Alejandro |
|
Habiéndonos propuesto escribir en este libro la vida de Alejandro, por la muchedumbre de sus hazañas, una sola cosa advertimos y rogamos a los lectores, y es que si no las referimos todas, ni aun nos detenemos con demasiada prolijidad en cada una de las más celebradas, sino que cortamos y suprimimos una gran parte, no por esto nos censuren y reprendan. Porque no escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirven más para probar las costumbres, que batallas en que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos y sitios de ciudades. Por tanto, así como los pintores toman, para retratar las semejanzas del rostro, aquellas facciones en que más se manifiesta la índole y el carácter, cuidándose poco de todo lo demás, de la misma manera debe a nosotros concedérsenos el que atendamos más a los indicios del ánimo y que por ellos dibujemos la vida de cada uno, dejando a otros los hechos de grande aparato y los combates. Que Alejandro era por parte de padre heráclida, descendiente de Carano, y que era eácida por parte de madre, convienen todos. Dícese que, iniciado Filipo en Samotracia juntamente con Olimpia, siendo todavía jovencito, se enamoró de ésta, que era niña, huérfana de padre y madre; y que se concertó su matrimonio, tratándolo con el hermano de la misma, llamado Arumba. Parecióle a la esposa que antes de la noche en que se reunieron en el tálamo nupcial, habiendo tronado, le cayó un rayo en el vientre, y que del golpe se encendió mucho fuego, el cual, dividiéndose después en llamas que se esparcieron por todas partes, se disipó. Filipo algún tiempo después de celebrado el matrimonio tuvo un sueño, en. el que le pareció que sellaba el vientre de su mujer y que el sello tenía grabada la imagen de un león. Los demás adivinos no creían que aquella visión significase otra cosa, sino que Filipo necesitaba de una vigilancia más atenta en su matrimonio; pero Aristandro Temiseo dijo que aquello significaba estar Olimpia encinta, pues lo que está vacío no se sella; y que lo estaba de un niño valeroso y parecido en su índole a los leones. Viose también un dragón que, estando dormida Olimpia, se le enredó al cuerpo; de donde provino, dicen, que se amortiguase el amor y cariño de Filipo, que escaseaba el reposar con ella; bien fuera por temer que usara de algunos encantamientos y maleficios contra él, o bien porque tuviera reparo en dormir con una mujer que se había ayuntado con un ser de naturaleza superior. Todavía corre otra historia acerca de estas cosas, y es que todas las mujeres de aquel país, de tiempo muy antiguo estaban iniciadas en los misterios órficos y en las orgías de Baco, y siendo apellidadas clodonas y mimalonas, hacían cosas parecidas a las que ejecutan las edónidas y las tracias, habitantes del monte Hemo; de donde había provenido el que el verbo triscar se aplicase a significar sacrificios abundantes y llevados al exceso. Pues ahora Olimpia, que imitaba más que las otras este fanatismo y las excedía en el entusiasmo de tales fiestas, llevaba en las juntas báquicas unas serpientes grandes domesticadas por ella, las que saliéndose muchas veces de la hiedra y de la zaranda mística y enroscándose en los tirsos y en las coronas, asustaban a los concurrentes. Dícese, sin embargo, que habiendo enviado Filipo a Querón Megalopolitano a Delfos después del ensueño, le trajo del Dios un oráculo, por el que le prescribía que sacrificara a Amón y le venerara con especialidad entre los dioses; y es también fama que perdió un ojo por haber visto, aplicándose a una rendija de la puerta, que el Dios se solazaba con su mujer en forma de dragón. De Olimpia refiere Eratóstenes que al despedir a Alejandro en ocasión de marchar al ejército le descubrió a él solo el arcano de su nacimiento y le encargó que se portara de un modo digno de su origen; pero otros aseguran que siempre miró con horror semejante fábula, diciendo: "¿Será posible que Alejandro no deje de calumniarme ante Juno?" Nació, pues, Alejandro en el mes Hecatombeon, al que llaman los macedonios Loon, en el día sexto, el mismo en que se abrasó el templo de Diana Efesina; lo que dio ocasión a Hegesias Magnesio para usar de un chiste, que hubiera podido por su frialdad apagar aquel incendio; porque dijo que no era extraño haberse quemado el templo estando Diana ocupada en asistir al nacimiento de Alejandro. Todos cuantos magos se hallaron a la sazón en Éfeso, teniendo el suceso del templo por indicio de otro mal, corrían lastimándose los rostros y diciendo a voces que aquel día había producido otra gran desventura para el Asia. Acababa Filipo de tomar a Potidea cuando a un tiempo recibió tres noticias: que había vencido a los ilirios en una gran batalla por medio de Parmenión; que en los juegos olímpicos había vencido con caballo de montar, y que había nacido Alejandro. Estaba regocijado con ellas como era natural y los adivinos acrecentaron todavía más su alegría, manifestándole que niño nacido entre tres victorias sería invencible. Las estatuas que con más exactitud representan la imagen de su cuerpo son las de Lisipo, que era el único por quien quería ser retratado; porque este artista figuró con la mayor viveza aquella ligera inclinación del cuello al lado izquierdo y aquella flexibilidad de ojos que con tanto cuidado procuraron imitar después muchos de sus sucesores y de sus amigos. Apeles, al pintarle con el rayo, no imitó bien el color, porque lo hizo más moreno y encendido, siendo blanco, según dicen, con una blancura sonrosada, principalmente en el pecho y en el rostro. Su cutis expiraba fragancia y su boca y su carne toda despedían el mejor olor: el que penetraba su ropa, si hemos de creer lo que leemos en los Comentarios de Aristoxeno. La causa podía ser la complexión de su cuerpo, que era ardiente y fogosa, porque el buen olor nace de la cocción de los humores por medio del calor, según opinión de Teofrasto; por lo cual los lugares secos y ardientes de la tierra son los que producen en mayor cantidad los más suaves aromas; y es que el sol disipa la humedad de la superficie de los cuerpos, que es la materia de toda corrupción; y a Alejandro lo ardiente de su complexión lo hizo, según parece, bebedor y de grandes alientos. Siendo todavía muy joven se manifestó ya su continencia, pues con ser para todo lo demás arrojado y vehemente, en cuanto a los placeres corporales era poco sensible y los usaba con gran sobriedad; cuando su ambición mostró desde luego una osadía y una magnanimidad superiores a sus años. Porque no toda gloria le agradaba, ni todos los principios de ella como a Filipo, que cual si fuera un sofista, hacia gala de saber hablar elegantemente, y que grababa en sus monedas las victorias que en Olimpia había alcanzado en carro; sino que a los deudos de su familia, que le hicieron proposición de si quería aspirar al premio en el estadio (porque era sumamente ligero para la carrera), les respondió que sólo en el caso de tener reyes por contendedores. En general parece que era muy indiferente a toda especie de combates atléticos, pues que costeando muchos certámenes de trágicos, de flautistas, de citaristas y aun de los rapsodistas o recitadores de las poesías de Homero, y dando simulacros de cacerías de todo género y juegos de esgrima, jamás de su voluntad propuso premio del pugilato o del pancracio. Tuvo que recibir y obsequiar, hallándose ausente Filipo, a unos embajadores que vinieron de parte del rey de Persia, y se les hizo tan amigo con su buen trato y con no hacerles ninguna pregunta de muchacho, o que pudiera parecer frívola, sino sobre la distancia de unos lugares a otros, sobre el modo de viajar, sobre el rey mismo, y cuál era su disposición para con los enemigos, y cuál la fuerza y poder de los persas, que se quedaron admirados y no tuvieron en nada la célebre sagacidad de Filipo, comparada con los conatos y pensamientos elevados del hijo. Cuantas veces venía noticia de que Filipo había tomado alguna ciudad ilustre o había vencido en alguna memorable batalla, no se mostraba alegre al oírla, sino que solía decir a los de su edad: "¿Será posible, amigos, que mi padre se anticipe a tomarlo todo y no nos deje a nosotros nada brillante y glorioso en que podamos acreditarnos?", pues que no codiciando placeres ni riquezas, sino sólo virtud y gloria, le parecía que cuanto más le dejara ganado su padre, menos le quedaría a él que vencer; y creyendo por lo mismo que en cuanto se aumentaba el Estado, en otro tanto decrecían sus hazañas, lo que deseaba era no riquezas, ni regalos ni placeres, sino un imperio que le ofreciera combates, guerras y acrecentamiento de gloria. Eran muchos, como se deja conocer, los destinados a su asistencia, con los nombres de nutricios, ayos y maestros; a todos los cuales les presidía Leónidas, varón austero en sus costumbres y pariente de Olimpia; pero como no gustase de la denominación de ayo, sin embargo de significar una ocupación honesta y recomendable, era llamado por todos los demás, a causa de su dignidad y parentesco, nutricio y director de Alejandro; y el que tenía todo el aire y aparato de ayo era Lisímaco, natural de Acarnania; el cual, sin embargo de que consistía toda su crianza en darse a sí mismo el nombre de Fénix, a Alejandro el de Aquiles y a Filipo el de Peleo, agradaba mucho con esta simpleza y tenía el segundo lugar. Trajo un tesaliano llamado Filoneico el caballo Bucéfalo para venderlo a Filipo en trece talentos; y habiendo bajado a un descampado para probarlo, pareció áspero y enteramente indómito sin admitir jinete ni sufrir la voz de ninguno de los que acompañaban a Filipo, sino que a todos se les ponía de manos. Desagradóle a Filipo y dio orden de que se lo llevaran por ser fiero e indócil; pero Alejandro, que se hallaba presente: "¡Qué caballo pierden dijo sólo por no tener conocimiento ni resolución para manejarle!" Filipo al principio calló; mas habiéndolo repetido, lastimándose de ello muchas veces: "Increpas le replicó a los que tienen más años que tú, como si supieras o pudieras manejar mejor el caballo"; a lo que contestó: "Éste ya se ve que lo manejaré mejor que nadie". "Si no salieres con tu intento continuó el padre, ¿cuál ha de ser la pena de tu temeridad?" "Pagaré dijo el precio del caballo." Echáronse a reír, y convenidos en la cantidad, marchó al punto a donde estaba el caballo, tomóle por las riendas, y volviéndolo lo puso frente al sol, pensando, según parece, que el caballo, por su sombra que caía y se movía junto a sí, era por lo que se inquietaba. Pasóle después la mano y le halagó por un momento, y viendo que tenía fuego y bríos, se quitó poco a poco el manto, arrojándolo al suelo, y de un salto montó en él sin dificultad. Tiró un poco al principio del freno, y sin castigarle ni aun tocarle le hizo estarse quedo. Cuando ya vio que no ofrecía riesgo, aunque hervía por correr, le dio rienda y le agitó, usando de voz fuerte y aplicándole los talones. Filipo y los que con él estaban tuvieron al principio mucho cuidado y se quedaron en silencio; pero cuando le dio la vuelta con facilidad y soltura, mostrándose contento y alegre, todos los demás prorrumpieron en voces de aclamación; mas del padre se refiere que lloró de gozo y que besándole en la cabeza luego que se apeó: "Busca hijo mío le dijo un reino igual a ti, porque en la Macedonia no cabes". Observando que era de carácter flexible y de los que no pueden ser llevados por la fuerza, pero que con la razón y el discurso se le conducía fácilmente a lo que era decoroso y justo, por sí mismo procuró más bien persuadirle que mandarle; y no teniendo bastante confianza en los maestros de música y de las demás habilidades comunes para que pudieran instruirle y formarle, por exigir esto mayor inteligencia y ser, según aquella expresión de Sófocles, "Obra de mucho freno y mucha maña , envió a llamar al filósofo de más fama y más extensos conocimientos, que era Aristóteles, al que dio un honroso y conveniente premio por su enseñanza; porque reedificó de nuevo la ciudad de Estagira, de donde era natural Aristóteles, que el mismo Filipo había asolado; y restituyó a ella a los antiguos ciudadanos, fugitivos o esclavos. Concedióles para la escuela y para sus ejercicios el bosque inmediato a Mieza, donde aun ahora muestran los asientos de piedra de Aristóteles y sus paseos defendidos del sol. Parece que Alejandro no sólo aprendió la ética y la política, sino que tomó también conocimiento de aquellas enseñanzas graves, reservadas a las que los filósofos llaman con nombres técnicos acroamáticas y epópticas y que no comunican a la muchedumbre. Porque habiendo entendido después de haber pasado ya al Asia que Aristóteles había publicado en sus libros algunas de estas doctrinas, le escribió, hablándole con desenfado sobre la materia, una carta de que es copia la siguiente: "Alejandro a Aristóteles, felicidad. No has hecho bien en publicar las doctrinas acroamáticas: porque ¿en qué nos diferenciamos de los demás, si las ciencias en que nos has instruido han de ser comunes a todos?, pues yo más quiero sobresalir en los conocimientos útiles y honestos que en el poder. Dios te guarde". Aristóteles, para acallar esta noble ambición, se defendió acerca de estas doctrinas diciendo que no debía tenerlas por divulgadas, aunque las había publicado; pues en realidad su Tratado de metafísica no era útil para aprender e instruirse, habiéndolo escrito desde luego para servir como de índice o recuerdo a los ya adoctrinados. Tengo por cierto haber sido también Aristóteles quien principalmente inspiró a Alejandro su afición a la medicina; pues no sólo se dedicó a la teórica, sino que asistía a su amigos enfermos y les prescribía el régimen y medicinas convenientes, como se puede inferir de sus cartas. En general, era naturalmente inclinado a las letras, a aprender y a leer; y como tuviese a la Iliada por guía de la doctrina militar, y aun le diese este nombre, tomó corregida de mano de Aristóteles la copia que se llamaba "la Iliada de la caja", la que con la espada ponía siempre debajo de la cabecera, según escribe Onesícrito. No abundaban los libros en Macedonia, por lo que dio orden a Hárpalo para que se los enviase; y le envió los libros de Filisto; muchas copias de las tragedias de Eurípides, de Sófocles y de Esquilo, y los ditirambos de Telestes y de Filoxeno. Al principio admiraba a Aristóteles y le tenía, según decía él mismo, no menos amor que a su padre, pues si de uno había recibido el vivir, del otro el vivir bien; pero al cabo del tiempo se resfrió con él, no hasta el punto de ofenderle en nada, sino que al no tener ya sus obsequios el calor y viveza que antes, daba muestras de aquella indisposición. Sin embargo, el amor y deseo de la filosofía que aquél le infundió ya no se borró nunca de su alma, como lo atestiguan el honor que dispensó a Anaxarco, los cincuenta talentos enviados a Jenócrates y el amparo que en él hallaron Dandamis y Calano. Hacía Filipo la guerra a los bizantinos cuando Alejandro no tenía más que diez y seis años; y habiendo quedado en Macedonia con el gobierno y con el sello de él, domó a los medos que se habían rebelado, tomóles la capital, de la que arrojó a los bárbaros, y repoblándola con gente de diferentes países, le dio el nombre de Alejandrópolis. En Queronea concurrió a la batalla dada contra los griegos, y se dice haber sido el primero que acometió a la cohorte sagrada de los tebanos; y todavía en nuestro tiempo se muestra a orillas del Cefiso una encina antigua llamada de Alejandro, junto a la que tuvo su tienda; y allí cerca está el cementerio de los macedonios. Filipo, con estos hechos, amaba extraordinariamente al hijo, tanto que se alegraba de que los macedonios llamaran rey a Alejandro y general a Filipo; pero las inquietudes que sobrevinieron en la casa con motivo de los amores y los matrimonios de éste, haciendo en cierta manera que enfermara el reino a la par de la unión conyugal, produjeron muchas quejas y grandes desavenencias, las que hacía mayores el mal genio de Olimpia, mujer suspicaz y colérica que procuraba acalorar a Alejandro. Hízolas subir de punto Atalo en las bodas de Cleopatra, doncella con quien se casó Filipo, enamorado de ella fuera de su edad. Era tío de ésta Atalo y, embriagado, en medio de los brindis exhortaba a los macedonios a que pidieran a los dioses les concedieran de Filipo y Cleopatra un sucesor legítimo del reino. Irritado con esto Alejandro: "¿Pues qué le dijo, mala cabeza, te parece que yo soy bastardo?", y le tiró con la taza. Levantóse Filipo contra él desenvainando la espada, pero por fortuna de ambos con la cólera y el vino se le fue el pie y cayó; y entonces Alejandro exclamó con insulto: "¡Éste es, macedonios, el hombre que se preparaba para pasar de la Europa al Asia, y pasando ahora de un escaño a otro ha venido al suelo!" De resultas de esta indecente reyerta, tomando consigo a Olimpia y estableciéndola en el Epiro, él se fue a habitar en el Ilirio. En esto, Demarato de Corinto, que era huésped de la casa y hombre franco, pasó a ver a Filipo; y como después de los abrazos y primeros obsequios le preguntase éste cómo en punto a concordia se hallaban los griegos unos con otros: "!Pues es cierto le contestóque te está a ti bien, oh Filipo, el mostrar ese cuidado por Grecia, cuando has llenado tu propia casa de turbación y de males!" Vuelto en sí Filipo con esta advertencia, envió a llamar a Alejandro, y consiguió atraerle por medio de las persuasiones de Demarato. Tenía veinte años cuando se encargó del reino, combatido por todas partes de la envidia y de terribles odios y peligros, porque los bárbaros de las naciones vecinas no podían sufrir la esclavitud y suspiraban por sus antiguos reyes; y en cuanto a la Grecia, aunque Filipo la había sojuzgado por las armas, apenas había tenido tiempo para domarla y amansarla; sino que no habían hecho más que variar y alentar sus cosas, las había dejado en gran inquietud y desorden por la novedad y falta de costumbre. Temían los macedonios este estado de negocios; y eran de opinión de que respecto de la Grecia debía levantarse enteramente la mano, sin tomar el menor empeño, y de que a los bárbaros que se habían rebelado se les atrajese con blandura, aplicando remedio a los principios de aquel trastorno; pero Alejandro, pensando de un modo enteramente opuesto, se decidió a adquirir la seguridad y la salud con la osadía y la entereza, pues que si se viese que decaía de ánimo en lo más mínimo, todos vendrían a cargar sobre él. Por tanto, a las rebeliones y guerras de los bárbaros les puso prontamente término, corriendo con su ejército hasta el Istro; y en una gran batalla venció a Sirmo, rey de los tribalios. Como hubiese sabido que se habían sublevado los tebanos, y que estaban de acuerdo con los atenienses, queriendo acreditarse de hombre, al punto marchó con sus fuerzas por las Termópilas, diciendo que pues Demóstenes le había llamado niño mientras estuvo entre los ilirios y tribalios, y muchacho después en Tesalia, quería hacerle ver ante los muros de Atenas que ya era hombre. Situado, pues, delante de Tebas, dándoles tiempo para arrepentirse de lo pasado, reclamó a Fénix y Protites y mandó echar pregón ofreciendo impunidad a los que mudaran de propósito; pero reclamando de él a su vez los tebanos a Filotas y Antipatro, y echando el pregón de que los que quisieran la libertad de la Grecia se unieran con ellos, dispuso sus macedonios a la guerra. Pelearon los tebanos con un valor y un arrojo superiores a sus fuerzas, pues venían a ser uno para muchos enemigos; pero habiendo desamparado la ciudadela llamada Cadmea las tropas macedonias que la guarnecían, cayeron sobre ellos por la espalda, y envueltos perecieron los más en este último punto de la batalla. Tomó la ciudad, la entregó al saqueo y la asoló; principalmente por esperar que asombrados e intimidados los griegos con semejante calamidad, no volvieran a rebullirse; pero también quiso dar a entender que en esto se había prestado a las quejas de los aliados; porque los focenses y platenses acusaban a los tebanos. Hizo, pues, salir a los sacerdotes, a todos los huéspedes de los macedonios, a los descendientes de Píndaro y a los que se habían opuesto a los que decretaron la sublevación; a todos los demás los puso en venta, que fueron como unos treinta mil hombres, siendo más de seis mil los que murieron en el combate. En medio de los muchos y terribles males que afligieron a aquella desgraciada ciudad, algunos tracios quebrantaron la casa de Timoclea, mujer principal y de admirable conducta; y mientras los demás saqueaban los bienes, el comandante, después de haber insultado y hecho violencia al ama le preguntó si había ocultado plata u oro en alguna parte. Confesóle que sí, y llevándole solo al huerto le mostró el pozo, diciendo que, al tomarse la ciudad, había arrojado allí lo más precioso de su caudal. Acercóse el tracio, y cuando se puso a reconocer el pozo, habiéndosele aquélla puesto detrás, lo arrojó; y echándole encima muchas piedras, acabó con él. Lleváronla los tracios atada ante Alejandro; y desde luego que se presentó apareció una persona respetable y animosa, pues seguía a los que la conducían sin dar la menor muestra de temor o sobresalto. Después, preguntándole el rey quién era, respondió ser hermana de Teágenes, el que había peleado contra Filipo por la libertad de los griegos y había muerto de general en la batalla de Queronea. Admirado, pues, Alejandro de su respuesta y de lo que había ejecutado; la dejó en libertad a ella y a sus hijos. A los atenienses los admitió a reconciliación; aun en medio de haber hecho grandes demostraciones de sentimiento por el infortunio de Tebas; pues teniendo entre manos la fiesta de los Misterios, la dejaron por aquel duelo, y a los que se refugiaron a Atenas les prestaron todos los oficios de humanidad; mas con todo, bien fuese por haber saciado ya su cólera como los leones, o bien porque quisiese oponer un acto de clemencia a otro de suma crueldad y aspereza, no sólo los indultó de todo cargo, sino que los exhortó a que atendiesen al buen orden de la ciudad, como que había de tomar el imperio de la Grecia, si a él sobrevenía alguna desgracia; y de allí en adelante se dice que le causaba sumo disgusto aquella calamidad de los tebanos, por lo que se demostró muy benigno con los demás pueblos; y lo ocurrido con Clito entre los brindis de un festín, y la cobardía en la India de los macedonios, por la que en cuanto estuvo de su parte dejaron incompleta su expedición y su gloria; fueron cosas que las atribuyó siempre a ira y venganza de Baco. Por fin, de los tebanos que quedaron con vida, ninguno se le acercó a pedirle alguna cosa que no saliera bien despachado, y esto es lo que hay que referir sobre la toma de Tebas.[...] Congregados los griegos en el Istmo, decretaron marchar con Alejandro a la guerra contra Persia, nombrándole general; y como fuesen muchos los hombres de Estado y los filósofos que le visitaban y le daban el parabién, esperaba que haría otro tanto Diógenes el de Sínope, que residía en Corinto. Mas éste ninguna cuenta hizo de Alejandro, sino que pasaba tranquilamente su vida en el barrio llamado Craneto; y así hubo de pasar Alejandro a verle. Hallábase casualmente tendido al sol, y habiéndose incorporado un poco a la llegada de tantos personajes, fijó la vista en Alejandro. Saludóle éste, y preguntándole en seguida si se le ofrecía alguna cosa, "muy poco le respondió; que te quites del sol". Dícese que Alejandro con aquella especie de menosprecio quedó tan admirado de semejante elevación y grandeza de ánimo, que, cuando retirados de allí empezaron los que le acompañaban a reírse y burlarse, él les dijo: "Pues yo a no ser Alejandro, de buena gana fuera Diógenes". Quiso prepararse para la expedición con la aprobación de Apolo; y habiendo pasado a Delfos, casualmente los días en que llegó eran nefastos, en los que no es permitido dar respuestas; y con todo, lo primero que hizo fue llamar a la sacerdotisa; pero negándose ésta y objetando la disposición de la ley, subió donde se hallaba y por fuerza la trajo al templo. Ella entonces, mirándose como vencida por aquella determinación, "eres invencible, ¡oh joven!", dijo; lo que, oído por Alejandro, dijo que "ya no necesitaba otro vaticinio, sino que había escuchado de su boca el oráculo que apetecía". Cuando ya estaba en marcha para la expedición aparecieron diferentes prodigios y señales, y entre ellos el de que la estatua de Orfeo en Libetra, que era de ciprés, despidió copioso sudor por aquellos días. A muchos les inspiraba miedo este portento; pero Aristrando los exhortó a la confianza, "pues significa dijo que Alejandro ejecutar hazañas dignas de ser cantadas y aplaudidas, las que por tanto darán mucho que trabajar y que sudar a los poetas y músicos que hayan de celebrarlas". Componíase su ejército, según los que dicen menos, de treinta mil hombres de infantería y cinco mil de caballería; y los que más le dan hasta treinta y cuatro mil infantes y cuatro mil caballos; y para todo esto dice Aristóbulo que no tenía más fondos que setenta talentos, y Duris que sólo contaba con víveres para treinta días; mas Onesícrito refiere que había tomado a crédito doscientos talentos. Pues con todo de haber empezado con tan pequeños y escasos medios, antes de embarcarse se informó del estado que tenían las cosas de sus amigos, distribuyendo entre ellos a uno un campo, a otro un terreno y a otro la renta de un caserío o de un puerto. Cuando ya había gastado y aplicado se puede decir todos los bienes y rentas de la corona, le preguntó Pérdicas: "Y para ti, oh Rey, ¿qué es lo que dejas?" Como le contestase que las esperanzas, "¿pues y nosotros repuso no participaremos también de ellas los que hemos de acompañarte a la guerra?" Y renunciando Pérdicas la parte que le había asignado, algunos de los demás amigos hicieron otro tanto; pero a los que tomaron las suyas o las reclamaron, se las entregó con largueza; y con este repartimiento concluyó con casi todo lo que tenía en Macedonia. Dispuesto y prevenido de esta manera, pasó el Helesponto, y bajando a tierra en Ilión, hizo sacrificio a Minerva y libaciones a los héroes. Ungió largamente la columna erigida a Aquiles, y corriendo desnudo con sus amigos alrededor de ella según es costumbre, la coronó, llamando a éste bienaventurado porque en vida tuvo un amigo fiel y después de su muerte un gran poeta. Cuando andaba recorriendo la ciudad y viendo lo que había de notable en ella, le preguntó uno si quería ver la lira de Paris, y él respondió que ésta nada le importaba y la que buscaba era la de Aquiles, con la que cantaba este héroe los grandes y gloriosos hechos de los varones esforzados. En esto, los generales de Darío habían reunido muchas fuerzas, y como las tuviesen ordenadas para impedir el paso del Gránico, debía tenerse por indispensable el dar una batalla para abrirse la puerta del Asia, si se había de entrar y dominar en ella; pero más temían la profundidad del río y la desigualdad y aspereza de la orilla opuesta, a la que se había de subir peleando; y a algunos los detenía también cierta superstición relativa al mes, por cuanto en el Daisio era costumbre de los reyes de Macedonia no obrar con el ejército; pero a esto ocurrió Alejandro mandando que se contara otra vez el mes Artemisio. Oponíase de otro lado Parmenión a que se trabara combate, por estar ya adelantada la tarde; pero diciendo Alejandro que se avergonzaría el Helesponto si habiéndole pasado temieran al Gránico, se arrojó al agua con trece hileras de caballería, y marchando contra los dardos enemigos y contra sitios escarpados defendidos con gente armada y con caballería, arrebatado y cubierto en cierta manera de la corriente, parecía que más era aquello arrojo de furor y locura que resolución de un buen caudillo. Mas él seguía empeñado en el paso, y llegando a hacer pie con trabajo y dificultad en lugares húmedos y resbaladizos por el barro, le fue preciso pelear al punto en desorden y cada uno separado contra los que les cargaban, antes que pudieran tomar formación los que iban pasando; porque les acometían con grande algazara, oponiendo caballos a caballos y empleando las lanzas, y cuando éstas se rompían, las espadas. Hiriéndose muchos contra él mismo, porque se hacía notar en la adarga y en el penacho del morrión que caía por uno y otro lado, formando como dos alas maravillosas en su blancura y en su magnitud; y habiéndole arrojado un dardo que le acertó en el remate de la coraza, no quedó herido. Sobrevinieron a un tiempo los generales Resaces y Espitrídates, y hurtando el cuerpo a éste, a Resaces armado de coraza le tiró un bote de lanza, y rota ésta, metió mano a la espada. Batiéndose los dos, acercó por el flanco su caballo Espitrídates, y poniéndose a punto, le alcanzó con la azcona de que usaban aquellos bárbaros, con la cual le destrozó el penacho, llevándose una de las alas; y el morrión resistió con dificultad el golpe, tanto que aun penetró la punta y llegó a tocarle en el cabello. Disponíase Espitrídates a segundar; pero le previno Clito el mayor, pasándole de medio a medio con la lanza; y al mismo tiempo cayó muerto Resaces herido de Alejandro. En este conflicto, y en lo más recio del combate de la caballería, pasó la falange de los macedonios y vinieron a las manos una y otra infantería; pero los enemigos no se sostuvieron con valor ni largo rato, sino que se dispersaron y huyeron, a excepción de los griegos estipendarios, los cuales, retirados a un collado, imploraban la fe de Alejandro; pero éste, acometiéndolos el primero, llevado más de la cólera que gobernado por la razón, perdió el caballo pasado de una estocada por los ijares (era otro, no el Bucéfalo); y allí cayeron también la mayor parte de los que perecieron en aquella batalla, peleando con hombres desesperados y aguerridos. Dícese que murieron de los bárbaros veinte mil hombres de infantería y dos mil de caballería. Por parte de Alejandro dice Aristóbulo que los muertos no fueron entre todos más que treinta y cuatro, de ellos nueve infantes. A éstos mandó que se les erigiesen estatuas de bronce, las que trabajó Lisipo. Dio parte a los griegos de esta victoria, enviando en particular a los atenienses trescientos escudos de los que se cogieron, y haciendo un cúmulo de los demás despojos, hizo poner sobre él esta ambiciosa inscripción: "Alejandro, hijo de Filipo, y los griegos, a excepción de los lacedemonios, de los bárbaros que habitan el Asia". De los vasos preciosos, de las ropas de púrpura y de cuantas preseas ricas tomó de las de Persia, fuera de muy poco, todo lo demás lo remitió a la madre. Produjo este combate una gran mudanza en los negocios, favorable
a Alejandro; tanto que con la ciudad de Sardis se le entregó
en cierta manera el imperio marítimo de los bárbaros,
poniéndose a su disposición los demás pueblos.
Sólo le hicieron resistencia Halicarnaso y Mileto, las que
tomó por asalto, y sujetando todo el país vecino a
una y otra, quedó perplejo en su ánimo sobre lo que
después emprendería; pensando unas veces que sería
lo mejor ir desde luego en busca de Darío y ponerlo todo
a la suerte de una batalla; y otras que sería más
conveniente dar su atención a los negocios e intereses del
mar, como para ejercitarse y cobrar fuerzas, y de este modo marchar
contra aquél. Hay en la Licia, cerca de la ciudad de Janto,
una fuente de la que se dice que entonces mudó su curso y
salió de sus márgenes, arrojando sin causa conocida
de su fondo una plancha de bronce, sobre la cual estaba grabado
en caracteres antiguos que cesaría el imperio de los persas,
destruido por los griegos. Alentado con este prodigio, se apresuró
a poner de su parte todo el país marítimo hasta la
Fenicia y la Cilicia. Su incursión en la Panfilia sirvió
a muchos historiadores de materia pintoresca para excitar la admiración
y el asombro, diciendo que como por una disposición divina
aquel mar había tomado el partido de Alejandro, cuando siempre
solía ser inquieto y borrascoso y rara vez dejaba al descubierto
los escondidos y resonantes escollos situados al pie de sus escarpadas
y pedregosas orillas; a lo que alude Menandro, celebrando cómicamente
lo extraordinario del mismo suceso:
Mas el mismo Alejandro en sus cartas, sin tener nada de esto a portento, dice sencillamente que anduvo a pie la montaña llamada Clímax y que la atravesó partiendo de la ciudad de Fasílide, en la cual se detuvo muchos días; y que en ellos, habiendo visto en la plaza la estatua de Teodecto, que era natural de la misma ciudad y había muerto poco antes, fue a festejarla bien bebiendo después de la cena, y derramó sobre ella muchas coronas, tributando como por juego esta grata memoria al tratado que con él había tenido a causa de Aristóteles y de la filosofía. Después de esto sujetó a aquellos de los pisidas que le hicieron oposición y puso bajo su obediencia la Frigia; y tomando la ciudad de Goridio, que se dice haber sido corte del antiguo Midas, vio aquel celebrado carro atado con corteza de serbal y oyó la relación allí creída por aquellos bárbaros, según la cual el hado ofrecía al que desatase aquel nudo el ser rey de toda la Tierra. Los más refieren que este nudo tenía ciegos los cabos enredados unos con otros con muchas vueltas y que, desesperado Alejandro de desatarlo, lo cortó con la espada por medio, apareciendo muchos cabos después de cortado; pero Aristóbulo dice que le fue muy fácil el desatarlo, porque quitó del timón la clavija que une con éste el yugo, y después fácilmente quitó el yugo mismo. Desde allí pasó a atraer a su dominación a los paflagonios y capadocios; y habiendo tenido noticia de la muerte de Memnón, que siendo el jefe más acreditado de la armada naval de Darío había dado mucho en qué entender y puesto en repetidos apuros al mismo Alejandro, se animó mucho más a llevar sus armas a las provincias superiores de la Persia. En esto, ya Darío bajaba de Susa muy engreído con la muchedumbre de sus tropas, pues traía seiscientos mil hombres, y confiado en su sueño, que los magos explicaban más bien según lo que aquél deseaba que según lo que él indicaba en realidad. Porque le pareció que discurría gran resplandor por la falange de los macedonios, que le servía Alejandro, adornado con la estola que llevaba el mismo Darío cuando era correo del rey; y que después, habiendo entrado Alejandro al bosque del templo de Belo, desapareció; en lo cual, a lo que parece, significaba el Dios que brillarían y resplandecerían las empresas de los macedonios, y que Alejandro dominaría en el Asia como había dominado Darío, habiendo pasado de correo a rey, pero que en breve tendrían término su gloria y su vida. Diole todavía a Darío más confianza el graduar de tímido a Alejandro, al ver que se detenía mucho tiempo en la Cilicia; pero su detención provenía de enfermedad, que unos decían había contraído con las grandes fatigas, y otros que por haberse bañado en las agua heladas de Cidmo. De todos los demás médicos, ninguno confiaba en que podría curarse, sino que reputando el mal por superior a todo remedio, tem¡an que, errada la cura, habían de ser calumniados por los macedonios; pero Filipo de Acamania, aunque se hizo cargo de lo penosa que era aquella situación, llevado sin embargo de la amistad y teniendo como afrenta el no peligrar con el que estaba de peligro, asistiéndole y cuidándole hasta no dejar nada por probar, se determinó a emplear las medicinas y le persuadió al mismo Alejandro que tuviera sufrimiento y las tomara, procurando ponerse bueno para la guerra. En esto, Parmenión le escribió desde el ejército, previniéndole que se guardara de Filipo, porque había sido seducido por Darío con grandes dones y el matrimonio de su hija, para quitarle la vida. Leyó Alejandro la carta sin mostrarla a ninguno de los amigos y la puso bajo la almohada. Llegada la hora, entró Filipo con los amigos, trayendo la medicina en una taza; diole Alejandro la carta, y al mismo tiempo tomó la medicina con grande ánimo y sin que mostrase ninguna sospecha; de manera que era un espectáculo verdaderamente teatral el ver al uno leer y al otro beber, y que después se miraron uno a otro, aunque de muy diferente manera; porque Alejandro miraba a Filipo con semblante alegre y sereno, en el que estaban pintadas la benevolencia y la confianza; y éste, sorprendido con la calumnia, unas veces ponía por testigos a los dioses y levantaba las manos al cielo, y otras se reclinaba sobre el lecho exhortando a Alejandro a que estuviera tranquilo y confiara en él. Porque el remedio al principio parecía haber cortado el cuerpo, postrando y abatiendo las fuerzas hasta hacerle perder el habla y quedar muy apocados los sentidos, sobreviniéndole luego una congoja; pero Filipo logró volverle pronto, y restituyéndole las fuerzas, hizo que se mostrase a los macedonios, que se mantuvieron siempre muy desconfiados e inquietos mientras que no vieron a Alejandro. Hallábase en el ejército de Darío un fugitivo de Macedonia y natural de ella llamado Amintas, el que no dejaba de tener conocimientos del carácter de Alejandro. Éste, viendo que Darío iba a encerrarse entre desfiladeros en busca de Alejandro, le proponía que permaneciese donde se encontraba, en lugares llanos y abiertos, habiendo de pelear contra pocos con tan inmenso número de tropas; y como le respondiese Darío que temía no se anticiparan a huir los enemigos y se le escapara Alejandro: "Por eso, oh rey le repuso, no paséis pena, porque él vendrá contra vos, o quizá viene ya a estas horas". Mas no cedió por esto Darío, sino que; levantando el campo, marchó para la Cilicia, y al mismo tiempo Alejandro marchaba contra él a la Siria; pero habiendo en la noche apartádose por yerro unos de otros, retrocedieron. Alejandro, contento con que así le favoreciese la suerte para salirle a aquél al encuentro entre montañas, y Darío para ver si podría recobrar su antiguo campamento y poner sus tropas fuera de gargantas, porque ya entonces reconoció que, contra lo que le convenía, se había metido en lugares que por el mar, por las montañas y por el río Píndaro que corre en medio, eran poco a propósito para la caballería, y que le obligaban a tener divididas sus fuerzas, estando por tanto aquella posición muy en favor de los enemigos, que eran en corto número. La fortuna, pues, le preparó este lugar a Alejandro; pero él por su parte procuró también ayudar a la fortuna, disponiendo las cosas del modo mejor posible para el vencimiento, pues siendo muy inferior a tanto número de bárbaros, no sólo no se dejó envolver, sino que extendiendo su ala derecha sobre la izquierda de aquéllos, llegó a formar semicírculo y obligó a la fuga a los que tenían al frente, peleando entre los primeros, tanto que fue herido de una cuchillada en un muslo, según dice Cares, por Darío, habiendo venido ambos a las manos; pero el mismo Alejandro, escribiendo a Antipatro acerca de esta batalla, no dijo quién hubiese sido el que lo hirió, sino que había salido herido de una cuchillada en un muslo, sin que hubiese tenido la herida malas resultas. Habiendo conseguido una señalada victoria con muerte de más de ciento y diez mil hombres, no acabó con Darío, que se le había adelantado en la fuga cuatro o cinco estadios, por lo cual, habiendo tomado su carro y su arco, se volvió y halló a los macedonios cargados de inmensa riqueza y botín que se llevaban del campo de los bárbaros, sin embargo de que éstos se habían aligerado para la batalla y habían dejado en Damasco la mayor parte del bagaje. Habían reservado para el mismo Alejandro el pabellón de Darío, lleno de muchedumbre de sirvientes, de ricos enseres y de copia de oro y plata. Desnudándose, pues, al punto de las armas, se dirigió sin dilación al baño, diciendo: "Vamos a lavarnos el sudor de la batalla en el baño de Darío"; sobre lo que uno de sus amigos repuso: "No a fe mía, sino de Alejandro, porque las cosas del vencido son y deben llamarse del vencedor". Cuando vio las cajas, los jarros, los enjugadores y los alabastros, todo guarnecido de oro y trabajado con primor, percibió al mismo tiempo el olor fragante que de la mirra y los aromas despedía la casa, y habiendo pasado desde allí a la tienda, que en su altura y capacidad y en todo el adorno de alfombras, de mesas y de aparadores era ciertamente digna de admiración, vuelto a los amigos: "En esto consistía les dijo, según parece, el reinar". Al tiempo de ir a la cena se le anunció que entre los cautivos habían sido conducidas la madre y la mujer de Darío y dos hijas doncellas, las cuales, habiendo visto el carro y el arco de éste, habían empezado a herirse el rostro y a llorar, teniéndole por muerto. Paróse por bastante rato Alejandro, y mereciéndole más cuidado los afectos de estas desgraciadas que los propios, envió a Leonata con orden de decirles que ni había muerto Darío ni debían temer de Alejandro, porque con Darío está en guerra por el imperio; pero a ellas nada les faltaría de lo que, reinando aquél, se entendía corresponderles. Si este lenguaje pareció afable y honesto a aquellas mujeres, todavía en las obras se acreditó más de humano con las cautivas, porque les concedió dar sepultura a cuantos persas quisieron, tomando las ropas y todo lo demás necesario para el ornato de los despojos de guerra; y de la asistencia y honores que disfrutaban nada se les disminuyó y aun percibieron mayores rentas que antes; pero el obsequio más loable y regio que de él recibieron unas mujeres ingenuas y honestas, reducidas a la esclavitud, fue el no oír ni sospechar ni temer nada indecoroso, sino que les fue lícito llevar una vida apartada de todo trato y de la vista de los demás, como si estuvieran no en un campamento de enemigos, sino guardadas en templos y relicarios de vírgenes; y eso que se dice que la mujer de Darío era la más bien parecida de toda la familia real, así como el mismo Darío era el más bello y gallardo de los hombres, y que las hijas se parecían a los padres. Pero Alejandro, teniendo, según parece, por más digno de un rey el dominarse a sí mismo que vencer a los enemigos, ni tocó a éstas, ni antes de casarse conoció a ninguna otra mujer fuera de Barsene, la cual, habiendo quedado viuda por la muerte de Memnón, había sido cautivada en Damasco. Había recibido una educación griega, y siendo de índole suave e hija de Artabazo, tenida en hija del rey, fue conocida por Alejandro, a instigación, según dice Aristóbulo, de Parmenión, que le propuso se acercase a una mujer bella y que unía a la belleza el ser de esclarecido linaje. Al ver Alejandro a las demás cautivas, que todas eran aventajadas en hermosura y gallardía, dijo por chiste: "¡Gran dolor de ojos son estas persianas!" Con todo, oponiendo a la belleza de estas mujeres la honestidad de su moderación y continencia, pasaba por delante de ellas como por delante de imágenes sin alma, de unas estatuas. Escribióle en una ocasión Filoxeno, general de la armada naval, hallarse a sus órdenes un tarentino llamado Teodoro, que tenía de venta dos mozuelos de una belleza sobresaliente, preguntándole si los compraría; y se ofendió tanto, que exclamó muchas veces ante sus amigos en tono de pregunta: "¿Qué puede haber visto en mí Filoxeno de indecente e inhonesto para hacerse corredor de semejante mercadería?" Reprendió ásperamente a Filoxeno en una carta, mandándole que enviara noramala a Teodoro con sus cargamentos. Mostróse también enojado al joven Agnón, que le escribió tener intención de comprar en Corinto a Gróbilo, mozo allí de grande nombradía, para presentárselo; y habiendo sabido que Darnón y Timoteo, macedonios de los que servían a las órdenes de Parmenión, habían hecho violencia a las mujeres de unos estipendiarios escribió a Parmenión dándole orden de que, si eran convencidos, los castigara de muerte como fieras corruptoras de los hombres; hablando de sí mismo en esta carta en las siguientes palabras: "Porque no se hallará que yo haya visto a la mujer de Darío ni que haya querido verla, ni dar siquiera oídos a los que han venido a hablarme de su belleza". Decía que en dos cosas echaba de ver que era mortal: en el sueño y en el acceso a mujeres, pues de la misma debilidad de la naturaleza provenía el sentir el cansancio y las seducciones del placer. Era asimismo muy sobrio en cuanto al regalo del paladar, lo que manifestó de muchas maneras y también en las respuestas que dio a Ada, a la que adoptó por madre y la declaró reina de Caria, porque como ésta, para agasajarle, le enviase diariamente muchos platos delicados y exquisitas pastas, y finalmente los más hábiles cocineros y pasteleros que pudo encontrar, le dijo que para él todo aquello estaba de más porque tenía otros mejores cocineros puestos por su ayo Leónidas, que eran, para el desayuno, salir al campo antes del alba, y para la cena comer muy poco entre día. "Él mismo decía reconoce mis cofres y mis guardarropas para ver si la madre me ha puesto cosas de regalo y de lujo." Aun respecto del vino era menos desmandado de lo que comúnmente se cree; y si parecía serlo más bien que por largo beber era por el mucho tiempo que con cada taza se llevaba hablando; y aun esto cuando estaba muy de vagar, pues cuando había que hacer, ni vino, ni sueño, ni juego alguno, ni bodas, ni espectáculo, nada había que, como a otros capitanes, le detuviese; lo que pone de manifiesto su misma vida, pues que habiendo sido tan corta, está llena de muchas y grandes hazañas. Cuando no tenía qué hacer se levantaba y lo primero era sacrificar a los dioses y tomar el desayuno sentado; después pasaba el día en cazar, o en ejercitar la tropa, o en despachar los juicios militares, o en leer. De viaje, si no había de ser largo, sin detenerse se ejercitaba en tirar el arco, o en subir y bajar a un carro que fuese corriendo. Muchas veces se entretenía en cazar zorras y aves, como se puede ver en sus diarios. En el baño, y mientras iba a él y a ungirse, examinaba a los encargados de las provisiones y de la cocina sobre si estaba en su punto todo lo relativo a la cena, yendo siempre a cenar tarde y después de anochecido. Su cuidado y esmero en la mesa era extraordinario sobre que a todos se les sirviese con igualdad y diligencia. La bebida se prolongaba, como hemos dicho, por la demasiada conversación, porque siendo para el trato en todas las demás dotes el más amable de los reyes, sin que hubiese gracia que le faltase, entonces se hacía fastidioso con sus jactancias y soberbia militar, llegando a dar ya en fanfarrón y a ser en cierto modo presa de los aduladores, que echaban a perder aun a los más modestos convidados, porque ni querían confundirse con los aduladores, ni quedarse más cortos en las alabanzas, siendo lo primero bajo e indecoroso, y no careciendo de riesgo lo segundo. Después de haber bebido se lavaba y se iba a recoger, durmiendo muchas veces hasta el mediodía; y aun alguna se llevó el día entero durmiendo. En cuanto a manjares, era muy templado, de manera que cuando por mar le traían frutas o pescados exquisitos, distribuyéndolos entre sus amigos, era muy frecuente no dejar nada para sí. Su cena, sin embargo, era siempre opípara; y habiéndose aumentado el gasto en proporción de sus prósperos sucesos llegó por fin a diez mil dracmas; pero aquí paró, y ésta era la suma prefijada para darse a los que hospedaban a Alejandro. Habiéndole presentado una cajita, que pareció la cosa más preciosa y rara de todas a los que recibían las joyas y demás equipajes de Darío, preguntó a sus amigos qué sería lo más preciado y curioso que podría guardarse en ella. Respondieron unos una cosa y otros otra, y él dijo que en aquella caja iba a colocar y tener defendida la Iliada, de lo que dan testimonio muchos escritores fidedignos. Los favores que en los apuros y dificultades de este viaje (al
templo de Amón) recibió del Dios le ganaron a éste
más confianza que los oráculos dados después;
o por mejor decir, por ellos se tuvo después en cierta
manera más fe en los oráculos. Porque, en primer
lugar, el rocío del cielo y las abundantes lluvias que
entonces cayeron disiparon el miedo de la sed, y haciendo desaparecer
la sequedad, porque con ella se humedeció la arena y quedó
apelmazada, dieron al aire las calidades de más respirable
y más puro. En segundo lugar, como confundidos los términos
por donde se gobernaban los guías, hubiesen empezado a
andar perdidos y errantes, por no saber el camino, unos cuervos
que se les aparecieron fueron sus conductores, volando delante
y acelerando la marcha cuando los seguían, y parándose
y aguardando cuando se retrasaban. Pero lo maravilloso era, según
dice Calístenes, que con sus voces y graznidos llamaban
a los que se perdían por la noche, trayéndolos a
las huellas del camino. Cuando pasado el desierto llegó
a la ciudad, el profeta de Amón le anunció que le
saludaba de parte del Dios como de su padre, a lo que él
le preguntó si se había quedado sin castigo alguno
de los matadores de su padre. Repásole el profeta que mirara
lo que decía, porque no había tenido un padre mortal;
y entonces él, mudando de lenguaje, preguntó si
se había castigado a todos los matadores de Filipo; y en
seguida, acerca del imperio, si le concedería el dominar
a todos los hombres. Habiéndole también dado el
Dios favorable respuesta y asegurándole que Filipo estaba
completamente vengado, le hizo las más magníficas
ofrendas, y a los hombres allí desfinados los más
ricos presentes. Esto es lo que en cuanto a los oráculos
refieren los más de los historiadores; y se dice que el
mismo Alejandro, en una carta a su madre, le significó
haberle sido hechos ciertos vaticinios arcanos, los que a ella
sola revelaría a su vuelta. Algunos han escrito que queriendo
el profeta saludarle en griego con cierto cariño diciéndole
"hijo mío", se equivocó por barbarismo
en una letra, poniendo una s por una n; y que a Alejandro le fue
muy grato este error, por cuanto se dio motivo a que pareciera
le había llamado hijo de Júpiter, porque esto era
lo que resultaba de la equivocación. Dícese así
mismo que habiendo oído en el Egipto al filósofo
Psamón, lo que principalmente coligió de sus discursos
fue que todos los hombres son regidos por Dios, a causa de que
la parte que en cada uno manda o impera es divina; y que él
todavía opinaba más filosóficamente acerca
de estas cosas, diciendo que Dios es padre común de todos
los hombres; pero adopta especialmente por hijos suyos a los buenos. Habiendo visto que cuantos tenía a su lado se habían
entregado enteramente al lujo y al regalo, haciendo excesivos
gastos en todo lo relativo a sus personas, tanto que Agnón
de Teyo llevaba clavos de plata en los zapatos, Leonato se hacía
traer del Egipto con camellos muchas cargas de polvo para los
gimnasios, Filotas había hecho para la caza toldos que
se extendían hasta cien estadios; y eran más los
que para ungirse y para el baño usaban de mirra que de
aceite, llegando hasta el extremo de tener mozos únicamente
destinados a que les rascasen y conciliasen el sueño, los
reprendió suave y filosóficamente, diciendo maravillarse
de que hombres que habían sostenido tantos y tan reñidos
combates se hubieran olvidado de que duermen con más gusto
los que trabajan que los que están ociosos, y de que no
vieran, comparando su método de vida con el de los persas,
que el darse al regalo es lo más servil y abatido, y el
trabajar lo más regio y más propio de los que han
de mandar: |