EL MAR

Las hermanas Vinata y Kadrú, cuando la noche hubo comenzado a disiparse, hacía la mañana, al salir el sol, apresuradas e impacientes, corrieron por la ribera... Allí vieron el mar, inmenso receptáculo de las olas; el mar de aguas profundas; el mar con su gran ruido, poblado de peces y de ballenas, de tiburones, de animales innumerables, espantosos, horribles y de variadas formas, de tortugas y cocodrilos: el mar terrible, cuyo clamor asusta, infranqueable por sus remolinos profundos, que llevan el miedo al corazón de las criaturas; el mar, removiéndose en sus orillas por la acción vigorosa del viento, encrespándose por el furor de su agitación, acercándose, retirándose y removiendo sus innumerables ondas; el mar, lleno de olas que se hinchan cuando la luna crece, la mina más rica de pedrerías; el mar, que produjo la concha de Krichna. Turbado en otro tiempo hasta su fondo por el poderoso Govinda, cuando bajo la forma de un jabalí estuvo buscando la tierra, bajo sus ondas agitadas; ese mar cuyo fondo no pudo encontrar durante cien años el Brahmarsi Atri, y que se apoya para siempre en la bóveda del cielo; ese mar, sombrío lecho de Vichnú en su esplendor infinito, origen del loto, cuando en la remota época de la renovación del mundo saboreaba el éxtasis de su absorción en el seno de lo absoluto; el mar que allana las montañas conmovidas por la caída del rayo; el mar, asilo de los Asuras vencidos por los dioses, ese mar que ofrece a Agní la ofrenda de su oleaje, se mostró a las dos hermanas como inconmensurable y como rey de las riberas. Y ellas contemplaron el vasto océano que parecía danzar en todas sus ondas y hacia el cual, rebosando de aguas profundas, se dirigía sin cesar una multitud de caudalosos ríos...


(ASTIKA-PARVA)


Las tierras de un rajá, desecadas por un estío abrasador, no pueden recobrar su fertilidad más que por la influencia de un anacoreta llamado Rishyasringra; pero éste, que habita fuera del reino, positivamente no querrá ir. El rajá le envía una joven cortesana, a quien encarga que atraiga al ermitaño suavemente, después de haberse vestido ella misma de ermitaño para adormecer la desconfianza de aquél.
EI joven Rishyasringra queda encantado de la belleza de la cortesana que se presentó ante él con hábito de ermitaño.

—Tu santidad —le dice— brilla como la luz, y soy yo quien debe inclinarse ante ella. Te daré agua para que laves tus pies, y raíces y frutos, como exigen las leyes de la hospitalidad, Siéntate en este césped recubierto con una piel de antílope... ¿Dónde está tu ermita? ¿A qué invocación obedeces? En ti veo a un ser inmortal.
—Mi ermita —respondió la cortesana— está más allá de la montaña. Pero tu santidad no debe adorarme, sino recibir los homenajes de mi adoración.

Después que la cortesana hubo empleado durante algún tiempo todos los recursos que podían impresionar los sentidos de aquel joven, se marchó con el pretexto de que debía atender al mantenimiento del fuego perpetuo; pero al partir le dirigió miradas lánguidas.

Desde que la joven hubo desaparecido, Rishyasringra, embriagado de amor, quedó como si hubiera perdido la razón.

Su fisonomía estaba triste, y suspiraba sintiendo el vacío que había dejado en su corazón la partida del falso brahmán. Un momento después, apareció su padre Vibhandaka, cuyos ojos, como los del león, pasaban del negro al amarillo; era un hombre cubierto de vellos hasta en la yema de los dedos; se ocupaba en la recitación de los Vedas y vivía entregado a una profunda meditación.

Se aproximó a su hijo, a quien halló pensativo y con los ojos levantados hacia el cielo.

Le dijo: "Rishyasringra, no eres ahora quien antes eras: tus pensamientos están lejos de aquí; tu alma te ha abandonado; pareces triste. ¿Qué te ha sucedido? ¿Quién ha estado aquí?"

Rishyasringra le respondió: "Ha venido un joven brahmán, de cabellos artísticamente trenzados, de estatura regular y muy inteligente: su color era el del oro; sus ojos grandes y parecidos al loto; brilla como la luz del sol. Sus ojos negros tienen una extremada ternura; su color es amarillo delicado: sus cabellos negros, lisos, muy largos, estaban entrelazados con cintas de oro.

"A cada uno de sus movimientos, algunas campanillas retiñen como cantan en un lago los cisnes ebrios de amor. Sus vestidos son admirables, y los míos, cerca de ellos, parecían groseros.

"Su olor es dulce y exquisito; dispersado por el viento, embalsama el ambiente, como las brisas de la primavera embalsaman la selva.

"Tan pronto como llegó aquí, tomó en sus manos frutos diversos y los hizo saltar en el aire, muchas veces, de maravillosa manera...

"Al verme, pareció sobrecogido de una alegría igual a la de los inmortales. Estrechó mi cuerpo entre sus brazos; cogió mi cabeza y la inclinó hacia su cabellera; aplicó su rostro al mío, y con una voz dulce me dirigió palabras seductoras...

"No quiso aceptar nuestra agua para lavarse los pies, ni los frutos que le ofrecí. —He aquí —me dijo— los que me sirven de alimento. Y me dio algunos frutos que tienen un sabor mucho más exquisito que los nuestros.

"Partió, y mi alma le ha seguido. Su presencia ha quemado mi cuerpo y su imagen revolotea constantemente a mi alrededor."

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