Hubo entre los Nishadenos un rey vigoroso, Nala, hijo de Virasena.
Era gallardo, reunía las cualidades que más se desean,
y era hábil para manejar caballos: era un héroe piadoso
que sabía el Veda; era verídico, fuerte, y mandaba un
numeroso ejército; era simpático para los hombres y para
las mujeres; era generoso; como valiente guerrero, manejaba perfectamente
el arco y parecía que era el mismo Manú, hecho visible
en la tierra; pero... era aficionado al juego de dados.
En la misma época, Bhima, rey del Vidharba, tuvo tres hijos,
jóvenes príncipes generosos hasta el exceso, y una hija,
Damayanti, de talle gentil.
Ataviada con todas sus galas, Damayanti brillaba en medio de sus compañeras,
colocadas por centenares en grado inferior al de aquella. Esta virgen
de ojos grandes estaba dotada de una belleza superior, y en ninguna
parte se veían parecidas formas, ni entre los Yaksas, ni entre
los dioses.
Esta joven llenaba de amor el alma y era bella aun para los dioses.
Se complacían en elogiar a Nala delante de ella, y en ensalzar
a Damayanti en presencia de Nala. Esas continuas alabanzas de las cualidades
de uno y de otra, despertaron el amor entre los dos.
Nala no pudo vencer ese amor que había brotado en su corazón,
y fue secretamente a sentarse en un bosque cerca del gineceo. Vio allí
cisnes paseándose en el bosque. Cogió uno, el cual le
dirigió la palabra en estos términos: "Si respetas
mi vida, haré algo que te será muy agradable: hablaré
de ti tan bien en presencia de Damayanti, que ella no querrá
nunca a ningún otro hombre más que a ti".
El príncipe soltó el ave. Los cisnes volaron y fueron
a caer cerca de Damayanti.
Damayanti, rodeada de sus amigas, admiró aquellos huéspedes
del aire de maravillosa belleza, y trató de coger uno.
Los cisnes se posaron en todas partes, en los jardines del serrallo,
y las jóvenes corrieron acá y allá tras los plumíferos.
El ave que perseguía Damayanti se detuvo ante ella y, adquiriendo
voz humana, le habló en este lenguaje: "Damayanti, ente
los Nishadenos hay un rey llamado Nala, que iguala en belleza a los
Asuines y que no tiene igual entre los hombres.
"Si tú llegaras a ser su esposa, tu juventud y tu belleza
no quedarían sin fruto, virgen de esbelto talle. Eres la perla
de las mujeres, Nala es el más bello de los hombres. Vuestra
alianza sería proporcionada y feliz."
Damayanti respondió entonces: "Habla a Nala de igual modo
que a mí". El cisne voló, volvió adonde estaban
los Nishadenos y reveló todo a Nala.
La virgen se puso triste, sumergida en sus pensamientos, lanzando grandes
suspiros y con la cara pálida; el amor en un momento había
penetrado en su alma.
Las compañeras hicieron saber al rey del Vidharba el estado en
que se hallaba Damayanti. Entonces su padre pensó en casarla
y dijo: "Que se proclame el Suayanvara".
Todos los príncipes y los reyes acudieron a casa de Bhima, llenando
la tierra con el ruido de sus caballos, de sus elefantes, de sus carros;
todos venían ricamente adornados, admirables, fuertes, revestidos
de galas doradas y de guirnaldas de flores.
[...]
Los más poderosos inmortales, los guardianes del mundo, se aproximaron
al rey de los dioses; oyeron a Narada anunciar el Suayanvara de Damayanti,
y, entusiasmados por aquellas palabras, exclamaron. "¡Vamos
también nosotros!."
Entonces todos, con sus carros y con sus séquitos, fueron a la
residencia de los Vidharbanos, adonde afluían todos los príncipes
de la Tierra.
En el camino divisaron a Nala. Al ver aquel joven brillante como el
sol, los guardianes del mundo quedaron sorprendidos y admirados de tan
perfecta belleza; detuvieron sus carros, se bajaron y propusieron al
Nishadeno que hiciese alianza con ellos y fuese su mensajero ante Bhirna,
padre de Damayanti.
Aceptó... pero al contemplar a aquella princesa de seductora
sonrisa aumentó su amor; sin embargo, contuvo su pasión...
"¿Quién eres tú le dijo Damayanti,
tú que pareces un dios?"
Soy Nala, y vengo aquí como enviado de los dioses. Los inmortales
Sakra, Agni, Varuna y Yama desean obtener tu mano. Elige, mujer encantadora,
uno de estos dioses para esposo tuyo.
Damayanti respondió sonriendo a Nala: "Príncipe,
la palabra que me han dicho los cisnes me quema; por tu causa he hecho
convocar a los reyes; si rechazas mi amor, tu negativa me sumirá
en la vergüenza y en el dolor, cosas peores que la muerte".
Nala respondió a la Vidharbana: "¿Cómo deseas
tú un hombre, siendo tan deseada por los dioses? ¡Yo que
ni siquiera igualo al polvo de sus pies! Únete a los dioses,
y goza de vestiduras inmaculadas, de los más bellos adornos y
de guirnaldas celestes".
Aquel lenguaje hizo brotar lágrimas de los bellos ojos de la
Vidharbana, y ésta dijo a Nala: "Comienzo por dirigir mi
adoración a todos los dioses, y en seguida te escojo por marido".
[...]
Cuando los dioses llegaron, Damayanti juntó las palmas de sus
manos y dirigió estas palabras a los inmortales: "Por lo
que me dijeron los cisnes he escogido al Nishadeno por esposo..."
Después colocó una guirnalda de flores en sus hombros,
y así quedó declarada la elección hecha por la
virgen regia...
Entonces los dioses, muy gozosos, concedieron ocho gracias a Damayanti,
y se marcharon como habían venido...
Nala volvió a sus Estados con su mujer. Pero un dios, Kali,
envidioso de la felicidad de Nala, persiguió a éste con
su cólera y le obligó a jugar a los dados. Nala perdió
todas sus riquezas jugando con Pushkara. El vicio del juego dominó
de tal manera al desgraciado rey, que éste llegó a perder
hasta su último traje. Damayanti quiso refugiarse con él
cerca del rey su padre; pero Nala se opuso, y los esposos, desprovistos
de todo, se fueron a vivir miserablemente a una selva. Durante el sueño
de Damayanti, Nala se decidió a abandonarla, esperando que su
mujer volvería a la casa de su padre, donde encontraría
la tranquilidad perdida. Damayanti, sola en la selva, se lamentaba así:
"¿Has visto al rey Nala, oh montaña, en esta selva
espantosa, en alguna de sus cimas que tocan el cielo? A ese héroe
sabio, lleno de energía, bravo llamado Nala, soberano de los
Nishadenos, ¿lo has visto? ¿Por qué, santa montaña,
tu voz no me tranquiliza, ya que estoy turbada, desamparada y llorosa,
como si yo misma fuera una hija tuya caída en el infortunio?
Y si estás en este bosque, oh tú, soberano de la Tierra,
héroe valeroso, ¿por qué no te muestras ante mis
ojos?
"¿Cuándo volveré a oír a mi Nishadeno
llamarme con su voz profunda y dulce parecida a la de un inmortal? ¿Cuándo
oiré a ese magnánimo rey que me diga con su voz sonora
y dulce: '¡Vidharbana!'
"¡Oh, gran rey! ¡Oh, mi señor!...¿Por
qué me has abandonado? ¡Ay!, ¡yo muero! ¡Estoy
perdida! ¡El temor se ha apoderado de mí en esta selva
horrible!... ¿Por qué te has separado de mí, dejándome
dormida en medio de este bosque?... ¡Tengo miedo! ¡Mírame,
oh soberano invencible! ¿No estás por aquí, cerca
de mí? ¿No eres tú aquel a quien veo reclinado
detrás de aquellos arbustos? ¿Por qué no me respondes?..."
La hija de Bhima, sollozando, corrió de un lado para otro, como
una loca, cayendo, levantándose, lanzando gritos y repitiendo
entre gemidos "¡Ay de mí!"
[...]
Damayanti fue amparada en la ciudad de Chedí por el rey
Subahú, quien la hizo llevar al palacio del rey Bhima. Buscaron
a Nala, que estaba de cochero del rey Riturpana. Por último,
se reunieron los dos esposos.
El rey Nala, restablecido en su antiguo esplendor, abrazó a
Damayanti y a sus dos hijos... Pero al recordar sus dolores, la mujer
de rostro encantador y de grandes ojos, apoyando la cabeza en el pecho
de su esposo, comenzó a llorar. Entonces, el rey abrazó
a la mujer de cándida sonrisa y permaneció largo tiempo
inundado de pesar...
Después, los dos esposos, llenos de alegría, pasaron
la noche refiriéndose sus pasadas peregrinaciones en el bosque.
De esa manera fue como, al cuarto año de separación,
el rey Nala se reunió con su esposa, y cumplidos todos sus
deseos, disfrutó una dicha suprema.
La misma Damayanti saboreó el placer de su reunión con
su esposo, como la tierra cuando obtiene la lluvia para sus frutos
a medio madurar.
Así, junto a su esposo, sus inquietudes calmadas, sus deseos
cumplidos, su corazón inundado por la alegría, la hija
de Bhima, cuando hubo sacudido el sueño, resplandeció
como la noche durante la claridad de la luna.
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