IX |
¡Sabia, candorosa filosofía!, pensé.
Del fracaso cruel no recibe desaliento que dure, ni se obstina en volver
al goce que perdió; sino que de las mismas condiciones que determinaron
el fracaso, toma la ocasión de nuevo juego, de nueva idealidad,
de nueva belleza. ¿No hay aquí un polo de sabiduría
para la acción? ¡Ah, si en el transcurso de la vida todos
imitáramos al niño! ¡Si ante los límites
que pone sucesivamente la fatalidad a nuestros propósitos, nuestras
esperanzas y nuestros sueños, hiciéramos todos como él!...
El ejemplo del niño dice que no debemos empeñarnos en
arrancar sonidos de la copa con que nos embelesamos un día, si
la naturaleza de las cosas quiere que enmudezca. Y dice luego que es
necesario buscar, en derredor de donde entonces estemos, una reparadora
flor; una flor que poner sobre la arena por quien el cristal se tornó
mudo... No rompamos torpemente la copa contra las piedras del camino,
sólo porque haya dejado de sonar. Tal vez la flor reparadora
existe. Tal vez está allí cerca... Esto declara la parábola
del niño, y toda filosofía viril, viril por el
espíritu que la anime, confirmará su enseñanza
fecunda. |