Numerosos grupos de ind�genas mexicanos, tarascos y tlaxcaltecas que acompa�aron a los espa�oles en sus expediciones y que participaron en la pacificaci�n de los indios que habitaban aquella regi�n, formaron parte de los nuevos pobladores de las minas zacatecanas, junto con gambusinos y mercaderes viandantes. A menos de tres a�os de su descubrimiento, el centro minero contaba con m�s de 300 mineros establecidos y 1 000 individuos relacionados con la actividad minera, siendo la tercera poblaci�n en n�mero de habitantes despu�s de M�xico y Puebla. Hacia 1550 se registraron 58 espa�oles propietarios de casas e ingenios de minas, y para fines del siglo XVI
el n�mero de vecinos de la ciudad hab�a aumentado a 500.
Pero no s�lo creci� el nuevo centro minero. Su riqueza, adem�s de atraer a un n�mero creciente de espa�oles, propici� la fundaci�n de villas, presidios y misiones, adem�s de la de otras ciudades mineras como Durango y Chihuahua, que tendr�an como punto de convergencia a las minas de Zacatecas, convertidas en un espacio lleno de agitaci�n y efervescencia que contrastaba con el resto del territorio de la Nueva Galicia.
Hacia 1584, consideraban los ya poderosos mineros zacatecanos que su lugar de residencia hab�a adquirido tal relieve por el prestigio y riqueza de sus pobladores, que deb�a elevarse su rango de villa a ciudad. El rey Felipe II accedi� a su reclamo y otorg� a las minas de Zacatecas t�tulo de ciudad el 17 de octubre de 1585. S�lo tres a�os despu�s, en 1588, al t�tulo de ciudad, el rey y su Consejo de Indias le sumaban el de "muy noble y leal" y le otorgaron escudo de armas por el servicio con que "los vecinos de ella me han servido con mucha fidelidad, cuidado y trabajo, as� en defenderla de los indios chichimecas [...] como en la labor y beneficio de las minas de plata de aquel contorno de que se ha sacado y continuamente saca mucha riqueza".