La llegada de los espa�oles


CUANDO EN SEPTIEMBRE DE 1519 Hern�n Cort�s lleg� con su ej�rcito al territorio de Tlaxcala contaba ya con una importante experiencia en enfrentamientos y alianzas con otros pueblos ind�genas, concretamente con aquellos que habitaban entre la costa del golfo y el valle poblano-tlaxcalteca. Su encuentro inicial con los se�or�os de Tlaxcallan ser�a violento, pues la alianza no vendr�a sino despu�s de un prolongado desgaste de fuerzas y de una serie de negociaciones y presiones por ambas partes.

El 2 de septiembre de aquel a�o se produjo la primera batalla entre los guerreros tlaxcaltecas y las tropas espa�olas y sus aliados ind�genas, mayoritariamente cempoaltecas. Tras ser derrotados, los tlaxcaltecas enviaron una comisi�n a dialogar con Cort�s, pero �ste, presumiendo que los delegados eran esp�as, les aplic� un severo castigo. Fue inevitable, entonces, que poco despu�s ocurriera un segundo enfrentamiento. No obstante que las fuerzas tlaxcaltecas eran superiores en n�mero (unos 50 mil guerreros, incluyendo otom�es forzados) fueron vencidos otra vez por los extranjeros, debido a que �stos contaban con una estrategia militar m�s efectiva, usaban armas de fuego, armaduras de hierro, caballos y, sobre todo, se apoyaban en un fuerte contingente de indios aliados.

Tras algunas batallas m�s, el ej�rcito tlaxcalteca se encontraba bastante diezmado, pero el espa�ol estaba a punto de ser derrotado. Entonces, Cort�s decidi� intentar un pacto con su aguerrido enemigo. Para ello, recurri� a un elemento especialmente sensible en el �nimo de los tlaxcaltecas: a cambio de la paz, les ofreci� apoyo en contra de los mexicas, sus enemigos mortales. A esta oferta nada desde�able se aunaba la versi�n, difundida entre los pueblos ind�genas, de que los extranjeros reci�n llegados eran dioses y, por tanto, inmortales, versi�n que los espa�oles trataban de nutrir escondiendo a sus escasos muertos. Si eran invencibles, no ten�a sentido seguir luchando contra ellos, pues eso s�lo acarrear�a m�s desgracias. Sin embargo, esta visi�n sacralizadora no era aceptada por todos los se�ores importantes de Tlaxcala, que desconfiaban de cualquier oferta de paz y de alianza que hicieran los forasteros. Este era el caso de Xicoht�ncatl Axayacatzin, hijo del cacique de Tizatl�n y a quien, para diferenciarlo de su padre, que pose�a igual nombre, los historiadores posteriores llamaron el Joven. Al mismo tiempo que Cort�s negociaba con los tlaxcaltecas, en un doble juego t�ctico hac�a saber de su impresionante poder b�lico a los emisarios de Moctezuma II, y trataba de enga�arlos con la idea de que su ataque a los de Tlaxcala se deb�a a que eran enemigos de los mexicas. Cort�s capt� perfectamente que la clave de su victoria, no s�lo sobre las tierras de Tlaxcala, sino tambi�n sobre la capital del imperio azteca, estaba en aprovechar, y si era posible ahondar, la enemistad mexica-tlaxcalteca.

Conforme se multiplicaban las batallas, las p�rdidas de vidas y de bienes y el n�mero de poblaciones tomadas por el enemigo, parec�a confirmarse la idea de que �ste era invencible. Los se�ores de Tlaxcala se sent�an cada vez m�s presionados a tomar una decisi�n, aunque esto mismo los enfrentaba entre ellos. Por un lado, Xicot�ncatl hijo propon�a continuar la lucha, pues ve�a posibilidades de vencer; por el otro, los caciques Maxicatzin, de Ocotelulco, y Xicoht�ncatl padre, de Tizatl�n, se inclinaban a negociar con el enemigo para obtener la paz. Finalmente se impuso esta �ltima opci�n, porque de lo contrario se corr�a el peligro de que los espa�oles se aliaran con los mexicas, en vez de hacerlo con los tlaxcaltecas, y de que el sometimiento de Tlaxcala bajo el poder tenochca, evitado durante mucho tiempo y a un alto precio, sobreviniera de manera irremediable.

Los caciques de Tlaxcallan ofrecieron la paz a Cort�s, y para demostrarle que su oferta era aut�ntica y que sus guerreros eran disciplinados, la hicieron por conducto del propio Xicot�ncatl Axayacatzin, el hombre que m�s tenazmente los hab�a combatido. El hecho de que los espa�oles no hubieran tomado las cabeceras de los principales se�or�os significaba que la derrota tlaxcalteca no hab�a sido total, por lo que su rendimiento no deb�a ser incondicional. Ofrecieron a Cort�s una alianza amistosa para vencer a los de Tenochtitlan, pero esperaban respeto por aquello por lo que sent�an tanto orgullo: su libertad y su autonom�a como naci�n. Con ello se sembraban los principios que normar�an la futura relaci�n entre la provincia de Tlaxcala y la Corona espa�ola. En el resto de este cap�tulo se ir� dando a conocer la serie de privilegios que obtuvieron los tlaxcaltecas como fruto de esa alianza.

El 23 de septiembre de 1519, veinti�n d�as despu�s de iniciados los combates, Cort�s y sus tropas se asentaban victoriosos y de manera pac�fica en el coraz�n de Tlaxcala. Su camino hacia la capital del imperio azteca quedaba allanado, y su dominio sobre �l pr�cticamente asegurado. El sue�o de los tlaxcaltecas estaba por hacerse realidad.

Este pacto inicial hispano-tlaxcalteca fue sellado con la entrega de varias ind�genas nobles a los jefes espa�oles; una manera de oficializar el mestizaje generado con la llegada de estos forasteros. Pero el pacto tambi�n incluy� el reconocimiento del rey de Espa�a como autoridad suprema de los tlaxcaltecas, y la aceptaci�n del dios cristiano como el �nico y verdadero.

Pronto fue puesta a prueba la alianza. La vecina Cholula, como enemiga perpetua de Tlaxcala y aliada de Tenochtitlan, deb�a ser sometida. Y lo fue con lujo de violencia. A mediados de octubre entraron con Cort�s a Cholula cerca de 5 000 guerreros tlaxcaltecas, mientras que algunos otros miles permanecieron amenazantes a las afueras de esa gran ciudad. La aparente y reservada tranquilidad con que fueron recibidos fue tomada por el capit�n espa�ol como sospecha de una posible traici�n de los cholultecas, por lo que con sagacidad y mano fr�a se adelant� a cualquier eventualidad. Orden� la matanza de la nobleza cholulteca y de varios miles de hombres que, desarmados, se hab�an congregado para recibir a los extranjeros. Con la destrucci�n muerte y pillaje ocurridos en Cholula los tlaxcaltecas obtuvieron la cuota de una venganza largamente esperada. Con esta victoria, el cerco al que Tlaxcala hab�a sido sometida por los mexicas y sus aliados cholultecas empezaba a romperse. Y como reflejo directo de ello, parte del bot�n estaba compuesto por mercanc�as de las que hab�an sido privados por largo tiempo: sal, oro, algod�n, esclavos. La alianza hispano-tlaxcalteca sali� fortalecida de Cholula.

MAPA 1. Tlaxcala hacia el siglo XII d.C.


FUENTE: �ngel Garc�a Cook y Beatriz L. Merino Carri�n, Tlaxcala, una historia compartida, tomo 3, p. 328.

Pero el ajuste de cuentas mayor que deseaban hacer los de Tlaxcallan estaba en M�xico-Tenochtitlan. Ah� llegaron con los espa�oles y esperaron durante seis meses, junto con otros aliados ind�genas, que algo importante se produjera. Este prolongado periodo, as� como el buen recibimiento que Moctezuma II hab�a dado a Cort�s, hizo temer a los tlaxcaltecas que tal vez los mexicanas no ser�an conquistados como era su deseo, e incluso que llegar�a a entablarse una alianza entre estos �ltimos y los espa�oles. Entonces, seg�n parece, los tlaxcaltecas presionaron a Cort�s para que aprehendiera a Moctezuma, y luego, aprovechando que el capit�n espa�ol hab�a salido de Tenochtitlan a Veracruz para vencer a P�nfilo de Narv�ez, supuestamente incitaron a Pedro de Alvarado para que realizara una gran matanza de nobles mexicas en el Templo Mayor. Cuando Cort�s regres�, la sublevaci�n ind�gena era incontrolable, adem�s de que una gran epidemia de viruela y sarampi�n causaba enormes estragos entre la poblaci�n. En el extremo de la crisis, Moctezuma II, ya sin autoridad ante los mexicas, hab�a sido asesinado en forma misteriosa. Espa�oles, tlaxcaltecas y dem�s aliados se vieron obligados a huir de Tenochtitlan en medio de cruentas batallas. El primer intento por tomar la capital imperial hab�a fracasado, y en �l hab�an muerto m�s de mil tlaxcaltecas.

Las tropas derrotadas regresaron a territorio de Tlaxcala en los primeros d�as de julio de 1520 para recuperarse y preparar una nueva embestida. Mientras tanto, los mexicas hac�an esfuerzos por reconciliarse con los se�ores de Tlaxcala para juntos poder derrotar y expulsar a los espa�oles, en virtud de que �stos se encontraban en un momento de debilidad y su sobrevivencia parec�a depender s�lo del apoyo aliado. Por su parte, Cort�s ofrec�a a los tlaxcaltecas entregarles parte de los territorios que conquistaran, en un esfuerzo por sostener su vital alianza.

Frente a esta disyuntiva, una vez m�s la opini�n de los caciques de Tlaxcala se dividi�, pero la larga enemistad que reinaba entre las naciones ind�genas pesaba demasiado como para que aceptaran la propuesta mexica. Finalmente, Tlaxcala opt� por mantener su alianza con los hispanos, as� que Cort�s decidi� reemprender su campa�a de conquista. Pronto cayeron Tepeaca, Texmelucan y Texcoco, entre otras poblaciones. La suerte de M�xico-Tenochtitlan estaba echada.

Como una reafirmaci�n del pacto (hasta aquel momento de tipo militar b�sicamente) que los un�a con los espa�oles, los tlaxcaltecas pidieron a Hern�n Cort�s que confirmase al sucesor de Maxicatzin, se�or de Ocotelulco y tlatoani de Tlaxcallan, quien acababa de morir v�ctima de la viruela. Un hijo leg�timo de �ste, de 12 a�os de edad, fue armado caballero a la usanza europea y bautizado con el nombre cristiano de Lorenzo. Con este hecho tan significativo, la mano de los conquistadores penetraba en los m�s importantes �mbitos del mundo tlaxcalteca: el gobierno y la religi�n. Por un lado, Cort�s se colocaba como una entidad superior que otorgaba legitimidad a la autoridad ind�gena. Por el otro, se impon�a el rito sacramental con el que se ingresaba a otra religi�n.

Para atacar Tenochtitlan, Cort�s mand� construir 13 bergantines en San Buenaventura Atempan, los cuales fueron probados a principios de 1521 en una represa hecha para tal prop�sito en el r�o Zahuapan, y despu�s separados en piezas para trasladarlos por v�a terrestre hasta Texcoco. Se dice que m�s de 8 000 tlaxcaltecas colaboraron en esta tit�nica labor. Durante la primavera de aquel a�o, las tropas aliadas de los espa�oles se dedicaron a someter a los pueblos ubicados en las riberas de los lagos del An�huac, con el objetivo de ir sitiando a Tenochtitlan. De esos ataques, los guerreros tlaxcaltecas obtuvieron grandes botines y muchos prisioneros, aunque

tambi�n perdieron a uno de sus m�s ilustres capitanes: Xicot�ncatl el Joven. La participaci�n de �ste en todos los combates al lado de los espa�oles hab�a sido obligada, pues no estaba muy de acuerdo con esa alianza, por lo que finalmente decidi� desertar. Cort�s no pod�a permitir que este guerrero fuera seguido por otros cuando estaba cercano el tan esperado ataque a Tenochtitlan, as� que, con la venia de los se�ores de Tlaxcala, orden� su aprehensi�n y ejecuci�n. En memoria de este h�roe ind�gena, mucho tiempo despu�s el estado recibir�a el apelativo de "Tlaxcala de Xicoht�ncatl".

El 30 de mayo de 1521 se inici� por agua y tierra el asedio a la capital del imperio azteca, en el que participaron m�s de 100 mil guerreros tlaxcaltecas junto con otros muchos aliados ind�genas y un pu�ado de soldados espa�oles. No fue sino hasta el 13 de agosto cuando la ciudad de M�xico-Tenochtitlan cay� rendida. Tlaxcala estaba liberada de sus antiguos enemigos; el cerco que durante tantos a�os hab�a limitado su expansi�n estaba roto definitivamente, aun cuando por ello tendr�a que pagar un precio: su intocable autonom�a de naci�n quedar�a sujeta a nuevas reglas y su ancestral cultura ser�a penetrada por otros principios. No obstante, la alianza con los conquistadores permitir�a a los tlaxcaltecas no s�lo su sobrevivencia, sino adem�s la posibilidad de contar con un amplio margen de negociaci�n para seguir desarroll�ndose como sociedad ind�gena.


Índice generalAnteriorÍndice de capítuloSiguiente