Hoy en México los manuales de gramática se publican
generalmente referidos a la lengua española y no a la
castellana. Esto sin embargo no es igualmente cierto en otros
ámbitos geográficos y en otros tiempos. En algunos países
sudamericanos quizá como restos de una actitud nacionalista
a ultranza parece preferirse la denominación de castellano
o lengua castellana para evitar la referencia a España. Aquí
mismo en México, pero en 1900, don Rafael Ángel de la
Peña, un muy buen gramático olvidado, publicó un
libro importante con el título de Gramática teórica
y práctica de la lengua castellana, como lo había
hecho antes don Andrés Bello, entre muchos otros. Asimismo en
México la designación oficial por parte de la Secretaría
de Educación Pública es español, aunque
no hace mucho se decía también lengua nacional.
No recuerdo que se le haya nombrado, recientemente, castellano
por parte de las autoridades educativas. Sin embargo en habla coloquial
no es raro oír expresiones como "en México se habla
muy buen castellano" o "el castellano debe enseñarse
en las escuelas". En nuestra Constitución Política
no se hace referencia a la lengua oficial, tal vez porque esto, por
obvio, no resulta necesario. En España, por lo contrario, hace
poco, en 1978, los constituyentes dejaron establecido, en el artículo
tercero de la Constitución española, que "el castellano
es la lengua oficial del Estado". El que tan importante documento
determinara que la lengua que hablamos en más de 20 países,
incluido el que se denomina España, se llame castellano
y no español produjo y sigue produciendo enconadas discusiones.
De lo que no puede caber duda es de que, en sus principios, la lengua
que hoy hablamos tantos millones de seres humanos no fue sino castellano
pues, aunque se considera caprichosamente como fecha de "nacimiento"
de nuestra lengua el año 978, cuando monjes del Monasterio de
San Millán de la Cogolla anotaron, en los márgenes de
algunas vidas de santos y sermones agustinos, las "traducciones"
de ciertas voces y giros latinos a la lengua vulgar, que
no era otra cosa que el dialecto navarro-aragonés, lo cierto
es que el castellano, nacido como dialecto histórico del
latín en las montañas cantábricas del norte de
Burgos, en el Condado de Fernán González, lo absorbió
a partir del siglo XI, igual que al leonés, y respetó
sólo al catalán y al gallego. Andando el tiempo, con la
alianza de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, el castellano
dejará en forma definitiva de ser lengua regional y pasará
a constituirse en lengua verdaderamente nacional. Será a partir
de entonces cuando con toda justicia le convenga el apelativo de lengua
española, lengua de España. En 1535 escribe Juan
de Valdés: "La lengua castellana se habla no solamente por
toda Castilla, pero en el reino de Aragón, el de Murcia con toda
el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra; y esto aún
hasta entre gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se
habla en todo el resto de Spaña". Esta afirmación
de Valdés lleva a Rafael Lapesa, uno de los mejores historiadores
de la lengua española, a escribir: "El castellano se había
convertido en idioma nacional. Y el nombre de lengua española,
empleado alguna vez en la Edad Media con antonomasia demasiado exclusivista
entonces, tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se
sobrepone al de lengua castellana".
Así que, a partir de entonces, el castellano pasa a ser español
y no dejará de serlo, aunque cosa contraria diga la Constitución
española. Es definitivamente más importante la tradición
secular que la conveniencia política. Quizá pretendieron
salvaguardar el discutible derecho que otras lenguas, como el catalán
y el vasco , tienen de ser llamadas "españolas", como
deja verse en la segunda parte del artículo citado: "Las
demás lenguas españolas serán también oficiales
en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos".
En otras palabras, el catalán es, según esto, tan español
como el español (como el castellano, según la Constitución
española).
Estoy plenamente convencido, como muchos otros, de que la lengua que
hablamos debe llamarse española porque, a las razones históricas
que aduje, habría que agregar otras muchas, como las que menciona
Juan Lope Blanch, en un artículo sobre este mismo tema: las instituciones
culturales españolas no se refieren al castellano sino
al español ("de la lengua española es la Gramática
y es el Diccionario de la Real Academia Española"); la gran
mayoría de nuestros gramáticos modernos la han denominado
española; en otras lenguas, así se le denomina
(espagnole, spagnuola, Spanish, Spanisch); el castellano, lingüísticamente
hablando, hoy es sólo un dialecto de la lengua
española; es decir, el español que se habla en Castilla.
Independientemente de que en España razones políticas
llevaron a la equivocada decisión de cambiar el nombre de nuestra
lengua, en Hispanoamérica, que no fue consultada para ello, no
hay razón alguna para dejar de denominarla española,
como en efecto es desde el siglo XVI la lengua que nos une.
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