Ruptura de los fr�giles equilibrios


La oligarqu�a tlaxcalteca se caracteriz�, no s�lo durante el porfiriato, sino desde tiempo atr�s, por su falta de unidad y por tener una fuerza relativamente limitada. Esta situaci�n fue aprovechada y ahondada con gran astucia por el gobernador Cahuantzi para mantener una cierta autonom�a de poder frente a ella, sin que esto signifique que no haya recibido de esta misma oligarqu�a una importante ayuda para el sostenimiento de su gobierno. Don Pr�spero ingres� al grupo de propietarios rurales del estado, pero sin llegar a ser un gran latifundista; por esto, as� como por la actitud que mantuvo hacia ellos, no se puede afirmar que defend�a solamente los intereses de los hacendados, ni siquiera que estaba plenamente identificado con dicho grupo. Cahuantzi sab�a que su base de poder se asentaba tanto en los grandes como en los peque�os propietarios, as� como en los pueblos; por esta raz�n busc� mantener un h�bil aunque delicado juego de equilibrios entre todos. Sin embargo, las contradicciones propias del sistema porfiriano llevaron esta especie de balanzas sociales a sus l�mites de funcionamiento, hasta que por fin se rompieron.

Las relaciones entre la oligarqu�a agraria y el gobernador fueron complejas, inestables y a veces tensas. Los impuestos por la comercializaci�n de madera, pero sobre todo las contribuciones por la producci�n de pulque, provocaron numerosos enfrentamientos entre el gobierno y un sector de grandes propietarios. Lo mismo sucedi� en las ocasiones en que Cahuantzi lleg� a apoyar a algunos pueblos en sus conflictos contra hacendados, o las veces en que se mostr� en�rgico en la defensa de los peones y jornaleros maltratados por sus patrones.

Por otra parte, varios factores generaron divisiones entre la misma oligarqu�a. Mientras la minor�a de sus miembros resid�a en Tlaxcala y depend�a s�lo de sus propiedades rurales, la mayor�a proven�a o estaba fuertemente ligada a Puebla o a la ciudad de M�xico, y ten�a sus capitales diversificados en varios sectores de la econom�a. Los hacendados pulqueros resintieron el hecho de que los cerealeros pagaran menos impuestos que ellos; entre los productores de pulque hubo los que se asociaron a una compa��a comercial y los que continuaron independientes. Algunos hacendados participaron de manera activa del desarrollo ferrocarrilero, pero otros no; existieron los que modificaron su sistema laboral paternalista y de peonaje y los que se mantuvieron en �l por mucho tiempo m�s.

Durante el prosperato, la situaci�n de los propietarios rurales en su conjunto, y ya no s�lo la de los terratenientes, no fue estable ni f�cil. El valor de la tierra subi� casi al triple, las hipotecas de haciendas y ranchos fueron abundantes, el impuesto predial fue cada vez m�s elevado y cobrado con mayor rigor, y la producci�n agr�cola tuvo fuertes altibajos, por lo que, en general, el movimiento de compra-venta de las propiedades rurales fue intenso. En la medida en que los propietarios pose�an mayores recursos, tuvieron m�s capacidad de negociaci�n con el gobierno, fuera para conseguir reaval�os menos altos o facilidades en los pagos fiscales. Tambi�n tuvieron m�s posibilidades para obtener financiamientos hipotecarios en instituciones de cr�dito. No obstante, este tipo de propietarios, medianos y grandes, no se libr� de padecer las exigencias de las autoridades en el sentido de conseguir del sector agrario los mayores recursos posibles para el erario p�blico.

Con respecto a los peque�os propietarios, cabe decir que fueron los m�s afectados por la situaci�n antes descrita. Su escasez de recursos los coloc� en una posici�n m�s vulnerable y dif�cil para negociar ante las pol�ticas fiscales y agrarias del gobierno, por lo que la presi�n que se ejerci� sobre ellos los coloc� en un estado cr�tico y de f�cil irritabilidad en contra de las autoridades. Sin embargo, esta presi�n muchas veces descendi� o se posterg� debido a que el propio gobierno tambi�n tuvo hacia ellos conductas proteccionistas como, por ejemplo, tolerarles posesiones comunales y colectivas a pesar de las leyes de desamortizaci�n, otorgarles financiamientos con dinero del erario y brindarles apoyo en sus pleitos contra algunos hacendados.

Otro factor que puso en juego la estabilidad social fueron las crisis agr�colas que repetidamente se vivieron en Tlaxcala durante ese periodo. En t�rminos generales, podr�a afirmarse que la mayor�a de la poblaci�n tlaxcalteca ten�a satisfecha su subsistencia b�sica, aun cuando no era dif�cil perderla en cualquier momento, pues estaba sustentada en un delicado equilibrio de factores geogr�ficos y sociales, sujetos a peri�dicas alteraciones. La producci�n agr�cola era muy fr�gil a causa de que en gran parte de la entidad la tierra era poco f�rtil y el agua escasa. El abasto de los productos b�sicos para la alimentaci�n, principalmente el de ma�z, era irregular; incluso lleg� a ser deficiente en casi las dos terceras partes del periodo cahuantzista, y en por lo menos cuatro ocasiones se produjo verdadera escasez al prolongarse por varios a�os las malas cosechas. Durante estas crisis agr�colas fue necesaria la intervenci�n del gobierno estatal para evitar el peligro de una hambruna entre los grupos sociales menos favorecidos. Para ello, las autoridades proporcionaron ma�z a precios m�dicos y obligaron a los grandes productores a sacar sus reservas, cuando las ten�an, pues no puede afirmarse que las haciendas hayan sido centros de acaparamiento de semillas de modo permanente.

Dentro de la producci�n agr�cola, s�lo el pulque tuvo un ascenso casi permanente, debido a la natural autonom�a que el maguey guarda respecto a los ciclos agr�colas de los otros cultivos, y a que su desarrollo requiere de poca agua. De ah� que los hacendados pulqueros pudieran resistir mejor las repetidas crisis agr�colas, en comparaci�n con los hacendados cerealero y, por supuesto, con los peque�os propietarios. La bonanza pulquera s�lo se vio parcialmente interrumpida cuando los precios de dicha bebida descendieron al saturarse el mercado por el exceso de producci�n.

En tiempos de crisis agr�colas, la hacienda represent� una relativa garant�a de subsistencia para sus trabajadores acasillados. Para una parte de este sector de la sociedad, su salario real pr�cticamente se mantuvo estable a lo largo del prosperato, pues cuando los precios del ma�z se incrementaban, tambi�n sub�an los salarios, que adem�s estaban complementados con raciones en especie. Sin embargo, para la poblaci�n excluida del sistema proteccionista de la hacienda abastecerse de b�sicos fue dif�cil y a veces cr�tico, al disminuir su poder de compra. Fue as� como un elevado porcentaje de su seguridad pas� a depender de las eventuales medidas proteccionistas del gobierno. El abasto p�blico organizado en �pocas de escasez y carest�a acab� por convertirse en pol�tica de gobierno ante el temor de que se generaran motines populares que alteraran la paz social.

Por otro lado, la presi�n fiscal ejercida sobre la poblaci�n gener� un descontento creciente en contra del gobierno entre casi todas las capas sociales, particularmente la de los peque�os propietarios agr�colas; descontento que, m�s tarde, aunado a otras inconformidades sociales, se traducir�a en una abierta rebeli�n. Un ejemplo muy importante respecto al incremento fiscal que se present� en Tlaxcala, ocurri� en 1897, cuando fue expedida una nueva ley de hacienda en el estado, mediante la cual se elev� en 33% el impuesto predial y oblig� a pagar dicha contribuci�n a todas las propiedades que ten�an un valor superior a los 50 pesos. La reforma al impuesto predial estuvo acompa�ada de una orden oficial para revaluar las propiedades r�sticas, lo que implicaba una erogaci�n econ�mica adicional para los due�os de los terrenos, muchos de los cuales eran de escasos recursos.

Como consecuencia de lo anterior, en diciembre de 1899 m�s de mil personas originarias de 42 pueblos, encabezadas por los campesinos Andr�s Garc�a, nativo de San Salvador Tzompantepec y avecindado en Xaltocan, e Isidro Ortiz, de Santo Toribio Xicohtzingo, tramitaron un amparo en contra del impuesto predial para peque�os propietarios. La actitud intransigente del gobierno para aceptar su derogaci�n, o al menos su reducci�n, provoc� aquel mismo mes un mot�n popular en el centro de la ciudad de Tlaxcala, que fue reprimido violentamente por la polic�a y seguido del encarcelamiento de Garc�a y varios de sus simpatizantes. Los rebeldes fueron liberados, pero dos a�os despu�s dicha contribuci�n fue elevada a�n m�s y cobrada con bastante rigor. Por este motivo, a principios de 1905 el movimiento de oposici�n a la pol�tica fiscal de la administraci�n cahuantzista volvi� a tomar fuerza, vincul�ndose ya entonces con otras inconformidades populares; entre ellas, las generadas por las m�ltiples reelecciones del gobernador Cahuantzi y las relacionadas con la constante imposici�n de caciques adictos a �l en casi todos los ayuntamientos del estado. Con el objeto de frenar la disidencia, calificada por le gobierno como de "subversiva", se recurri� al crimen pol�tico: el l�der Andr�s Garc�a fue asesinado mediante la "ley fuga" en el pueblo de Xaltocan en febrero de 1905. Contrariamente a lo esperado, la oposici�n no se apag�; s�lo debi� esperar cinco a�os m�s para convertirse en una verdadera hoguera de rebeli�n.

La regi�n centro-sur reun�a ciertas condiciones que la convert�an en la zona potencialmente m�s conflictiva del estado; ah� se encontraba la mayor densidad de poblaci�n, una gran cantidad de pueblos y de haciendas, las tierras m�s f�rtiles e irrigadas y la mayor�a de las f�bricas textiles, con la consiguiente presencia de grupos obreros. No es casual, pues, que el movimiento de oposici�n al impuesto predial y a las reelecciones de Cahuantzi, as� como los conflictos obreros, hayan surgido precisamente en esa regi�n centro-sur.

A mediados de la primera d�cada de este siglo, el descontento ya era muy fuerte en las f�bricas. En diciembre de 1906, los obreros de Santa Cruz Tlaxcala, afiliados al Gran C�rculo de Obreros Libres, establecido en Orizaba, se fueron a la huelga. A las pl�ticas conciliatorias con el gobierno central asistieron en representaci�n de los obreros de Tlaxcala, Santiago Cort�s, Adolfo Ram�rez y Antonio Hidalgo. Esta huelga termin� con un laudo emitido por el presidente D�az, que no dej� satisfechos a muchos de los inconformes. Ante la persistente rebeld�a, algunos de ellos fueron perseguidos y encarcelados; el resto fue estrechamente vigilado y controlado por el gobierno estatal mediante los administradores de las f�bricas y los presidentes municipales y prefectos. Casi simult�neamente arreci� la lucha por el control de los ayuntamientos entre diferentes grupos de poder, lo cual provoc� que el Congreso local anulara varios procesos electorales en medio de motines populares en contra de las autoridades, y en un �mbito de violencia en el que hubo detenidos, heridos y muertos en una veintena de municipios.

El movimiento armado de 1910, de alcances nacionales y con una elaborada ideolog�a revolucionaria, lleg� a Tlaxcala desde la ciudad de M�xico, y principalmente desde Puebla por medio del sector m�s politizado: el de los obreros textiles, los obreros-campesinos y los profesores rurales que laboraban en la regi�n centro-sur del estado, los cuales reencauzaron, fortalecieron y utilizaron para sus propias causas (magonismo, antirreeleccionismo, liberalismo ortodoxo, etc.) el descontento interno que hab�a en Tlaxcala. Los motivos que dieron fuerza al descontento popular fueron m�ltiples, pero destacan aquellos que pon�an en peligro la precaria subsistencia de la poblaci�n obrero-campesina y los reducidos recursos que pose�an.

Para 1909 la oposici�n al r�gimen se atrincher� en los clubes antirreeleccionistas que estaban en contra de la permanencia de D�az y de Cahuantzi en el poder. Como veremos en el cap�tulo siguiente, estos grupos, formados sobre todo por obreros, desempe�aron un papel relevante en el levantamiento ocurrido el 27 de mayo de 1910 en San Bernardino Contla, y luego en el del 16 de septiembre en Zacatelco. El r�gimen porfirista estaba desmoron�ndose y su ca�da parec�a inevitable.


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