinaloa, adem�s de los citados, fueron Andr�s P�rez de Ribas, Pedro M�ndez, Crist�bal de Villalta, Vicente del �guila, Tom�s Basilio, Diego de la Cruz, Pedro Castini y Julio Pascual. P�rez de Ribas escribi� la historia de estas misiones entre 1591 y 1640 en una cr�nica que titul� Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre las gentes las m�s b�rbaras y fieras del Nuevo Orbe. Este t�tulo refleja el menosprecio de los espa�oles por los indios cahitas, pero, con todo, es un libro que tanto sinaloenses como sonorenses reconocemos como la cr�nica m�s importante de esta �poca de nuestra historia.