¿Qué vienes de buscar donde suena ese vago clamor
y pueblan el aire esas cien torres? ¿Por qué traes los
ojos humillados y la laxitud del cansancio estéril ahoga en ti
la efervescencia de la vida en su mejor sazón?... Muchos vi pasar
como tú. Sé tu historia aunque no me la cuentes, peregrino.
Saliste por primera vez al campo del mundo; iban contigo sueños
de ambición: se disiparon todos; perdiste el caudalito de tu
alma; la negra duda se te entró en el pecho, y ahora vuelves
a tu terrón sin la esperanza en ti mismo, sin el amor de ti mismo,
que son la más triste desesperanza y el más aciago desamor
de cuantos puede haber. Donde te atrajo la huella de los otros; donde
te detuvo el vocear de los chalanes y te deslumbraron los colores de
la feria; donde cien veces te sentiste mover antes de que tu voluntad
se moviese, no hallaste el bien que apetecías; y herido en las
alas del corazón: "el bien que soñé era vano
sueño", vas pensando. Mas yo te digo que, desde el instante
en que renunciaste a buscarle del modo como no podías dar con
él, es cuando más cerca estás del bien que soñaste.
Tu desaliento y melancolía hacen que el mirar de tus ojos, desasido
de lo exterior, se reconcentre ahora en lo íntimo de ti. ¡Gran
principio!, ¡grande ocasión!, ¡gran soplo de viento
favorable!
Hay, peregrino, una senda, donde aquel que entra y avanza pierde
temor al desengaño. Es ancha, lisa, recta y despejada, después
de comienzos muy duros y tortuosos. Pasa por medio de todos los campos
de cultivo que granjean honra y provecho. Quien por ella llega a la
escena del mundo puede considerar que ha cosechado todas las plantas
de mirífica virtud, de que hablan las leyendas: la bácara
que preserva de la fascinación, el nepente que devuelve la
alegría y el hongo que infunde el ardor de las batallas. Tener
experiencia de esta senda vale tanto como llevar la piedra de parangón
con que aquilatar la calidad de las cosas cuyas apariencias nos incitan.
Por ella se sale a desquijarar los leones, tanto como a ceñir
la oliva de paz. Cuando por otros caminos se las busca, todas las
tierras son páramos y yermos; pero si ella fue el camino, aun
la más árida se trueca en fértil emporio:su sequedad
se abre en veneros de aguas vivas; cúbrense las desnudas peñas
de bosque, y el aire se anima con muchas y pintadas aves. Toma, peregrino,
esa senda, y el bien que soñaste será tuyo. ¿Alzas
los ojos?, ¿consultas, en derredor, el horizonte?... No allí,
no afuera, sino en lo hondo de ti mismo, en el seguro de tu alma,
en el secreto de tu pensamiento, en lo recóndito de tu corazón:
¡en ti, en ti solo, has de buscar arranque a la senda redentora!
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