XXV |
Este sentimiento de la vida que se acerca a su
término, sin haber llegado a convertir, una vez, en cosa que
dure, fuerzas que ya no es tiempo de emplear ¿quién lo
ha expresado como Ibsen, ni dónde está como en el desenlace
de Peer Gynt, que es para mí el zarpazo maestro de aquel
formidable oso blanco? Peer Gynt ha recorrido el mundo, llena la mente
de sueños de ambición, pero falto de voluntad para dedicar
a alguno de ellos las veras de su alma, y conquistar así la fuerza
de personalidad que no perece. Cuando ve su cabeza blanca después
de haber aventado el oro de ella en vana agitación, tras de quimeras
que se han deshecho como el humo, este pródigo de sí mismo
quiere volver al país donde nació. Camino de la montaña
de su aldea, se arremolinan a su paso las hojas caídas de los
árboles."Somos, le dicen, las palabras que debiste
pronunciar. Tu silencio tímido nos condena a morir disueltas
en el surco". Camino de la montaña de su aldea, se desata
la tempestad sobre él; la voz del viento le dice: "Soy
la canción que debiste entonar en la vida y no entonaste, por
más que, empinada en el fondo de tu corazón, yo esperaba
una seña tuya". Camino de la montaña, el rocío
que, ya pasada la tempestad, humedece la frente del viajero, le dice:
"Soy las lágrimas que debiste llorar y que nunca asomaron
a tus ojos: ¡necio si creíste que por eso la felicidad
sería contigo!". Camino de la montaña, dícele
la yerba que va hollando su pie: "Soy los pensamientos que
debieron morar en tu cabeza; las obras que debieron tomar impulso de
tu brazo; los bríos que debió alentar tu corazón".
Y cuando piensa el triste llegar al fin de la jornada, el "Fundidor
Supremo nombre de la justicia que preside en el mundo a la integridad
del orden moral, al modo de la Némesis antigua, le detiene
para preguntarle dónde están los frutos de su alma, porque
aquellas que no rinden fruto deben ser refundidas en la inmensa hornaza
de todas, y sobre su pasada encarnación debe asentarse el olvido,
que es la eternidad de la nada. |