Mientras nos sea posible mantener en la sucesiva
realización de nuestra personalidad el ritmo sosegado y constante
de las transformaciones del tiempo, rigiéndolas y orientándolas,
pero sin quitarles la condición esencial de su medida, impórtanos
quedar fieles a ese ritmo sagrado. La Antigüedad imaginó
hijas de la Justicia a las Horas: mito de sentido profundo. Una vida
idealmente armoniosa sería tal que cada día de los que
la compusieran significase, mediante los concertados impulsos del tiempo
y de la voluntad, a él adaptada, un paso hacia adelante; un cierto
desasimiento más respecto de las cosas que atrás quedan,
y una cierta vinculación correlativa, con otras que a su vez
preparasen aquellas que están por venir; una leve y atinada inflexión
que concurriera a determinar el sesgo total de la existencia. Si los
embates del mundo, y los mil gérmenes de desigualdad de todo
carácter personal, no dificultasen el sostenimiento de ese orden,
bastaría tomar nuestra vida en dos instantes cualesquiera de
su desenvolvimiento, para de la relación de entreambos levantarse
a la armónica arquitectura del conjunto: como por la subordinación
de proporciones que faculta a reconstituir, con sólo el hallazgo
de un diente, el organismo extinguido; o como por el módulo,
que, dado el espesor de una columna, permite averiguar, en las construcciones
de los artífices antiguos, la euritmia completa de la fábrica.
El tonificante placer que trae el adecuado cumplimiento de nuestra
actividad espiritual, se origina de la rítmica circulación
de nuestros sentimientos e ideas; no de otro modo que como el placer
de la bien trabada danza, en la que puede señalarse la más
exacta imagen de una vida armoniosa, tiene su principio en el ritmo
de las sensaciones musculares. Danza, en la alteza griega del concepto,
es la vida, o si se quiere: la idea de la vida; danza a cuya
hermosura contribuyen, con su música el pensamiento,
con su gimnástica la acción. Cantando el poeta
del Wallenstein el hechizo de la activa escultura humana, pregunta
a quien con ágil cuerpo sigue las sonoras cadencias: "¿Por
qué lo que así respetas en el juego lo desconoces en
la acción: por qué desconoces la medida?"
Gracia y facilidad de hacer, son una misma cosa; los caracteres del
movimiento bello son, al propio tiempo, elementos de economía
dinámica. En lo físico como en lo moral, economizamos
nuestras fuerzas por la elegancia, por el orden, por la proporción.
Pasar de una a otra idea, de uno a otro sentimiento, como a favor
de un blando declive, en gradación morosa y deleitable; relacional
entre sí las sucesivas tendencias de nuestra voluntad de manera
que no determinen direcciones independientes e inconexas, en que la
acción acabe bruscamente al final de cada una, para renacer,
por nuevo arranque y esfuerzo, con la otra; sino que todas ellas se
eslabonen en un único y persistente movimiento, modificado
sólo en cuanto a su dirección, como por un impulso lateral
que le comunicara de continuo la inflexión necesaria: tal podrían
definirse las condiciones de que dependen la facilidad y gracia de
nuestra actividad. Así, quien sin cálculo ni ensayo
se lanza de súbito a una empresa ignorada, padece desconcierto
y fatiga; mientras que el esfuerzo es fácil y grato en el que
con sabia previsión lo espera y por ejercicios preparatorios
se apercibe a él. Para quien ha de abandonar de improviso una
situación de alma en que gozó dicha y amor, la ruptura
es causa de acerbo desconsuelo; en tanto que aquel otro que se aleja
de ideas o afecciones que tuvo, por pasos lentos y graduados, como
quien asiste, desde el barco que parte, al espectáculo de la
orilla, los ve desvanecerse en el horizonte del tiempo sólo
con tranquila tristeza, y aun quizá con delectación
melancólica.
El esquema de una vida que se manifiesta en actividad bien ordenada
sería una curva de suave y graciosa ondulación. Varia
es la curva en su movimiento; la severa recta, siempre igual a sí
misma, tiende del modo más rápido a su fin; pero sólo
por la transición, más o menos violenta, de los ángulos,
podrá la recta enlazarse a su término con otra, que
nazca de un impulso en nuevo y divergente sentido; mientras que, en
la curva, unidad y diversidad se reúnen; porque, cambiando
constantemente de dirección, cada dirección que toma
está indicada de antemano por la que la precede.
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