La retirada de los seis mil


Vosotros los tristes, los solos y los abandonados; vosotros los que sentís hastío de la vida, la pérdida de las ilusiones y el desencanto que causa la infinita vanidad de todo, venid a mí, que poseo el remedio a vuestro mal y puedo dároslo sin que os cueste una peseta. Enfermaos, coged una dolencia que os ponga a las puertas del sepulcro o que os lleve a él por la posta, y estaréis curados. Si morís, porque muriendo os libráis de todas las cargas de preocupaciones y pesares; si vivís, porque os vendrá tal amor a la vida, que consideraréis tan grande y tan hermoso habitar este valle de miserias, que al fin acabaréis por reconciliaros con todas las macas de nuestra menguada esfera sublunar.

Miguel pasó los primeros días entregado a la sola y egoísta satisfacción de haber salvado la existencia. Le parecía estar sumergido en una onda pura y límpida que le traía al cuerpo inmenso bienestar; respiraba por todos los poros el oxígeno de la beatitud del ser, y encontraba todo tan bello y rico, que no dudaba que este mundo fuera el mejor de los posibles.

Don Germán y doña Lorenza tornaron satisfechos a su casa después de ser bien zarandeados por don Bernabé, que no dejó iglesia, altar, capilla, oratorio, colegio ni casa de caridad que no les mostrara, a fin de lucir aquella erudición en cosas poblanas, que era su encanto.

Luego que el enfermo se sintió válido, fue a presentarse al cuartel general, y allí recibió una noticia que no dejó de causarle asombro: el general en jefe había preguntado por él, y aunque por esos días andaba Zaragoza de la Ceca a la Meca, probable era que pronto quisiera tener noticias de su persona.

Ya se le avisaba que el subtenientillo por quién había tomado interés había librado el pellejo después de su pugna con la enfermedad.

A principios de junio se creyó Miguel capaz de seguir en la gloriosa, y con la venia de Burguicciani se presentó a la Mayoría de órdenes para que se la dieran.

Acababan de ocurrir los tristes sucesos de Barranca Seca y el Borrego, y el convaleciente, aunque no se sentía tan capaz que le hicieran mal unos días más de descanso, marchó a donde le mandaron, que fue la batida que contra Matamoros Izúcar emprendió el teniente coronel Campillo.

Según decía Miguel años después, la primera expedición en que se dio cuenta de lo que le había ocurrido, fue aquella de Izúcar. Por el cinco de mayo había pasado en un estado de semiinconsciencia y semiatonía que se semejaba mucho a la inconsciencia absoluta y a la atonía completa; en la expedición contra Montaño (así se llamaba el latro-conservo-traidor a quien atacaron) ya pudo pensar en el peligro que corría, en la manera de evitarlo y en la conveniencia de obrar como le indicaban quienes sabían más que él.

Montaño era un ejemplar (en aquella edad abundaron mucho) de guerrillero, asesino y ladrón, que, ora arrimándose a un bando, ora al opuesto, cometía las mismas picardías y los mismos desafueros que habría cometido si no hubiera contado con el pretexto de la disputa entre enemigos.

Había quemado los pueblos de Coayuca y Chiautla; había saqueado Tamasola, Tlalixtac, Chinantla y Acatlán; había asesinado a más de veinte personas de Huajuapam, dejando sus cadáveres pendientes de los árboles del camino, y había, en fin, logrado distinguirse entre los bandidos en una época en que los había de patente.

Hizo resistencia; pero al fin cayó la población en manos de los republicanos, y el bellaco pagó con su vida las muchas de que antes había dispuesto.

A fines de agosto regresó a Puebla Miguel y recibió una carta que pocos días antes le habían dejado.

La carta decía así:

"Mi querido amigo y custodio: Vos que habéis sido mi Hernando de Alarcón, porque como el rey Francisco me habéis custodiado durante mi cautiverio, merecéis que os escriba de preferencia, dándoos cuenta de lo que me ha pasado desde que nos separamos.

"Merced a mil exquisitas indagaciones, logré averiguar vuestro domicilio; pero con gran dolor me enteré de que estabais en el lecho, a consecuencia de una fiebre que no os abandonaba hasta la fecha de mi salida. Habría deseado, sin embargo de todo, daros mi abrazo de despedida; pero un anciano que me vio en la puerta de vuestra casa me advirtió que estabais sin juicio, sin discurso y que no me reconoceríais.

"Puedo aseguraros que no me entristeció el fracaso sufrido frente a Puebla, ni las acometidas de las bandas liberales que sin cesar nos acosan, ni las enfermedades y el calor de la costa; algo me duele más que todo eso, y es la hostilidad neta, declarada, indudable de la población mexicana. Pasamos por las haciendas y ranchos, y la gente se esconde, los víveres desaparecen, los animales de tiro y silla no se consiguen ni por todo el oro del mundo, y se nota un aspecto tal de reserva, de hostilidad, de odio; para decirlo en una palabra, que verdaderamente entristece.

"¿Pues no hemos sido llamados? Pues no debía aclamarnos y celebrar nuestra llegada la porción más sensata del pueblo, todo lo que aquí puede y vale? ¿Pues no íbamos a sacar del poder de una espantosa oligarquía a toda la gente honrada que deliraba por derrocar a Juárez? Y, sin embargo, ni en las poblaciones tenemos como adictos a los ricos, ni en el campo contamos con los pobres .¿Será que Juárez, en vez de ser el monstruo espantable que nos pintan en Francia, es un hombre serio y un patriota incorruptible, o será que siendo un demonio sin freno, le prefieren al yugo de un extranjero? Yo de mí sé decir que mejor quisiera el peor de los gobernantes franceses para mi patria, que el más grande y sabio de los legisladores procedentes de fuera.

"Habéis de saber, pues, que ya se han fogueado dos veces nuestras tropas desde que salieron de Puebla. La una fue contra las fuerzas de Tapia, que atacaban a las de Márquez, en el punto de Barranca Seca; la otra en el cerro del Borrego, acción de que debéis ya tener noticia circunstanciada por las gentes que estuvieron allí.

"Salieron con la columna Lefebvre cincuenta hombres del segundo, y llegaron cuando la acción estaba ya muy comprometida; Márquez habría sucumbido si no hubieran llegado los franceses oportunamente. Me figuro que no ha de haber sido floja su satisfacción al oír las cornetas de Lefebvre que tocaban ataque. Subieron los zuavos la eminencia, en medio de un fuego nutridísimo y que mucho les molestaba, y no tardaron en desalojar al enemigo de sus posiciones quitándole seiscientos prisioneros, caballos, armas y cañones, y haciéndole una buena cantidad de muertos. Por la noche descansaron a pierna tendida, y a la madrugada pudieron saludar la llegada del general Lorencez, que con una columna de las tres armas se adelantaba a auxiliarles.

"Y ya que os hablo de nuestros simpáticos aliados, permitiréis que os diga mi impresión acerca de ellos. ¡Qué rostros, qué ojos, qué actitudes, qué voces, qué meneos! Uno hay que me lo han presentado diciéndome que debe siete muertes; me hicieron el elogio de otro asegurándome que había entrado a viva fuerza en once poblaciones; conozco a uno que se ha jurtado (creo que así se dice) a treinta doncellas, y en cuanto a incendiarios, asesinos por paga, asaltantes de diligencias, ladrones de ganado y otras cien variedades inferiores, la lista no tiene fin.

"Hay muchos sombreros galoneados de oro, muchas calzoneras plateadas, muchas cicatrices de a cuarta, muchos cabellos sobre el rostro y mucho ademán de fiereza; pero, en cambio, ¡en qué estado se halla lo demás! La tropa se compone de hombres flacos, amarillos, de mejillas chupadas y de ojos brillantes y hundidos. Uno se engalana con una chaqueta que fue de riquísimo paño, pero que a la fecha ya no tiene pelo ni color; lleva pantaloneras abiertas desde la cadera hasta la rodilla, mas no tiene calzones ni zapatos; otro está trajeado con prendas militares de la cintura para abajo, pero de la cintura para arriba no lleva sino un zarape de colores vivísimos... Y otro, y otro más con chacós de caballería, con gorras de granaderos, con hábitos de frailes, con zapatos de cómicos, con todos los disfraces posibles... Haced de cuenta que una prendería se echa a andar y que interviene para la colocación de las prendas la fantasía de un loco: así tendréis idea de lo que es el ejército mexicano.

"Los caballos son diáfanos de flacura; tienen el mínimum de carne bajo el pellejo, y en cuanto a alimento y a descanso, se conoce que andan muy mal; así me lo hacen presumir las miradas que me dirigen, tardías, opacas, sin brillo, cual si vinieran de limbos ignorados.

"No es menor el hambre de los pobres conservadores que la de sus caballos. Cuando ven en manos de nuestros soldados el café caliente o el pan de corteza dorada, comienzan a escupir con verdadero entusiasmo, y cuando los buenos muchachos les hacen partícipes de su rancho, lo embisten con una furia, que si emplearan sólo la mitad contra los liberales, pronto no quedaría uno para contarlo.

"A su general, un tal Butrón y a un coronel Ortiz de la Peña, que también vale mucho entre ellos, les conocí ayer. Con deciros que ninguno de ellos sabe leer y que no tienen siquiera idea de lo que es Francia ni de quién sea el emperador, quedaréis enterado de lo que son.

"Y al ver tales cosas se me ocurre preguntar: Si vinimos a proteger a esta gente y si esta gente es lo mejor que hay en México, porque son la parte sana y las personas de arraigo y de posibles, ¿cómo estará lo demás?

"Yo no puedo resolver nada por las pocas horas que estuve a vuestro lado; mas si he de juzgar por la generosidad, por la benevolencia y por la hidalguía con que me tratasteis vos y los vuestros, de vuestra moralidad, inteligencia y aptitud para gobernaros, yo diría que la parte sana del país sois vosotros, y que los demás son unos grandísimos impostores.

"Sabréis que tuvimos la suerte de triunfar en el cerro del Borrego contra las fuerzas que mandaba Ortega. Yo no concurrí a ese hecho de armas, y sólo sé lo que me contaron.

"Quizás no tendréis tan amplias noticias como sería de desear sobre ese desastre en que pereció la bella división que desde Zacatecas os había traído el general Ortega.

"El cerro del Borrego es una eminencia situada a las puertas de Orizaba. Tiene unos cuatrocientos metros de altura, y es tan escarpado y agreste, que aunque el general sabía bien que había desempeñado papel muy principal en los ataque a la ciudad reina de las tierras templadas, descuidó fortificarlo, no creyendo que hubiera quien lo utilizara como punto militar. Parece que de concierto Ortega y Zaragoza, a la hora que éste atacara la ciudad por la llanura, aquél debía hacer fuego desde la montaña destrozando a nuestras tropas. Afortunadamente los juaristas, que habían pasado sin ser sentidos por las grandes guardias de Taboada, fueron notados por nuestros espías que dieron cuenta a Lorencez de que se movían en el Borrego gentes sospechosas.

"Mandó el general para observar lo que aconteciera al capitán Dietrie, que a favor de la oscuridad de la noche y de las brumas del monte, trepó hasta cierto punto en que recibió una descarga. Ni un solo tiro hirió a los intrépidos franceses; lograron retirarse a un lado del foco donde partió el resplandor de la descarga, y seguros de estar completamente ilesos, embistieron a la bayoneta contra los mexicanos que defendían el terreno palmo a palmo. Debe de haber sido terrible aquella lucha: los franceses ascendiendo con el arma siempre ensangrentada; los otros, retirándose todavía con orden y resistiendo con brío la acometida

"La buena suerte de Dietrie consistió en que el ruido de la fusilería se hubiera oído desde el campo; subió el capitán Leclerc con su gente y, contando ya con este auxilio, Dietrie pudo tomar resueltamente la ofensiva contra los mexicanos. Éstos trataron de resistir; pero Dietrie, animado al mismo tiempo por su arrojo y por el temor de que viniendo el día se convencieran los mexicanos de que sus enemigos formaban apenas un puñado de hombres, siguieron con gran brío a los contrarios. La persecución no fue inútil, pues no tardaron los de Ortega en huir montaña arriba en una dispersión loca, absurda e inmotivada, que hizo que los nuestros quedaran bien pronto dueños del cerro hasta la altura.

"Por la mañana los franceses que habían realizado aquella hermosa proeza, y los que subieron asustados por el ruido de las descargas, quedaron pasmados de admiración al ver lo que había ocurrido. Los mexicanos se habían fusilado entre sí, se habían traspasado con las bayonetas, se habían destrozado con los sables, se habían arrojado a los precipicios juzgándose enemigos, y después de luchas dantescas, espantosas por la oscuridad de la noche y lo escarpado del sitio, y porque los enemigos contra quien combatían no eran gente nuestra sino de ellos.

"En el fondo de los barrancos se hallaban cientos de cadáveres; en los picos de las peñas había jirones de ropa, charcos de sangre y fragmentos de miembros; en las ramas de los árboles estaban encajados cadáveres que demostraban haber tenido una terrible agonía; al borde de los precipicios había hombres que aún vivían y que, sin embargo, no podían valerse para colocarse en lugar seguro.

"Las primeras víctimas del desastre por parte de los mexicanos fueron los dos coroneles y los dos tenientes coroneles de los cuerpos que habían ascendido, y, naturalmente, esto contribuyó a causar el pánico de que los nuestros se aprovecharon.

"Nuestras pérdidas fueron insignificantes; las de los mexicanos, enormes. El capitán Dietrie, con el traje hecho criba por las innumerables balas que le habían tocado, no tenía sino una herida, que afortunadamente no era de peligro, en la mano derecha. El valiente capitán, que había sido propuesto para el grado inmediato por su brillante conducta en Barranca Seca, tuvo opción a otro ascenso más por esta jornada, que merecía haberse relatado por Alejandro Dumas y llevado a cabo por Cyrano de Bergerac.

"Figuraos vos, que sois discreto, mi situación ante todas aquellas cosas. Mientras Zaragoza estuvo tiroteando a Orizaba, ideé fugarme pasándome al campo francés; mas desgraciadamente estaba encomendado a la custodia de un jefe mexicano que fiaba en mi palabra, dejándome en absoluta libertad, y, naturalmente, no pude evadirme ni intentar nada.

"Los tiros que los mexicanos despachaban contra las trincheras francesas se me figuraban dotados de una perversa atingencia que les hacía causar grandes daños, al paso que los cañones franceses me parecían mal dirigidos y cargados con balas de mazapán como los fusiles de los cuentos.

"Pero el desastre del Borrego debía ser la señal del desmayo y la caída del ejército mexicano. Pocos días más duró frente a la población y acabó por levantar el sitio dejando libres a los franceses.

"Si recordáis nuestra situación, tendréis presente que la llave de nuestras operaciones consistía en nuestra comunicación expedita con el mar. Veracruz significaba para nosotros, no sólo la proximidad a la flota, la seguridad de vivir unidos con nuestra patria, el auxilio pronto y eficaz de los refuerzos que no tardarían en venir, ya que el emperador no podía querer que se agotara el corto efectivo que tenía en estas tierras, sino también la necesidad de proteger a nuestros compatriotas, a nuestros hermanos que se hallan expuestos a los rigores del clima y a los ataques de los contrarios.

"Apenas supimos el revés del cinco de mayo, Zaragoza ordenó a La Llave que tratara de copar a los pobres franceses de Veracruz. No necesitaba de estas excitativas La Llave: envió sus guerrillas contra nuestras avanzadas, después las encaminó contra la plaza, y al fin fue tal la osadía de estas gentes, que acabaron por retar a los franceses a combate diario dentro de la población.

"Figuraos la situación de aquellas pobres gentes, encerradas dentro de los muros, rodeadas de una población hostil, atacadas constantemente por las bandas mexicanas y agotadas por un enemigo mil veces peor: el terrible vómito negro. Verdaderas aventuras dignas de los héroes de la Mesa Redonda eran las que tenían que emprender nuestras gentes para impedir que los mexicanos se apoderaran de los convoyes, cortaran nuestras escoltas, destruyeran las calzadas y volaran los puentes.

"Sucede a veces que sale convenientemente custodiada una recua con provisiones; delante de ella, marcha una avanzada que explora el terreno adelante, atrás, a los lados, registra las barrancas, examina los matorrales y acaba por declarar que no hay novedad ninguna. Avanzan los carros cargados, las mulas fatigadas, los arrieros indiferentes, y no tardan en aparecer los sombreros galoneados, las blusas rojas, los caballitos que se quiebran a la menor indicación de la rienda. Vuelve el grueso de la fuerza, suenan tiros, hay alarma, carreras, gritos... cuando se le busca ya el enemigo huyó llevándose media docena de mulas, matando dos o tres arrieros... para volver a aparecer media legua más allá. Así os explicaréis que nuestros convoyes alcancen a hacer, en doce o quince días, tramos de siete u ocho leguas... Nada os digo cuando llueve a torrentes; el camino se desgaja, los arroyos se vuelven ríos y los ríos mares; se atascan los carros, juran los carreros y de entre los matorrales empiezan a salir tiros del enemigo, que se escapa como si fuera de azogue.

"Por eso se nos ha reducido a media ración de pan y de vino; por eso permanecimos muchos días creyendo en la proximidad de un sitio hábilmente preparado merced a la escasez de víveres.

"Afortunadamente para nosotros, no ha habido un solo día en que la habilidad de nuestros soldados no consiga triunfar de la audacia de los mexicanos.

"Sabréis quizá que a fines de junio, después de los sucesos del Borrego, fuimos puestos en libertad Jupin y yo y los siete soldados que se encuentran sanos de las heridas que sufrieron el cinco de mayo. Otra media docena de soldados ésta todavía en el hospital mexicano, restableciéndose; mutilaciones y ablaciones de miembros, que les han sido atendidas con verdadera solicitud por vuestros cirujanos.

"No os podéis figurar el goce con que fuimos recibidos por nuestros camaradas. A todos se nos creía muertos, y ya se pensaba en erigir un monumento que perpetuara nuestra memoria, la del malogrado Raoul y la del doctor Berjus, cuyo caballo, espantado con el estruendo de la batalla, se introdujo en las líneas mexicanas, causando la muerte de su dueño.

"Aquí tenemos dos diversiones que nos hacen agradables las pocas horas en que no tenemos los cuidados del campamento: la música y el teatro. La maravillosa banda del 99, formada por artistas de corazón, que se deleitan deleitándonos y gozan con nuestro placer, toca tarde a tarde y noche a noche en la plaza de Orizaba. ¡Qué conmovedor espectáculo el de esos pobres cadáveres (que no son otra cosa los harapos que han dejado el vómito y la malaria) arrastrándose hasta un asiento, oír embebecidos las armonías que arranca la batuta del maestro, y luego llorar, gritar, aplaudir, encantarse, ya ante el aire de la provincia nativa ya ante el himno que recuerda las victorias del gran ejército, ya ante la canción picaresca del cabaret o la cantina!

"El teatro os divertiría más quizás. Representan, naturalmente, hombres vestidos de mujeres en un precioso escenario pintado y construido por nuestros hombres.

"Se han representado las piececillas La Permission des dix heures, Michel et Christine y otros varios apropósitos que nos han distraído grandemente; pero lo que ha constituido el clou de la temporada ha sido la obrilla Fich-ton-kan, que, como podéis comprender por la ortografía, acontece en China, dentro del palacio del mismo Hijo del Cielo. Deciros los ensayos que ha necesitado, los preparativos minuciosísimos de que ha sido objeto, las preocupaciones que a todos nos ha causado, sería cuento de nunca acabar. Tibores, linternas, palanquines, decoraciones, vestuario, calzado, todo ha sido fabricado exprofeso con un primor tal, que asombraría a un sociétaire de la comedia francesa... ¡y contando con los recursos que puede proporcionar Orizaba!

"El día de la première de Fich-ton-kan llenaba el teatro la aristocracia del lugar; el escenario era un ascua de oro; la sala y los palcos estaban ocupados por lindísimas criollas. Apareció la charanga del segundo de zuavos: los músicos iban disfrazados de chinos; chinesca era la decoración, chinescas las cestas llenas de flores, chinesco el surtidor de agua que llegaba hasta mojar las bambalinas... La representación empezó. Todo el mundo aplaudía, todo el mundo encontraba aquello encantador e ingeniosísimo; mas he aquí que la dificultad, el drama interior, el verdadero drama, brotó entre bastidores. Un chico graciosísímo, gran cantante y excelente actor, llegó al teatro borracho perdido...

"—Pero, ¿qué has hecho, infame? —gritaba el director de escena—. ¡Embriagarte en este día!

"—No mon maître —decía el ajumao—: nada tengo; apenas estoy un poquito alegre (joyeux).

"Y como no había de quién echar mano, el regocijado actor tuvo que salir a las tablas, causando la mortificación de los organizadores de la fiesta... Mas ¡oh sorpresa!, el borrachín estuvo tan oportuno, tan discreto, tan despejado, tan gracioso, que obtuvo diez veces más aplausos que habría conquistado yendo en su juicio.

"Desde ese día no se llama al Talma colonial sino el Alegre (Joyeux).

"Para el fin reservé una noticia que no ha de seros grata por más que a nosotros nos haya puesto contentos: acaba de desembarcar el general Félix Douay con dos mil franceses que forman la descubierta de un cuerpo de veinticinco mil que manda el general Forey, que trae al intendente Friant como jefe de administración, un cuerpo completo de exploradores, servicio de trenes, mulas, botiquín y todo lo demás que se puede necesitar.

"Sobrará, pues, oportunidad de que me demostréis de nuevo vuestra hidalguía o de que yo os pague vuestras bondades.

"Entretanto, aceptad, etc...

"CHARDON (NICOLÁS).
"Segundo batallón de zuavos.
"Orizaba."