XV

¿Qué vienes de buscar donde suena ese vago clamor y pueblan el aire esas cien torres? ¿Por qué traes los ojos humillados y la laxitud del cansancio estéril ahoga en ti la efervescencia de la vida en su mejor sazón?... Muchos vi pasar como tú. Sé tu historia aunque no me la cuentes, peregrino. Saliste por primera vez al campo del mundo; iban contigo sueños de ambición: se disiparon todos; perdiste el caudalito de tu alma; la negra duda se te entró en el pecho, y ahora vuelves a tu terrón sin la esperanza en ti mismo, sin el amor de ti mismo, que son la más triste desesperanza y el más aciago desamor de cuantos puede haber. Donde te atrajo la huella de los otros; donde te detuvo el vocear de los chalanes y te deslumbraron los colores de la feria; donde cien veces te sentiste mover antes de que tu voluntad se moviese, no hallaste el bien que apetecías; y herido en las alas del corazón: "el bien que soñé era vano sueño", vas pensando. Mas yo te digo que, desde el instante en que renunciaste a buscarle del modo como no podías dar con él, es cuando más cerca estás del bien que soñaste. Tu desaliento y melancolía hacen que el mirar de tus ojos, desasido de lo exterior, se reconcentre ahora en lo íntimo de ti. ¡Gran principio!, ¡grande ocasión!, ¡gran soplo de viento favorable!

Hay, peregrino, una senda, donde aquel que entra y avanza pierde temor al desengaño. Es ancha, lisa, recta y despejada, después de comienzos muy duros y tortuosos. Pasa por medio de todos los campos de cultivo que granjean honra y provecho. Quien por ella llega a la escena del mundo puede considerar que ha cosechado todas las plantas de mirífica virtud, de que hablan las leyendas: la bácara que preserva de la fascinación, el nepente que devuelve la alegría y el hongo que infunde el ardor de las batallas. Tener experiencia de esta senda vale tanto como llevar la piedra de parangón con que aquilatar la calidad de las cosas cuyas apariencias nos incitan. Por ella se sale a desquijarar los leones, tanto como a ceñir la oliva de paz. Cuando por otros caminos se las busca, todas las tierras son páramos y yermos; pero si ella fue el camino, aun la más árida se trueca en fértil emporio:su sequedad se abre en veneros de aguas vivas; cúbrense las desnudas peñas de bosque, y el aire se anima con muchas y pintadas aves. Toma, peregrino, esa senda, y el bien que soñaste será tuyo. —¿Alzas los ojos?, ¿consultas, en derredor, el horizonte?... No allí, no afuera, sino en lo hondo de ti mismo, en el seguro de tu alma, en el secreto de tu pensamiento, en lo recóndito de tu corazón: ¡en ti, en ti solo, has de buscar arranque a la senda redentora!