XV |
¿Qué vienes de buscar donde suena ese vago clamor
y pueblan el aire esas cien torres? ¿Por qué traes los
ojos humillados y la laxitud del cansancio estéril ahoga en ti
la efervescencia de la vida en su mejor sazón?... Muchos vi pasar
como tú. Sé tu historia aunque no me la cuentes, peregrino.
Saliste por primera vez al campo del mundo; iban contigo sueños
de ambición: se disiparon todos; perdiste el caudalito de tu
alma; la negra duda se te entró en el pecho, y ahora vuelves
a tu terrón sin la esperanza en ti mismo, sin el amor de ti mismo,
que son la más triste desesperanza y el más aciago desamor
de cuantos puede haber. Donde te atrajo la huella de los otros; donde
te detuvo el vocear de los chalanes y te deslumbraron los colores de
la feria; donde cien veces te sentiste mover antes de que tu voluntad
se moviese, no hallaste el bien que apetecías; y herido en las
alas del corazón: "el bien que soñé era vano
sueño", vas pensando. Mas yo te digo que, desde el instante
en que renunciaste a buscarle del modo como no podías dar con
él, es cuando más cerca estás del bien que soñaste.
Tu desaliento y melancolía hacen que el mirar de tus ojos, desasido
de lo exterior, se reconcentre ahora en lo íntimo de ti. ¡Gran
principio!, ¡grande ocasión!, ¡gran soplo de viento
favorable! |