Junto con la villa, la provincia, la misi�n y el presidio, instituciones espa�olas de las que ya hemos hablado, existi� en el noroeste colonial otro importante establecimiento llamado real de minas. Se trataba esencialmente de un distrito minero en donde las autoridades, adem�s de ejercer las funciones de gobierno, judiciales, fiscales y militares, deb�an aplicar las medidas conducentes al incremento de la producci�n de metales. Las autoridades superiores hab�an elaborado unas ordenanzas que los administradores del real de minas deb�an aplicar con firmeza y sagacidad. Con frecuencia, el administrador era el mismo alcalde mayor de la provincia, ya que aqu� se pod�an obtener las mayores ventajas econ�micas.
El alcalde o el administrador del real de minas pod�a adjudicar a cualquier vecino la propiedad de un terreno en el que hubiera descubierto una veta de metal, pero no deb�a permitir el acaparamiento de minas. El denunciante conservaba la propiedad s�lo si la trabajaba, porque de interrumpir el laboreo por m�s de cuatro meses la mina quedaba vacante y pod�a ser denunciada por otra persona. En la legislaci�n espa�ola se establec�a que el subsuelo y sus riquezas eran propiedad del rey, quien ced�a el usufructo de las minas a cambio de la quinta parte del metal producido. Era, pues, obligaci�n del alcalde vigilar que estuvieran activas y que se llevaran la plata a quintar, es decir, a pagar el impuesto del real quinto a alguna poblaci�n donde hubiera una Real Caja, ya que en el noroeste no hubo una durante el siglo XVII.
El alcalde deb�a facilitar la importaci�n de los alimentos necesarios para los peones y los animales de trabajo, asegurar el abasto de agua y de los instrumentos y materiales usados para extraer la plata, as� como posibilitar a los mineros la contrataci�n de peones para el pesado y peligroso trabajo en las minas. Sobre este punto, tan significativo para el funcionamiento del real de minas, hablaremos en detalle m�s adelante.
Los comerciantes ten�an gran importancia en el real de minas porque desempe�aban la funci�n de abastecer a la comunidad con todos los productos de consumo necesario. Entre ellos hubo algunos que destacaban por el monto del capital que manejaban; eran quienes importaban las mercanc�as desde la ciudad de M�xico y de otros remotos puntos de la Colonia. Estos comerciantes mayoristas, entre los que casi siempre se contaba el alcalde mayor, por lo general depend�an de alg�n almacenero de M�xico y actuaban tambi�n como "aviadores" o prestamistas de muchos mineros. En el siglo XVII
hubo pocos mineros del noroeste con capital suficiente para trabajar por su cuenta; lo ordinario era que recurrieran al comerciante para que les adelantara las mercanc�as con las que pagaban el jornal de los trabajadores, pues en el noroeste no circulaba la moneda. Al adelantar las mercanc�as el comerciante compromet�a al minero para que le entregara la plata producida, misma que remit�a a M�xico para pagar las importaciones. As�, la plata del noroeste sal�a r�pidamente de la regi�n sin dejar mayores beneficios.
El real de minas apareci� en el noroeste desde el siglo XVI,
cuando se descubri� la mina de Las V�rgenes en la provincia de Culiac�n. Posteriormente, Francisco de Ibarra fund� reales de minas en la provincia de San Sebasti�n, como P�nuco, Copala, Maloya y San Marcial, pero su bonanza fue ef�mera, hasta el siglo XVII
cuando se descubrieron las minas importantes que ya citamos: El Rosario en 1655, �lamos en 1683, y Cosal� que fue posiblemente el Real de las V�rgenes fundado el siglo anterior. Hubo tambi�n otros reales de minas que no alcanzaron la celebridad de los anteriores, como Nuestra Se�ora de Guadalupe, Charcas y San Bartolom� en la provincia de Copala, y Santa Rita y Plomosas en la provincia de Maloya. Los reales de minas dieron a las provincias del noroeste el car�cter de regi�n minera, y la actividad lleg� a tener amplia influencia en la estructuraci�n de la econom�a regional.