Vimos en el apartado anterior que los misioneros jesuitas y los soldados presidiales actuaron concertadamente, y que de esta manera lograron establecer comunidades ind�genas disciplinadas y ejercer el control sobre los cahitas antes semin�madas; sin embargo, para los intereses del gobierno espa�ol era un paso para obtener el dominio completo sobre la regi�n. Hac�a falta que llegaran colonos espa�oles para establecer empresas productivas y, con el trabajo de los indios sometidos, crearan la riqueza que beneficiar�a principalmente a un reducido grupo de poderosos y al gobierno espa�ol. Colonizar era volver "colonia" un territorio, es decir, hacerlo producir riquezas por medio de la explotaci�n de sus recursos naturales y humanos.
En la segunda parte del cap�tulo veremos de qu� manera se establecieron esos colonos en los territorios de la actual Sinaloa, c�mo se organizaron para desempe�ar sus actividades econ�micas, aprovecharon los recursos naturales de la regi�n y procedieron para ordenar el trabajo de los peones y de otros operarios. Empezaremos por exponer c�mo se reorganiz� la regi�n desde el punto de vista pol�tico y administrativo, y se�alaremos los movimientos de poblaci�n que hubo durante el siglo, ya que estos datos servir�n de referencia para relatar la historia del establecimiento de los colonos en Sinaloa.
La unidad territorial b�sica para el gobierno y la administraci�n de los dominios espa�oles fue la provincia, de la que ya hemos hablado al tratar de Chametla, Culiac�n, Sinaloa y San Sebasti�n. La inestabilidad de la provincia de Chametla, despu�s de San Sebasti�n, se debi�, por una parte, a la escasa poblaci�n y a la poca rentabilidad de sus minas y, por otra, a la disputa entre Nueva Galicia y Nueva Vizcaya por controlar la zona. Las disputas de poder iniciadas en el siglo XVI
continuaron en el XVII,
y tanto las autoridades de Nueva Vizcaya como de Nueva Galicia nombraban alcaldes para la antigua provincia de Chametla, circunstancia que perjudicaba a los colonos por la ambig�edad o duplicidad de autoridades locales que, incluso, los obligaban a pagar impuestos y exacciones por partida doble.
Fue hacia 1682 cuando se reconoci� definitivamente la jurisdicci�n de Nueva Vizcaya sobre la provincia de San Sebasti�n que Francisco de Ibarra fundara en el siglo anterior, y fue tambi�n por esas fechas cuando se determin� que ser�an tres las provincias de esta zona: Maloya, Copala y El Rosario, con los imprecisos l�mites que aparecen en el Mapa IV.3. Esta delimitaci�n territorial fue definitiva; los cambios posteriores tendieron a unificar a las provincias del noroeste, como veremos m�s tarde.
Cada provincia era gobernada por un alcalde mayor, nombrado por el gobernador de Nueva Vizcaya para Sinaloa, Maloya, Copala y El Rosario, y por la Audiencia de Guadalajara para Culiac�n, En su provincia, el alcalde mayor ten�a funciones de gobernador, juez, recaudador de impuestos y capit�n de guerra. Si la provincia era muy extensa o muy poblada, pod�a nombrar a un teniente para que en su nombre ejerciera sus funciones en una demarcaci�n menor.
Toda persona que aspirara al cargo de alcalde mayor, adem�s de tener antecedentes honorables, deb�a pagar al rey el precio en que se tasaba la alcald�a seg�n su riqueza; deb�a tambi�n depositar una fianza en la Real Hacienda para garantizar la entrega de los impuestos que cobrar�a en su jurisdicci�n y pagar por adelantado el impuesto llamado media anata, que era su contribuci�n como vasallo del rey. A todo esto hay que a�adir que el salario del alcalde mayor era bajo, pues en el noroeste excepcionalmente alcanzaban los 300 pesos anuales que ganaba un misionero. As�, quien recib�a el nombramiento llegaba a la provincia con el �nimo de recuperar con creces lo que hab�a gastado, lo que se traduc�a en abusos y exacciones en perjuicio de los habitantes, en especial de los m�s d�biles. Este procedimiento para la provisi�n de alcald�as tambi�n propici� que los ricos comerciantes de M�xico colocaran como alcaldes mayores a personas de sus confianzas para que fueran sus agentes comerciales en la provincia a su mando. De tal modo, a pesar de que las leyes lo prohib�an los alcaldes mayores eran los principales comerciantes de cada provincia y apoyaban los negocios con el peso de su autoridad.
Los alcaldes mayores llegaron a ser el s�mbolo de la arbitrariedad y del abuso, pero su autoridad fue importante en provincias alejadas del centro del poder espa�ol, como eran las del noroeste, pues del desempe�o de sus funciones depend�a el avance o retroceso de las actividades econ�micas as� como la defensa de las provincias frente al peligro que representaban los indios no del todo sometidos. La figura del alcalde mayor fue contrastante s�mbolo a la vez del despotismo y de la autoridad imperial, temido por sus s�bditos y tolerado por las autoridades superiores.
En las cinco provincias de Sinaloa, Culiac�n, Maloya, Copala y El Rosario se desarroll� la vida de nuestros antepasados del siglo XVII.
Provincias vecinas, con similitudes geogr�ficas pero tambi�n con diferencias en cuanto a sus recursos naturales, como indicamos en el cap�tulo 1, y sobre todo en cuanto al n�mero y la composici�n �tnica de la poblaci�n de cada una, punto al que nos referimos en el cuadro IV.2.
Los datos del cuadro IV.2 indican que en las cinco provincias la poblaci�n ind�gena no decrec�a a un ritmo tan acelerado como en el siglo anterior, pero que todav�a era importante. En las provincias de Maloya, Copala y El Rosario ya pr�cticamente no hab�a indios totorames; quedaban los xiximes y su n�mero disminu�a. En la provincia de Culiac�n los tahues avanzaban hacia su extinci�n. En Sinaloa, la poblaci�n ind�gena era muy superior a la de las otras provincias; sin embargo, se redujo aceleradamente de 70 000 a 14 600 ind�genas en el curso de 95 a�os. Este descenso se debi� principalmente a las enfermedades contagiadas por los espa�oles, que se hab�an vuelto end�micas en la regi�n, aunque tambi�n hubo otros factores como el mestizaje, porque los hijos de espa�ol e india, es decir, los mestizos, ya no eran indios.
Es muy poca la informaci�n que ofrece Peter Gerhard acerca de la poblaci�n no ind�gena de estas provincias. Afirma que en 1600 hab�a 600 habitantes no ind�genas en el �rea ocupada por los espa�oles, que iba del R�o de Las Ca�as al Sinaloa, y que en 1700 sumaban 15 000 en todo el noroeste, es decir, incluidas tambi�n las provincias de Ostimuri y Sonora. No podemos indicar cu�ntos correspond�an a las cinco provincias que aqu� nos interesan; s�lo sabemos que la mayor parte estaba en las provincias de Culiac�n, Maloya, Copala y El Rosario.
Sobre la composici�n �tnica y social de esa poblaci�n sabemos que una m�nima parte era de espa�oles europeos, entre los que se encontraban las autoridades, los cl�rigos, los comerciantes y los oficiales militares; otra parte estaba compuesta por espa�oles nacidos en la Nueva Espa�a, llamados "criollos" en otras regiones, pero que en el noroeste eran simplemente espa�oles. La mayor�a de estos 15 000 individuos estaba formada por mestizos, mulatos y negros que llegaron de otras provincias de la Colonia, como Guadalajara, Zacatecas y Durango. Asimismo, podemos observar que en la provincia de Sinaloa el n�mero de ind�genas superaba con mucho al de los otros grupos sociales, mientras que en las cuatro provincias restantes los indios eran la minor�a. La diferente composici�n �tnica y social de la poblaci�n influy� sobre las formas de vida de cada provincia.
A diferencia de lo ocurrido en el siglo anterior, en el XVII
hubo gran afluencia de pobladores no ind�genas hacia el noroeste. �Qu� era lo que atra�a a estos colonos? �Qu� buscaban en las lejanas provincias de la costa noroeste? A grandes rasgos podemos responder que uno de los principales imanes fue la plata, como sucedi� en otras provincias de la Nueva Espa�a. En el curso del siglo XVII
las cinco provincias se volvieron mineras en mayor o menor grado. Los tres grandes centros productores de plata, �lamos, en la provincia de Sinaloa; Cosal�, en la de Culiac�n, y El Rosario, en la provincia de su nombre, se descubrieron en ese siglo y estuvieron en actividad por muchos a�os.
Adem�s de la miner�a, a los colonos que establecieron empresas productivas les interes� la pesca de perlas en el Golfo de California, el comercio en el interior de las provincias, en las aleda�as y con los principales centros mercantiles, que eran las ciudades de M�xico, Guadalajara, Durango y Parral. La arrier�a era en aquella �poca una ocupaci�n de primera importancia, que implicaba mucha responsabilidad y daba prestigio a quienes la practicaban. La cr�a de ganado mayor y menor, la explotaci�n de las salinas, las pesquer�as y la producci�n de pescado seco, as� como la fabricaci�n de artesan�as, fueron tambi�n actividades econ�micas de los colonos espa�oles y mestizos.
En cambio, la agricultura result� ser una ocupaci�n poco atractiva para los colonos del siglo XVII;
hubo agricultores espa�oles, pero este ramo era atendido sobre todo por los indios. Los mestizos y los mulatos trabajaban como jornaleros al servicio de las empresas de espa�oles.
Adem�s de sus ocupaciones habituales, los colonos deb�an servir en las milicias. Como no hab�a ej�rcito profesional, fuera de las guarniciones presidiales, los mismos vecinos deb�an velar por la seguridad de sus familias y de sus propiedades, que pod�an ser amenazadas en cualquier momento.