Introducción

Antes de comenzar a escribir Plutarco la Vida de Alejandro nos declara, cortésmente, el plan que se ha prometido al escribir su obra, y que hasta ese momento había tenido oculto a los lectores, a pesar de que había hecho desfilar ya otras figuras históricas, como Teseo, Rómulo, Licurgo, Numa, Solón, Pericles, Fabio Máximo...

Tal vez las anteriores a Alejandro le cabían menos ajustadamente, con más holgura, en el plan que se había prefijado.

En esta selección será  preciso exagerar las apreturas que Plutarco inmortalizó en su obra Vidas paralelas.

Pero la infidelidad a la extensión procuraremos sea compensada con una fidelidad al plan general que Plutarco mismo se había propuesto al escribirlas. Oigámoselo. Habiéndonos propuesto escribir en este libro la vida de Alejandro y la de César, el que venció a Pompeyo, por la muchedumbre de hazañas de uno y otro, una sola cosa advertimos y rogamos a los lectores, y es que si no las referimos todas, ni aun nos detenemos con demasiada prolijidad en cada una de las más celebradas, sino que cortamos y suprimimos una gran parte, no por eso nos censuren y reprendan. Porque no escribimos historias sino vidas, ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirven más para probar las costumbres, que batallas en que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos y sitios de ciudades. Por tanto, así como los pintores toman, para retratar las semejanzas del rostro, aquellas facciones en que más se manifiesta la índole y el carácter, cuidándose poco de todo lo demás, de la misma manera debe a nosotros concedérsenos el que atendamos más a los indicios del ánimo, y que por ellos dibujemos la vida de cada uno, dejando a otros los hechos de grande aparato y los combates.

Apunta ya en este texto de Plutarco la distinción entre historia de un personaje y su vida; la historia de un personaje parece debe incluir, ante todo y sobre todo, el conjunto de sus hazañas externas, de los hechos y cosas que le pasaron en público, mientras que su vida ha de encerrar las obras realizadas en su castillo interior; y de las externas las que tengan alguna significación interior, como índices o indicios de su vida moral, que era, para Plutarco, la vida interior por excelencia.

Y si comparamos a vista de pájaro el número de cosas que nos pasan, grandes y pequeñas, con el número de las que proceden de la conciencia moral, de aquellas en que hemos puesto el sello del deber, que las hemos hecho porque debíamos hacerlas, notaremos inmediatamente que a todo hombre, aun al más ilustre, le pasan millones de millones de cosas que no tienen significación ni valor alguno para fomentar su vida moral, la vida interior, y que son muy pocas en número las cosas y acciones en que le es dado formar su persona moral y revelarla, para ejemplo y dechado, a los demás.

Empero, entre las cosas que a uno le pasan, y que le pasan sin atender a lo que exigiría la vida moral y los anhelos de perfeccionamiento que todo hombre debe abrigar como causal final de su vida, las hay notables, desde puntos de vista como el social, político, económico, nacional, internacional, guerrero... y todas estas hazañas, por de pronto indiferentes moralmente, con frecuencia descaradamente inmorales entrarían, según Plutarco, en la historia de un personaje; mientras que en su vida sólo contarían acciones espontáneas, con el sello de su libertad, y con el visto bueno de la conciencia moral. Y se da el caso de que, en general, las acciones morales más excelentes, las grandes victorias interiores, tienen bien poco de externamente relumbrantes, de vistosas y esplendentes.

Plutarco ha sabido conservarnos, y le debemos por ello eterna gratitud, dichos, hechos, indicios, frases, reacciones... que delatan, como significativos índices, la vida moral, interior, de los grandes personajes de la historia.

Sus Vidas paralelas son, pues, lectura humanamente edificante. Lectura moral y moralizante, sin pretensiones ni trompeteos, sin propaganda ni ostentación.

En la selección que aquí ofrecemos al lector no se ha podido, por múltiples razones, conservar el adjetivo de "paralelas", cuando menos en el sentido de la obra de Plutarco; sin embargo, Alejandro Magno nos dará  con su vida la lección del conquistador magnánimo y magnificente; emperador de sí, no menos que de mil naciones; con sus debilidades humanas, con sus terrores infantiles.

La cordial comprensión humana, el respeto por las personas, la generosidad sin envidia que en sus juicios ostenta Plutarco serán otros tantos buenos ejemplos morales que, de seguro, no caerán desaprovechados en nuestras almas.

Plutarco nació en Queronea, hacia mediados del primer siglo de nuestra era. En Atenas fue discípulo del filósofo platónico Amonio. Viajó mucho y, como es de suponer, fue varias veces a Roma. Pertenecía al colegio sacerdotal de Delfos. Su fama era tan grande que no le faltaron distinciones por parte de los emperadores romanos. Sus escritos demuestran su inmensa erudición y lecturas. Por la infinidad de sus fuentes, dice Willamowitz-Moellendorf, el gran crítico y especialista en cosas griegas, es sumamente aventurado discutir un dato de Plutarco. Sus Vidas paralelas incluyen 46 personajes, con unas cuatro independientes. Forman en total 23 pares de vidas, cada uno de los cuales incluye la vida de un romano ilustre y de un griego famoso, seguidas de una comparación.

Escribió además Obras morales.

JUAN DAVID GARCÍA BACCA