XXI |
Este sortilegio de los demás sobre cada uno de nosotros explica muchas vanas apariencias de nuestra personalidad, que no engañan sólo a ojos ajenos, sino que ilusionan también a aquellos íntimos ojos con que nos vemos a nosotros mismos. Porque a menudo la virtud penetrativa del ambiente no cala y llega
hasta el centro del alma, donde, combinándose con nuestra originalidad
individual, que tomaría de ella lo capaz de asociársele
sin descaracterizarnos, en un proceso de orgánica asimilación,
antes enriquecería que menoscabaría nuestra personalidad;
sino que se detiene en lo exterior del alma, como una niebla, como
un antifaz, como una túnica; nada más que apariencia,
pero lo bastante engañadora para que aquel mismo en cuya conciencia
se interpone, la tenga por realidad y sustancia de su ser. |