Adem�s de la p�rdida de poblaci�n, Tlaxcala tambi�n tuvo que soportar la carga de las tributaciones que deb�a entregar a la Corona. Aun cuando el propio Hern�n Cort�s la exent� de ser afectada por las encomiendas de indios, los tlaxcaltecas no escaparon de una imposici�n tributaria. Durante los a�os inmediatos al establecimiento de la alianza hispano-tlaxcalteca y de la conquista de Tenochtitlan, Tlaxcala ofreci� a los espa�oles una serie de mercanc�as valiosas, como oro, plumer�as, textiles y v�veres, pero m�s como un voluntario gesto de amistad y de vasallaje al rey de Espa�a que como un tributo obligado de pueblo conquistado, categor�a que nunca fue reconocida por Tlaxcala. Sin embargo, a partir de 1522 esta provincia acept� entregar a la Corona un tributo fijo anual de 8 000 fanegas de ma�z.
A dicha contribuci�n se sum�, y a veces se altern�, la de los servicios personales. Un grueso n�mero de tlaxcaltecas trabaj� en las obras de desmantelamiento de lo que era la antigua Tenochtitlan y en las de construcci�n de la nueva ciudad de M�xico; luego, de manera m�s intensa y organizada entre 1532 y 1548, en la edificaci�n de la ciudad de Puebla de los �ngeles y varias d�cadas despu�s en diferentes obras de desag�e del valle de M�xico. El Cabildo de Tlaxcala se resisti� constantemente a estas numerosas cargas de servicios personales, y acudi� hasta el rey para que le fueran eliminadas, pero no tuvo �xito en el caso de los trabajos dedicados a Puebla. Ah�, la presi�n de los labradores espa�oles, la necesidad de construir una catedral y, por �ltimo, los ordenamientos del virrey obligaron a los tlaxcaltecas a cumplir con su aportaci�n constante de 800 a 1 000 indios durante cerca de 16 a�os. No obstante, a cambio de ese servicio personal Tlaxcala consigui� que fuera suspendido por el mismo lapso el tributo de las 8 000 fanegas de ma�z, adem�s de obtener algunas otras concesiones dirigidas a alejar la presencia espa�ola de la provincia, que se le respetara su autonom�a y no se le impusieran las condiciones de pueblo indio tributario.
Cabe recordar que antes de la llegada de los espa�oles, Tlaxcala no hab�a tenido la experiencia de entregar tributos y servicios personales a pueblos extranjeros, aunque tales contribuciones s� exist�an en el interior de su propia organizaci�n social. Por lo tanto, las contribuciones que ahora deb�an conceder al rey de Espa�a y a sus vasallos no dejaron de representar en el sentimiento de los tlaxcaltecas un tipo de humillaci�n y de sometimiento, por m�s que se consideraran un pueblo aliado y no conquistado.
Inicialmente el tributo de ma�z fue obtenido del trabajo colectivo de una sementera comunal creada para tal prop�sito. Pero hacia 1550 el cabildo decidi� modificar este sistema por otro basado en una contribuci�n personal de todos los tlaxcaltecas jefes de familia (tributarios), y cuya cantidad de fanegas de ma�z estaba en proporci�n al estrato social al que pertenec�an, es decir, los nobles y principales pagaban m�s fanegas per c�pita que los macehuales. Una vez entregadas las 8 000 fanegas, la autoridad espa�ola correspondiente las vend�a en remate a un solo postor, para convertir el tributo en dinero.
A mediados del siglo XVI, algunas autoridades espa�olas intentaron por diferentes medios subir el monto del tributo pagado por los tlaxcaltecas, pero �stos hicieron otro tanto, no s�lo para impedirlo, sino incluso para que les fuera derogado, pues siempre lo hab�an considerado como lesivo a sus privilegios de pueblo aliado. No obstante que a otros pueblos no tlaxcaltecas tenidos por "realengos", es decir, con dependencia directa del rey, s� les fueron incrementados entonces los tributos, a Tlaxcala no. Esto se debi� en gran parte a la intervenci�n que en su favor hicieron los frailes franciscanos y el virrey Luis de Velasco I, pero sobre todo gracias a la visita personal de una delegaci�n de principales tlaxcaltecas hiciera al propio rey Felipe II. Por decisi�n real, a Tlaxcala no le fue incrementado el tributo, aunque se le mantuvo el que ya ten�a de 8000 fanegas, y como una especie de compensaci�n, entonces se le otorgaron a la ciudad de Tlaxcala los t�tulos de Muy Noble y Muy Leal, y se les concedi� escudo de armas a varias casas se�oriales. Pero tal vez m�s importante que eso es que la provincia fue exenta, a diferencia de los dem�s pueblos indios de Nueva Espa�a, de que sus terrazgueros fueran convertidos en macehuales libres y, por tanto, en tributarios nuevos.
Los terrazgueros eran, desde la �poca prehisp�nica, indios sin tierras propias y que trabajaban las de los nobles, en contraste con los macehuales, quienes labraban las de su propiedad. Al otorgarles tierra a los terrazgueros, la Corona los convirti� en macehuales con obligaci�n de pagar tributo al gobierno espa�ol y ya no a los se�ores ind�genas. L�gicamente, la Hacienda Real se benefici� con nuevos tributarios, pero las casas se�oriales vieron minar fuertemente su poder al perder terrazgueros, y la estructura social ind�gena que a�n sobreviv�a fue modificada de manera sustancial. Sin embargo, como Tlaxcala fue exceptuada de esta obligaci�n, sus se�ores, caciques y principales fueron ennoblecidos y fortalecidos, al menos por m�s tiempo y en este orden de cosas.
No obstante que en 1539 y en 1563 dos mandatos del rey hab�an otorgado a Tlaxcala la promesa de que no ser�a sometida a la contribuci�n de servicios personales, esto no se cumpli� a cabalidad. Adem�s del contingente de tlaxcaltecas empleado de modo compulsivo en la edificaci�n de la ciudad de Puebla entre 1532 y 1548, en la d�cada de 1570 la provincia tuvo que contribuir en obras que se hac�an en la catedral de aquella misma ciudad, y prestar servicios personales a labradores espa�oles del valle de Atlixco. En esas mismas fechas, el virrey intent� recargar el tributo de ma�z establecido a Tlaxcala con uno adicional monetario de bastante monto. Las protestas que por este motivo elev� el cabildo de Tlaxcala provocaron la intervenci�n del Consejo de Indias y de la Real Audiencia de M�xico, gracias a lo cual la tributaci�n no fue incrementada, aunque no se suspendieron los servicios personales coercitivos de Puebla y Atlixco. Inquietos por tan repetidas violaciones a sus derechos y privilegios, los tlaxcaltecas enviaron en 1583 otra delegaci�n a Espa�a (la sexta) para visitar al rey. En esta ocasi�n lograron un t�tulo de honor m�s para su ciudad: la de "Muy Insigne", y escudos de armas para otras casas se�oriales, pero sobre todo obtuvieron la concesi�n de una c�dula real que garantizaba a Tlaxcala no volver a ser sometida a servicios personales para ninguna parte del reino.
Sin embargo, las presiones para obtener m�s recursos de los tlaxcaltecas no terminaron ah�. Debido a que Espa�a estaba necesitada de dinero para poder solventar las guerras que sosten�a contra otras naciones europeas, y para crear una flota de buques de guerra que protegiera sus intereses en ultramar, en 1591 el rey impuso a todos sus vasallos una nueva contribuci�n de cuatro reales. A dicho pago, conocido como del "tost�n" por su equivalencia a 50 centavos, se le dio consideraci�n de extraordinario y no de tributo, aunque ser�a por tiempo indefinido, y Tlaxcala no estar�a exenta de �l. Acogi�ndose a ese car�cter de "contribuci�n especial", el cabildo ind�gena decidi� por iniciativa propia otorgarlo �nicamente por dos a�os, aun en contra de la voluntad virreinal. Por este motivo, al t�rmino de dicho lapso, Tlaxcala fue obligada a continuar haciendo los pagos correspondientes. Sin embargo, partir de 1597, a�o de malas cosechas en Tlaxcala, el cabildo se neg� a continuarlos y present� una apelaci�n ante el Consejo de Indias para que le fuera levantada tal obligaci�n. Como respuesta a su actitud rebelde, el virrey orden� en 1599 el embargo y venta en subasta p�blica de los bienes del cabildo ind�gena y el encarcelamiento de todos sus miembros hasta que los tlaxcaltecas pagaran el adeudo del "tost�n", que para entonces ya era de 21 600 pesos.
Pero no fue �se el �nico sometimiento violento por motivos tributarios. Para las mismas fechas otros principales de Tlaxcala tambi�n fueron puestos en prisi�n y las tierras del cabildo rematadas debido a un rezago menos cuantioso que el anterior en el pago del tributo de ma�z. Estos hechos, adem�s de humillar a Tlaxcala y desaprobar de golpe la autoridad de su cabildo, ven�an a contradecir la situaci�n de privilegio dada por la misma autoridad que ahora la sancionaba. El da�o fue irreparable, pues, entre otras cosas, las tierras rematadas fueron adquiridas por espa�oles, quienes de esta manera pudieron penetrar legalmente en una provincia que les estaba vedada.