6. La disputa entre los dos poderes

6. La disputa entre los dos poderes


Con la llegada de los Borbones al poder en Espa�a en 1700, cuando fue entronizado Felipe de Anjou, el quinto de ese nombre y quien se mantendr�a durante 46 a�os en el trono, las condiciones para las colonias se transformaron. Mediante un profundo cambio organizativo se buscaba mejorar las recaudaciones a trav�s de tributos, alcabalas, estancos y bienes desamortizados para resarcir a la Corona los usufructos que la pirater�a desviaba. Esa modernizaci�n administrativa significaba poner fin al paternalismo, reforzar la vigilancia interna y secularizar a la sociedad.

Se estableci� un fuerte en la barra principal y aumentaron los vig�as para custodiar el creciente negocio de la producci�n de cacao, cuya almendra para elaborar el chocolate se impon�a en la dieta de los europeos. De acuerdo con Gil y S�enz, el gobierno eclesi�stico tambi�n se reform�:

Para entonces, en 1794, Tacotalpa se hab�a convertido en la capital de la provincia gobernada por Miguel de Castro. Nueve partidos la compon�an con 55 pueblos y 55 903 habitantes, en tanto que 26 cl�rigos atend�an las necesidades de nueve parroquias, as� como de las iglesias existentes en las "reducciones de indios". Por lo que se ve, la presencia de la instituci�n eclesi�stica no era significativa, aunque los frailes dominicos del convento de Oxolot�n no s�lo aumentaron el n�mero de conversos, sino la propiedad que se convirti� en hacienda.

En dos siglos la poblaci�n tambi�n se hab�a transformado. De la mezcla de indios y espa�oles surgieron los "pardos"; m�s adelante, con el establecimiento de la esclavitud, llegaron negros que tambi�n marcaron el mestizaje, que dio lugar a las castas que se conformaron en Tabasco. Sin embargo, la poblaci�n ind�gena disminuy� notablemente debido a las plagas y, en ocasiones, a lo brutal de la represi�n, como la que sigui� al levantamiento de los tzeltales en 1712. Otros indios abandonaron sus sitios originales y se refugiaron en la selva para dejar de ser tributarios.

Uno de los acontecimientos m�s graves en la provincia sucedi� en la segunda mitad del siglo XVIII. Las intensas lluvias y crecientes provocaron una inevitable tragedia, que los pobladores llamaron el Diluvio de Santa Rosa, en virtud de que ocurri� un 30 de agosto de 1782. La riqueza fue arrasada: se inundaron las haciendas de ganado, que se hab�an introducido con particular �xito, as� como las plantaciones de cacao, por lo que muchas familias quedaron en la miseria. Francisco de Amuzqu�var, el primer gobernador con t�tulo del rey que lleg� a Villahermosa en 1780, poco pudo hacer para administrar la justicia en esas condiciones. Tabasco, sin embargo, se prepar� para sortear eventualidades como aqu�lla, que se han repetido a lo largo de su historia, aunque no siempre con esa gravedad, y sus habitantes saben bien lo que procede hacer para enfrentarlas, pues forman parte de la cultura del agua, que tanto los ha marcado.

Las reformas borb�nicas permitieron superar, no sin dificultades la bancarrota de la econom�a regional, pero escasamente lograron influir en los asuntos eclesi�sticos. Durante el siglo XVIII pocos cl�rigos permanecieron en Tabasco, y los obispos de Yucat�n, a cuya di�cesis pertenec�a esa provincia, la visitaban muy poco. Cuando fray Pedro de los Reyes estuvo ah� en 1715 hab�an pasado 30 a�os desde la �ltima visita de un obispo. Durante sus estad�as, los obispos confirmaban a cuanto indio fuera posible y escuchaban los reclamos de la poblaci�n por el maltrato y los abusos de los religiosos, que somet�an al ind�gena para que trabajara en sus haciendas, lo obligaban a pagar diezmos y aranceles, y aun abusaban sexualmente de las mujeres; pues, seg�n Ruz,

Aunque desde el siglo XVII se hab�a comenzado a delinear la estructura eclesi�stica del Tabasco colonial, es hasta el siglo XVIII cuando, con el establecimiento de las capellan�as, �sta se vuelve m�s organizada. Como parte de dicha estructura destacan las iglesias de Jalapa y Teapa, y en 1776 se crea la ermita del Se�or de Esquipulas en Villahermosa, precisamente cuando la provincia alcanza la categor�a de gobernaci�n en lugar de alcald�a mayor.

Con las reformas borb�nicas se acentuaron las diferencias entre las �rdenes religiosas que manten�an alg�n referente en Tabasco, como los dominicos, los franciscanos, los mercedarios y los jesuitas. Estos �ltimos, como se sabe, fueron conminados a abandonar el territorio de la Nueva Espa�a por sus diferendos con la Corona.

Por el a�o de 1791, al finalizar el siglo XVII, el conde de Revillagigedo, a trav�s del obispo de Yucat�n, como dice Rico Medina, solicit� informes sobre las cofrad�as y hermandades existentes en Tabasco, para dar "... noticia individual de cuantas sean, de sus fondos, sin contar con los que constan en los bienes de comunidad, o en lo que de ellos se saca para gastos, expresando las que se hallen fundadas con licencia real". De las respuestas, contenidas en el ramo de Cofrad�as y Archicofrad�as del Archivo General de la Naci�n (AGN), puede establecerse que exist�a un capital considerable para la �poca, distribuido de la siguiente manera:

— De Jalapa, el cura beneficiado Dn. Miguel de la Rueda informaba de las cofrad�as de Nuestra Se�ora de la Concepci�n con 1 811 pesos y 4 reales, la del Santo Nombre de Jes�s con 800 pesos, la de las �nimas del Purgatorio con 2 000 pesos.

— De Cunduac�n, el cura coadjunto Dn. Ignacio Ram�n Sartr�, daba cuenta de la archicofrad�a del Sant�simo Sacramento con 3 600 pesos invertidos en fincas, que redit�an 180 pesos y sus gastos de 300 pesos complet�ndolos con limosnas. Contaban, adem�s, con las cofrad�as de Nuestra Se�ora del Rosario con 1 000 pesos y gastos de 70 pesos sufragados con las limosnas, de Nuestra Se�ora de la Natividad con 500 pesos perdidos y un fondo de 1 400 pesos y gastos por 100 pesos, de las �nimas Benditas con fondos de 11 530 pesos y 3 reales y con 200 pesos por gastos de obras.

— De San Juan Bautista, el cura, vicario y juez eclesi�stico informa de las cofrad�as de Animas con 3 000 pesos repartidos en fincas, cobr�ndose s�lo 82 pesos con los cuales la cofrad�a no puede vivir; la de Nuestra Se�ora del Rosario con capital inicial de 2 000 pesos que apenas si recibe r�ditos de 5 pesos que no alcanzan a cubrir sus gastos; la Hermandad del Dulce Nombre de Jes�s con licencia diocesana, lo cual le permite realizar sus festividades con limosnas.

— De Teapa, Joseft Joaqu�n Barbosa informa de los Altares y de las capellan�as. La del Sant�simo Sacramento con 1 000 pesos al 9% de la Hacienda de Dn. Juan Balboa, 300 pesos sobre la de Dn. Manuel Vuelta Qui�ones, 1 500 pesos sobre la de Dn. Jos� Gurr�a, 500 pesos en pleito sobre la de Dn. Juan Arrieta. Los r�ditos de los 3 500 pesos se destinan a misas, aceite y velas.

— El del Sant�simo Cristo, con la advocaci�n del Se�or de las Lluvias, tiene 1 210 pesos al 5% y 10% a diez a�os, aunque sus bienes principales est�n embargados, m�s 50 pesos sobre la hacienda de Bartolom� Acosta y 250 pesos en poder de Dn. Juan Arrieta en litigio; con los r�ditos de este Altar se cantan misas dos viernes de cada mes y los gastos se complementan con las limosnas.

— El Altar de las �nimas tiene fincados 2 237 pesos y 5 reales en la hacienda de Dn. Mart�n Demetrio; 250 pesos sobre la hacienda de Dn. Manuel Arrieta y 500 pesos embargados. El total del principal es de 2 987 y 5 reales con cuyos r�ditos se pagan las misas de los lunes de todo el a�o y funciones de los finados. El Altar de San Jos� con 1 150 pesos distribuidos entre diferentes personas; el del Rosario con 600 pesos entre individuos que mantienen el capital oculto por no aparecer en las escrituras.

— De Tacotalpa, el p�rroco Jos� Benito de Vera informa de las cofrad�as del Sagrario con un fondo de 1 150 pesos sobre la hacienda de Cacaguatal a 5%; de Nuestra Se�ora de la Asunci�n con 753 pesos y 1 real; de Nuestra Se�ora de los Naturales con 250 pesos; de las Benditas �nimas con 1 800 pesos al 5%, pero sus r�ditos junto con las limosnas no alcanzan para sostener las capellan�as y los mayordomos encargados tienen que complementar los gastos de sus funciones.

— De Macuspana, el p�rroco Jos� Gonz�lez informa de una sola cofrad�a donde hay una poblaci�n de ganado bajo la advocaci�n del Se�or de la Salud con 60 pesos que apenas alcanzan para el gasto de la fiesta del patr�n que cuesta 52 pesos.

— De Usumacinta, el padre Juan Alonso de Vera, cuenta que tiene 16 cofrad�as en su distrito con aprobaci�n episcopal, pero en deplorable estado por las "crecidas" de los r�os acaecidas entre 1784 y 1786 por lo cual no puede informar de sus capitales.

— De Nacajuca, el p�rroco Francisco de Olivera da informaci�n de las cofrad�as de Nuestra Se�ora de los Remedios con capital de 1 392 y 6 y medio reales, fincada sobre diferentes ramos al 5%, la del Sant�simo Cristo de Opacagne con 1 471 pesos al 5% y la del Sant�simo Cristo de Ampoyas con 250 pesos al 5%.

Pero, durante el gobierno de Francisco de Amuzqu�var (1784-1791), las pugnas entre autoridades civiles y religiosas se incrementaron, en parte porque con los Borbones se inici� un proceso de secularizaci�n que comenz� a definir las dos esferas del poder, y porque el mismo gobernador lleg� nutrido de las ideas del pensamiento iconoclasta franc�s del periodo del iluminismo. Entre sus primeras acciones destac� la de frenar los privilegios eclesi�sticos; cuestion� el incumplimiento reiterado de las funciones del clero y se inconform� con la falta de "provisi�n espiritual de los pueblos de la Sierra, a pesar de existir cuatro sacerdotes en Tacotalpa y [que] cobran con rigor sus derechos parroquiales". Pero el caso que m�s llam� la atenci�n, de acuerdo con Rico Medina, fue "...el testimonio remitido por las autoridades de Oxolot�n sobre el fallecimiento del mulato Jos� Toribio, que muri� sin sacramento porque a su mujer no le fue posible ir por alg�n cura a Tacotalpa por la distancia y por el mal tiempo". Por si fuera poco, "el 6 de enero de 1791, Nicol�s Acosta, alcalde de Tapijulapa, le comunica a su vez la muerte de dos indios mayores de edad que expiraron sin auxilio religioso".

El gobernador decidi� comunicar al virrey, el conde de Revillagigedo, lo que suced�a en Tabasco, y �ste orden� al obispo de Yucat�n que atendiera los pueblos que carec�an de ministerio eclesi�stico. El vicario de Tabasco, Jos� Benito Vera, quien se desempe�aba como cura de Tacotalpa desde hac�a m�s de 20 a�os, reaccion� respondiendo que el clero subsist�a gravando apenas con 5% a las 39 cofrad�as existentes y la �nica archicofrad�a de Cunduac�n; lo mismo suced�a con las capellan�as. Vera sostuvo que en raras ocasiones sus feligreses hab�an carecido de sacerdotes, y revert�a la cuesti�n para acusar a Amuzqu�var de irreverente, porque trataba a los santos de "virotes de palo", imped�a el repicar de las campanas el tiempo necesario y hab�a "enfriado la devoci�n de los fieles" con su mal ejemplo.

Lejos de que tales acusaciones arredraran al gobernador, seg�n Rico Medina, �ste volvi� a arremeter contra los eclesi�sticos, acus�ndolos de practicar amancebamiento, de robo a sus feligreses y de que "...ocultan una tercera parte de sus emolumentos que perciben y omiten los ingresos provenientes de lo que llaman accidentes del baptismo, casamiento [...] adem�s de las continuas funciones de la iglesia, octavarios y novenarios [...]. Con estos procedimientos las autoridades episcopales de M�rida defraudan al rey cometiendo una falta de consideraci�n a favor del real erario".

Las acusaciones entre la autoridad civil y la eclesi�stica fueron y vinieron, e incluso estuvo a punto de iniciarse un proceso inquisitorial contra Amuzqu�var poco antes de que muriera. Del enfrentamiento quedaba claro que Tabasco no aportaba las mejores condiciones para que la labor espiritual fuera m�s profunda; ni siquiera se hab�a arraigado ah� una orden religiosa, a diferencia de lo que sucedi� en Chiapas y en Yucat�n; adem�s, dicha labor se limitaba tambi�n por la dependencia del clero tabasque�o respecto de la di�cesis de Yucat�n. Las disputas entre los dos poderes continuaron present�ndose, y todav�a en 1812 el gobernador Andr�s Gir�n envi� un documento al virrey en el que le informaba que a su llegada hab�a encontrado la iglesia parroquial cerrada, as� como m�ltiples goteras que maltrataban las im�genes y los cuadros, y a�ad�a que las tres ermitas del lugar eran insuficientes para dar cabida a los feligreses. Se nombr� entonces a un responsable que se hiciera cargo de la reconstrucci�n, y al mismo tiempo el pueblo procedi� a solicitar cuentas al mayordomo anterior, Juan Ignacio Mart�nez, porque la f�brica de la iglesia se compon�a tanto de diezmos como de obras p�as y de una casa de campo.

Como el mayordomo no recordaba, seg�n el mismo amo de Cofrad�as y Archicofrad�as del AGN, c�mo ni de qui�n hab�a recibido los libros de cuentas en el obispado, fue arrestado por �rdenes del gobernador, el cual solicit� un asesor y un escribano al virrey

El inculpado aleg� que �l mismo hab�a entregado al p�rroco 3 396 pesos, y que luego �ste le exigi� otros 7 000 pesos de caridad; y aun as�, a�adi�, pasados ocho a�os no hab�a realizado ninguna reparaci�n en la iglesia. Denunciaba adem�s que el cl�rigo y el ministro de Hacienda estaban en su contra, e incluso alegaba que la esposa del administrador acompa�aba al p�rroco en viajes que duraban hasta tres meses, por lo cual supon�a que exist�a una estrecha amistad entre uno y otro para actuar en su contra.

El acusado se convirti� en acusador cuando le manifest� al virrey que el gobernador hab�a promovido la formaci�n de bandas e hizo repartir diez cartuchos a la Compa��a de Veteranos, "qui�n sabe con qu� perspectiva". Insisti� en que la provincia estaba dominada por el administrador Jos� Llergo, el p�rroco Jossef Eugenio Quiroga, el comandante Lorenzo Santa Mar�a y otros cercanos a ellos. Seg�n su denuncia, este grupo atentaba contra "...todo vecino honrado y hombre de bien", y ".... .se ha formado una Compa��a de Artilleros con gran perjuicio de la agricultura pues los individuos s�lo son labradores y viven de 6 a 7 leguas en esta villa y en rigor se les hace venir todos los s�bados [...] habiendo de estos hombres algunos que no tienen medios para comer". Por estas razones, el gobernador desposey� al mayordomo de su t�tulo de regidor y lo mantuvo preso, atado a los grilletes.

El fiscal civil envi� una nota a Andr�s Gir�n en la que le recordaba la intenci�n que deb�a obrar en los mayordomos de f�brica de las iglesias y que fue expedida por su majestad el 23 de julio de 1797, cuyo art�culo 23 indicaba la obligaci�n de presentar cuentas a los vicepatronos.

Finalmente Gir�n dej� en libertad a Mart�nez, pero inmediatamente envi� ocurso a Pedro Agust�n, obispo de M�rida, para manifestarle el "celo y desvelo" con los que tanto �l como el vecindario se preocupaban por el arreglo de las iglesias, en alusi�n a la del Santo Cristo de Esquipulas, que "se haya en el d�a con un magn�fico frontispicio de moderna arquitectura, con cuatro campanas". Le comentaba que para los arreglos contaba ya con el apoyo del vicario y le solicitaba el suyo, am�n de indicarle que pronto comenzar�an las reparaciones de la iglesia principal con 3 000 cargas de cal, barcadas de piedra y todo el material del antiguo templo. Gir�n le indicaba al obispo que a su parecer era indigno de la casa de Dios el estado de los recintos sagrados, lo cual le resultaba extra�o porque Tabasco contribu�a con 84 000 pesos a los diezmos de la catedral cada cuatro a�os. Pero le extra�aba m�s todav�a que la provincia no contara con el modo de educar a sus hijos, porque no hab�a escuela ni de gram�tica ni de primeras letras.

El obispo estuvo de acuerdo con los requerimientos y le respondi� autoriz�ndolo a pedir al mayordomo que entregara las cuentas, y lament�ndose por no poder reducir la carga impositiva. El fiscal civil tambi�n lo apoy� para que manejara los fondos de la f�brica y reedificara la iglesia con ellos.

As� transcurri� el orden colonial en la provincia tabasque�a: con la creaci�n de nuevas instituciones y la implantaci�n de las tra�das por los espa�oles, quienes hicieron a un lado las costumbres y las formas de organizaci�n que encontraron a su llegada. La religi�n fue probablemente el caso m�s paradigm�tico porque, pese a la escasa presencia de cl�rigos, lograron imponerse las nuevas creencias, arrasando con las de la poblaci�n nativa.


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