XII

TÚ MISMO

ÁMATE a ti mismo: cuida de ti mismo.
Vigila por lo menos la tercera parte de la noche.

Una vez que confirmes el camino,
enseña, y vence el sufrimiento.

Para enseñar a los demás
has de hacer primero algo muy duro:
has de enderezarte a ti mismo.

Tú eres tu propio señor.
¿Quién más en realidad?
Aunque pocos se disciplinan,
tú ríndete a ti mismo
y descubre a tu señor.

De buena gana has alimentado
tus propios males e infortunios:
muy pronto habrán de quebrarte
como el diamante quiebra la roca.

Tus propios errores te degradan más
que lo que tus peores enemigos
hubieran podido imaginar.
Son los venenosos frutos del mal.

¡Qué fácil es dejarse llevar por el error!
¡Mas qué difícil es dominarse a uno mismo!

Hay plantas que mueren al dar fruto:
así es el tonto que se burla
de las enseñanzas de los transformados.
Despreciando a los que siguen la ley
el necio peligra, pues la estupidez madura.

El dolor y el sufrimiento son tuyos.
La virtud y la pureza también lo son.
Tú eres la fuente de toda pureza e impureza.
Nadie puede purificar a ningún otro.

No trates de cambiar tu deber por el de otro,
no descuides tu trabajo por el de otro
no importa qué tan noble pueda ser.
Estás aquí para descubrir tu propio camino
y entregarte a él en cuerpo y alma.

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