Organizaci�n y funcionamiento de la misi�n


El pueblo de misi�n, al que llamaremos simplemente misi�n, era una comunidad de ind�genas asentada en un lugar fijo y con l�mites precisos, con buenas tierras de cultivo y aptas para construir acequias de riego. En el centro estaba el templo, que era el punto principal de la vida com�n, junto con el atrio, el cementerio, el campanario y la casa del misionero, situados al frente y a los lados del templo. Lindante con el atrio estaba una plaza que serv�a como lugar de reuni�n y alrededor de �sta se alineaban las chozas que habitaban los indios; m�s all� estaban los campos de cultivo y pastoreo del ganado. Seg�n las leyes espa�olas, la tierra era propiedad de la comunidad, no de los individuos, aunque a cada familia se le entregaba una parcela para su sustento. Estaban tambi�n las tierras de la misi�n, cultivadas en com�n por los indios, y cuyos productos serv�an para cubrir las necesidades de la comunidad. El ganado de la misi�n era propiedad de la Compa��a de Jes�s.

En las misiones de Sinaloa el principal cultivo era el ma�z para sustento de la comunidad, as� como frijol, calabaza y chile. De las plantas tra�das de Europa se cultivaban el trigo, la ca�a de az�car y diversos �rboles frutales. Se criaba ganado bovino y equino, principalmente, aunque tambi�n hab�a cerdos, cabras y borregos. El padre misionero organizaba las actividades productivas y administraba el ganado y las cosechas de la misi�n. Por su parte, los indios administraban los productos de sus parcelas familiares y de los animales de su corral. En algunas misiones hubo otras actividades econ�micas, como la manufactura de artesan�as de barro, cuero, lana y algod�n y la fabricaci�n de az�car, harina de trigo, tasajo y cueros curtidos.

Los indios aptos para el trabajo deb�an laborar en sus parcelas familiares tres d�as a la semana; otros tres los dedicaban al trabajo en los campos de la misi�n, al pastoreo del ganado, a la conservaci�n del templo, a la limpieza de acequias o a otras tareas de beneficio com�n. Las mujeres cumpl�an diariamente las pesadas labores dom�sticas y en ocasiones auxiliaban a los hombres en las tareas del campo. Cuando los indios trabajaban para la comunidad recib�an el alimento para su familia en granos y carne, y una vez al a�o se les repart�a la tela para el vestido de la familia y otros art�culos importados desde M�xico, como instrumentos de trabajo y enseres para el hogar. �sta era la remuneraci�n que el misionero entregaba a los indios por su faena.

Las leyes espa�olas reconoc�an el derecho de las comunidades ind�genas a gobernarse por sus propias autoridades, pero subordinadas a los funcionarios del rey. Cada a�o, los indios eleg�an a sus "justicias", que eran tres principales: gobernador, alcalde y alguacil. Era responsabilidad del gobernador mantener el orden en la comunidad, juzgar las disputas y castigar a los culpables; ten�a tambi�n la importante tarea de organizar el trabajo para el servicio com�n. El alcalde auxiliaba al gobernador en todas sus funciones y lo supl�a cuando estaba ausente. El alguacil vigilaba a la comunidad, informaba al gobernador si se comet�a alg�n desorden en el pueblo y ejecutaba las �rdenes de �ste de aprehensi�n y castigo de los delincuentes. En algunas comunidades hab�a un capit�n nombrado por el capit�n espa�ol cuya tarea era organizar el servicio militar para auxiliar a las fuerzas del presidio.

Para la administraci�n religiosa de la comunidad el misionero nombraba a sus auxiliares, que eran el fiscal, el temasti�n y el sacrist�n. El fiscal se encargaba de vigilar que todos los miembros de la comunidad cumplieran los deberes religiosos, como asistir a misa, a las oraciones y a la predicaci�n; preparaba a los indios para la confesi�n anual, examinaba la instrucci�n religiosa de los j�venes que iban a casarse y cuidaba que los enfermos recibieran los sacramentos. El temasti�n se encargaba de la ense�anza del catecismo a los ni�os. El sacrist�n custodiaba el templo, tocaba las campanas que reg�an la vida de la comunidad y cuidaba que m�sicos y cantores cumplieran bien sus funciones.

La autoridad m�xima en la misi�n era el religioso, quien de hecho todo lo controlaba. Procuraba que en la comunidad se observara una disciplina estricta y reprim�a con rigor a quienes incurr�an en hechicer�a, a los raptores de mujeres, a los amancebados, a los borrachos y a los holgazanes. En la misi�n se aplicaban castigos corporales, como los azotes, el cepo y el recorte del cabello. Si el delito era muy grave, se entregaba el delincuente al alcalde mayor para que lo castigara, incluso con la muerte, como se penaba el delito de rebeli�n.

Esta forma de vida disciplinada en la misi�n logr� someter a los cahitas a la autoridad de los espa�oles, de modo que en el curso de la segunda mitad del siglo XVII se consigui� que los ind�genas de la provincia de Sinaloa estuvieran sujetos e integrados a la sociedad colonial: ya eran trabajadores utilizables en las empresas de los espa�oles. Es cierto que no todos los ind�genas aceptaron de buena gana este cambio tan profundo en su forma de vida y muchos hu�an de la misi�n, pero el capit�n del presidio los persegu�a y reintegraba a la comunidad. Los pueblos de misi�n se convirtieron en importantes productores de granos y ganado capaces de abastecer sus propias necesidades, de auxiliar a otras misiones y de vender alimentos a la poblaci�n espa�ola. No tenemos informaci�n acerca de la forma de vida de los indios gentiles, pero es seguro que la presencia de los espa�oles modific� sus costumbres; sabemos que algunos se acercaban voluntariamente a trabajar con los espa�oles y recib�an remuneraci�n.


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