XVI

¿Nada crees ya en lo que dentro de tu alma se contiene? ¿Piensas que has apurado las disposiciones y posibilidades de ella; dices que has probado en la acción todas las energías y aptitudes que, con harta confianza, reconocías en ti mismo, y que, vencido en todas, eres ya como barco sin gobernalle, como lira sin cuerdas, como cuadrante sin sol?... Pero para juzgar si de veras agotaste el fondo de tu personalidad es menester que la conozcas cabalmente. ¿Y te atreverás a afirmar que cabalmente la conoces? El reflejo de ti que comparece en tu conciencia ¿piensas tú que no sufre rectificación y complemento?, ¿que no admite mayor amplitud, mayor claridad, mayor verdad? Nadie logró llegar a término en el conocimiento de sí, cosa ardua sobre todas las cosas, sin contar con que, para quien mira con mirada profunda, aun la más simple y diáfana es como el agua de la mar, que cuanto más se bebe da más sed, y como cadena de abismos. ¡Y tú presumirás de conocerte hasta el punto de que te juzgues perpetuamente limitado a tu ser consciente y actual!... ¿Con qué razón pretendes sondar, de una mirada, esa complejidad no igual a la de ninguna otra alma nacida, esa única originalidad (por única, necesaria al orden del mundo), que en ti, como en cada uno de los hombres, puso la incógnita fuerza que ordena las cosas? ¿Por qué en vez de negarte con vana negación, no pruebas avanzar y tomar rumbo a lo no conocido de tu alma?... ¡Hombre de poca fe! ¿qué sabes tú lo que hay acaso dentro de ti mismo?...