SOBRE LA "X" DE MÉXICO

Ante todo aclaro que las notas que siguen sólo tienen por objeto la revisión histórica de un debate que desde el punto de vista filológico, siempre me ha parecido interesante. No pretendo, por tanto, aportar nada nuevo ni proponer alguna opinión original. Me limito a reseñar, de modo más o menos ordenado, las posiciones de algunos intelectuales que se han ocupado de este asunto. Para ello me ayudo de la excelente recopilación de textos que sobre el tema publicó José Luis Martínez en los tres primeros volúmenes del Boletín de la Academia Mexicana.

La mayoría de las opiniones defiende la x del topónimo México y rechaza terminantemente el uso de la j. Así lo hacen fray Servando Teresa de Mier, Flores y Gardea y Revilla, entre otros. Hay quienes aceptan la teoría lingüística que subyace en el uso de j pero a pesar de ello deciden usar la x, como Reyes, De Rosenzweig y Quijano. Otros, como Gutierre Tibón, recomiendan conservar la x y modificar el sonido, y pronunciar, por ende, Mecsico: Finalmente se inclinan por el uso de j, casi siempre con argumentos de carácter filológico, Unamuno, Salado Alvarez, De la Peña y Junco. Ahora sólo resumiré las ideas de los defensores de la x.

Quizá, entre los partidarios de la x, sea fray Servando quien presenta argumentos más endebles, pues parece ignorar en su escrito las modificaciones fonológicas del español del siglo XVI, entre ellas el cambio de sh (escrita x) a j, que afectó no sólo a las voces españolas (dixo = dijo) sino también a la mayoría de los indigenismos que tenían el fonema sh (exotl = ejote, wexolotl = guajolote, etc.). Desde el castillo de San Juan de Ulúa, en 1821, en su "Carta de despedida a los mexicanos", anota que "los conquistadores eran en su mayoría extremeños y andaluces o árabes en su pronunciación y pronunciaron fuerte todas las x escritas por los misioneros, y llenaron de letras guturales los términos que adoptaron de la lengua mexicana, la cual no admite ninguna". Recomienda la escritura de x en la palabra México con objeto de salvaguardar la debida pronunciación (sh) del topónimo: "sigamos a escribirlo con x o para llegar con el tiempo, si la nueva ortografía predomina, a pronunciar como se debe éste y los demás términos mexicanos, o para no echar en olvido enteramente una de nuestras mayores glorias".

En su libro Miscelánea cientifico-literaria de 1888, F. Flores y Gardea, en su defensa de la x en México, usa ante todo argumentos de carácter etimológico. Señala que es indebido usar j porque "el mexicano carece de la consonante j y mal pueden escribirse las voces de una lengua con letras que no tiene su alfabeto".

Recuerda la pronunciación del vocablo en su lengua original: "la verdadera pronunciación del vocablo es Meshico y no Méksico, como resultaría de pronunciar la x como en español; así es que, aunque el signo ortográfico es el mismo, las articulaciones por él representadas no son iguales entre sí". Aunque no con suficiente claridad, pretende defender la etimología con la ortografía: "la x en mexicano tiene distinto valor fonético que en español; teniendo ese nuevo valor convencional con el cual se expresa un sonido propio del mexicano, dicha letra no puede ser sustituida por otra sin alterar la ortografía de dicho idioma y oscurecer la etimología de sus vocablos; por consiguiente, en razón de su etimología, debe escribirse México y no Méjico o Mégico.

Hacia 1910, Manuel G. Revilla describe las razones por las cuales no escribe México con j. Recuerda que en el siglo XVI, por natural evolución, se perdió en castellano la sch y se transformó en gutural fuerte que "ahora se representa en la j". Hace ver que los españoles castellanizaron la voz México, pronunciándola con gutural. Esa voz y otras muchas, tomadas del náhuatl "han cambiado su ortografía en virtud de la transformación del sonido de la x". Reconoce que la etimología no es causa alguna para que subsista la x en México, pues "la etimología en nada se pierde en esa palabra, porque la x se sustituya por la j, como no se ha perdido en ninguna de las otras voces". Reconoce que lo que sí se pierde, con la x, en muchos lugares, es la debida pronunciación del término y puede llegar a oírse Mécsico y mecsicano. A ello puede deberse, a su juicio, que la Real Academia autorice el gentilicio mejicano. Hasta aquí todo lleva a Revilla hacía la j. Sin embargo defiende la x de México con argumentos muy válidos, así no tengan nada que ver con la filología. Se refiere, concretamente, a la "pasión", al "sentimentalismo". Vale la pena transcribir un largo párrafo de su escrito:

    "Desde que abrimos en esta tierra los ojos de la inteligencia los en ella nacidos, el nombre de la patria vímosle escrito con x. La x ha sido una letra ya consagrada por larga tradición. Tiene algo de hierático y sagrado. Alterar el nombre, ya como estereotipado, de la tierra natal, de la Nación que reconocemos por nuestra, parece una especie de profanación contra lo que protesta el sentimiento. Quitarle a México la x es como si al águila de nuestro escudo se le suprimiese el índico nopal o la ondulada culebra; o como si a nuestra bandera se le cambiara alguno de sus tres emblemáticos colores. ¿No protestaría contra ello el sentimiento en consorcio con la costumbre? ¿Qué pueden las razones filológicas al lado del sentimentalismo o la pasión?"

Algo semejante podemos encontrar en Alfonso Reyes. En su artículo "La interrogación nacional" hace la historia del paso de la sh a jota en español y su influencia en los vocablos indígenas. Recuerda que no puede ser este un asunto ideológico pues "liberales y conservadores han bailado al son de la jota o se han santiguado con la cruz de la equis". Reyes escribe México y no Méjico, a pesar de la filología debía conducir a la j. Sus motivos, es obvio, no tienen que ver con esa ciencia: "yo no tengo ninguna razón científica contra el uso de la j que, por lo demás, me parece, filológicamente hablando, el más revolucionario, el menos conservador de los dos. Y con todo, le tengo apego a mi x como a una reliquia histórica, como a un discurso santo-y-seña en que reconozco a los míos, a los de mi tierra..."

Menos sentimental y más autoritario se muestra Alfonso de Rosenzweig Díaz (en su libro Privilegio de soberanos. Mexicanidad de México, de 1956): "Fonéticamente debería escribirse con j, porque el lector poco enterado, al ver la x, pronunciará indefectiblemente Mék-si-co. Mas es privilegio de soberanos y de reyes establecer la grafía para los nombres, y así México se escribirá siempre con x, por tradición, por costumbre e, incluso, por política".

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