LA INTERVENCIÓN EUROPEA

El embajador inglés en México, Wyke, informaba con insistencia a su gobierno sobre la rapacidad y falta de responsabilidad del gobierno de Juárez: el único camino a emplear era la fuerza. El gabinete inglés no admitía "doblegarse a las pretensiones extranjeras que implica la doctrina Monroe", pero juzgaba más prudente respetar a una nación independiente como México que esforzarse en mejorar sus instituciones interiores por medio de la fuerza. Cuando decide intervenir, lo hace con la reserva de que no influirá en la forma del gobierno mexicano. El embajador inglés en Francia escribe: "Mr. Jhouvenel ha repudiado enteramente el deseo que manifestó en otra ocasión de imponer a México una forma particular del gobierno". En mayo de 1862 el embajador recibe nuevas seguridades sobre esta abstención, aunque en lo personal duda de ella, porque los franceses protegen al monárquico mexicano Almonte. Cree el gobierno inglés que la mayoría del pueblo mexicano es liberal y republicana y se inclina a reconocer la legalidad del gobierno de Juárez. Lo que alarma a la Gran Bretaña es la ventaja territorial que puede obtener el gobierno de los Estados Unidos mediante su apoyo al de México. Wyke había templado sus juicios adversos a Juárez desde que entró al gabinete el ministro Doblado, "hombre instruido, sincero y franco", según Prim. En el aspecto externo de la intervención prevalece el criterio inglés. En efecto, el convenio de Londres de 31 de octubre de 1861 explica que:


    S. M. la reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, S. M. la reina de España y S. M. el emperador de los franceses, considerándose obligados, por la conducta arbitraria y vejatoria de las autoridades de la República de México, a exigir de esas autoridades una protección más eficaz para las personas y propiedades de sus súbditos, así como el cumplimiento de las obligaciones que la misma República tiene contraídas para con ellas, han convenido en concluir entre sí una convención con el fin de combinar su acción común, Las altas partes contratantes se comprometen a no buscar para sí, al emplear las medidas coercitivas previstas por la presente convención, ninguna adquisición de territorio ni ventaja alguna particular, y a no ejercer en los asuntos interiores de México ninguna influencia que pueda afectar el derecho de la nación mexicana de elegir y constituir libremente la forma de su gobierno.


El propósito español no era tan claro. O'Donnell advertía que no se trataba de reconquistar México ni de convertirlo en monarquía, sino de establecer el orden con base en una influencia moral; pero Collantes afirmaba que "la guerra civil en México era en el fondo una guerra de razas; que la europea estaba en minoría, en riesgo de sucumbir, y de que México volviera al estado en que lo encontró Cortés. Las potencias europeas debían procurar impedirlo". Los primeros rumores sobre el proyecto francés relativo a conceder el trono mexicano a un príncipe de Austria, hacen decir a O'Donnell: "Tal monarquía no puede subsistir si no la apoyan las potencias europeas, y... si la apoyan chocarán con los Estados Unidos"; luego explica que si el rey es electo en México por una fracción importante, España no se opondrá, y cree que tampoco Inglaterra, pero este último gobierno afirma que "el archiduque se vería forzado a apoyarse enteramente en las tropas francesas", es decir, no acepta la realidad del voto mayoritario. En mayo de 1860, el gobierno de Isabel II razona.. "Una acción común de las tres potencias bastará para contener a los Estados Unidos y evitar los intentos de su política, que tienden a dominar el océano y a excluir a la Europa del comercio de América". Volviendo al tema de la forma de gobierno, advertía el ministerio español al embajador de Inglaterra


    que antes de comenzar por pensar en la monarquía, y de proponer una candidatura determinada, deberían concertarse las potencias, pues de otra manera debía de temer que si uno de los gobiernos apoyaba una, cualquiera de los otros se consideraría autorizado para apoyar otra, creando así complicaciones. España se juzgaría con derecho para favorecer una de su dinastía reinante (febrero de 1862).


La actuación de Prim al frente de las fuerzas intervencionistas españolas justifica la hipótesis de que España no simpatizaba con el proyecto francés. En la carta de 19 de enero de 1862 manifiesta al primer ministro español "tendré siempre presente las instrucciones verbales y reservadas de V. E. y más bien que pasar por la vergüenza de que una nación en que ejercimos dominio durante tres siglos, que nos debe su existencia, en que se habla nuestro idioma, venga a ser regida por un príncipe extranjero, trabajaré porque conserven los mexicanos sus instituciones republicanas". España sólo pensaba en la monarquía mexicana con base en un príncipe que le fuera afecto.

Francia ingresa en la alianza con reservas más importantes que las de sus aliados. Se alarma extraordinariamente cuando las fuerzas españolas de Cuba se adelantan en el viaje a Veracruz. En octubre de 1861 recibe instrucciones el embajador francés en Londres sobre que al gabinete de Napoleón III le parece inútil ponerse trabas de antemano al ejercicio eventual de una participación legítima en los acontecimientos que se pudieran originar de las operaciones de las potencias... los acontecimientos actuales de los Estados Unidos [Guerra de Secesión] ministran consideraciones de una nueva y más urgente importancia, pues es de suponerse que si resulta una separación en dos confederaciones, cada una buscaría en México la compensación de las pérdidas de territorio, casi en disolución por sus revoluciones. Esto se evitaría constituyendo en México un gobierno fuerte y reparador, capaz de sostener su disolución. En él existen elementos suficientes para constituirlo.


En julio de 1862 escribe Napoleón a Forey, jefe de las fuerzas intervencionistas: "La Francia tiene interés en que los Estados Unidos sean una república próspera y poderosa; mas no en que se apoderen de todo el Golfo de México, que dominen las Antillas y la América del Sur y sean los solos dispensadores de los productos del Nuevo Mundo..." A medida que el proyecto de establecer la monarquía y darla a Maximiliano de Austria se fue concretando, aumentó la divergencia entre los jefes franceses y los españoles e ingleses. Billault dijo al cuerpo legislativo francés que el rompimiento no obedecía a la protección dispensada al monárquico mexicano Almonte, sino al hecho de que para Francia la expedición debía acabar con el gobierno de Juárez en tanto que los enviados español y británico entraron en tratos con el mismo, y lejos de ocupar inmediatamente la capital mexicana, como los Estados Unidos en 1848, permanecieron con las tropas en los puertos.

La hábil diplomacia de Prim trató de impedir el desarrollo del proyecto de Napoleón, haciendo notar la falta de un ambiente monárquico en México. Escribía al conde Barrot en marzo de 1862:


    no es contando con el país como quieren los conservadores crear una monarquía sino consultando a los hombres de posición del mismo partido conservador, y a los hombres ricos, pues todos los demás según su opinión o son rojos anarquistas y demagogos o son gente pelada e ignorante a quien no vale la pena de consultar". Pero como el hecho es que los próceres y elegidos del señor son poquísimos, como que están en la proporción de uno por mil, resulta que 999 valen y pueden más que el uno, aunque éste uno sea obispo, un cardenal o un millonario de pesos.

A fines de 1862 había previsto sagazmente el resultado de la expedición francesa: "hay empresas que son superiores aun para el valor más heroico, y de esta clase es la que pretenden llevar a cabo los franceses en México".

La actitud de los Estados Unidos fue primero cauta y después imperiosa. En septiembre de 1861 el embajador estadounidense en Inglaterra había expuesto que su gobierno estaba muy alarmado por las noticias que daban los periódicos de una intervención de las tres potencias en México y particularmente por la injerencia de España: advierte que él está también interesado y que una intervención que tuviera por objeto organizar un nuevo gobierno en México produciría una profunda sensación en los Estados Unidos, y se la consideraría como un "entrometimiento en los negocios domésticos de América, al cual los Estados Unidos siempre se han opuesto". Proponía pagar las deudas mexicanas a cambio de una garantía que, a juzgar por otro documento, consistiría en la hipoteca de las minas y el dominio público de Baja California, Sonora, Chihuahua y Sinaloa. No dejó de añadir que su gobierno "temía igualmente que a la sombra de la cuestión de pago viniera la pretensión de intervenir para organizar un gobierno en México, lo cual traería un duro desengaño a sus autores, porque las facciones allí eran muy hostiles y sanguinarias para esperar reconciliarlas por medio de una pequeña fuerza de europeos en nombre del orden y la moderación". La inquietud posterior del gobierno estadounidense llega al grado de pedir a París una aclaración sobre el temor de que Francia ha celebrado un tratado con los estados rebeldes del sur "para la cesión de Texas y parte de la Luisiana, como precio del reconocimiento". La respuesta fue en el sentido de que Francia no aspiraba a adquisiciones de territorio en América. Por otra parte, el embajador francés en los Estados Unidos escruta la opinión sobre la intervención en México e inquiere acerca de la alianza de Estados Unidos con Rusia. En mayo de 1864, la Cámara de Diputados estadounidense se pronuncia contra la intervención y la monarquía en México, mas el gobierno ofrece todavía proceder con cautela. En junio avisa el cónsul francés en California que desde allí se facilitan armas a los juaristas. El gobierno francés insinúa al norteamericano, en marzo de 1865, que disiparía las dudas respecto a los sentimientos de Francia sobre la conservación de la Unión Norteamericana, si los Estados Unidos daban seguridades con relación a México, y en mayo pedía el reconocimiento del imperio mexicano por los Estados Unidos. En julio —concluida la guerra civil norteamericana— se plantea el problema de la emigración de los confederados a México", y el embajador estadounidense en París recibe orden de declarar "que el pueblo americano profesa las más vivas simpatías por los republicanos de México" y que vería con impaciencia se prolongara la intervención francesa. En septiembre expresa que "el pueblo y su gobierno no serían indiferentes al porvenir de las instituciones republicanas en América y muy particularmente en México"; el gobierno legítimo es el de Juárez.

El gabinete francés se manifiesta sorprendido de que los Estados Unidos desconozcan "la adopción en México de la monarquía por el voto nacional". En noviembre de 1865 el presidente de los Estados Unidos, Andrew Johnson, cuenta ya con la promesa de Napoleón de retirar sus soldados. En febrero del año siguiente Napoleón anuncia el término de la intervención. No obstante sus empeños, no obtuvo de los Estados Unidos más que una vaga promesa de neutralidad con respecto al gobierno imperial de México, y no se indigna ante la sugerencia de la abdicación de Maximiliano.