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NO  ME ilusiono, admito, es de mi gusto, 
que soy un hombre igual a todos. 
Trabajo en algo, cobro 
un sueldo insuficiente; me divierto 
cuando puedo, o me aburro hasta morirme; 
hablo, me callo a veces, pido 
mi comida, y a ratos 
quisiera ser feliz gloriosamente, 
y hago el amor, o voy y vengo 
sin nadie que me siga. Tengo un perro 
y algunas cosas mías. 

En general, no estoy conforme 
ni me resigno. Quiero mi derecho, 
de hombre común, a deshacerme 
la frente contra el muro, a golpearme, 
en plena lucidez, contra los ojos 
cerrados de las puertas; o de plano 
y porque sí, a treparme en una silla, 
en cualquier calle, a lo mariachi, 
y cantar las cosas que me placen. 

También, monumental, hago mi juego 
en serio con las gentes, 
según las reglas, y reclamo 
mis ganancias y pérdidas, y busco 
la revancha, o perdono 
por generoso o por flojera. 

Manos de hombre tengo; manos 
para tomar, de las cosas que existen, 
lo que por hombre se me debe, 
y, por lo que yo debo, hacer algunas 
de las cosas que faltan. 

Y reconozco que me importa 
ser pobre, y que me humilla, 
y que lo disimulo por orgullo. 

Tú, compañero, cómplice que llevo 
dentro de todos, junto a mí, lo sabes. 
Hermano de trabajos que caminas 
en hombres y mujeres, apretado 
como la carne contra el hueso, 
y vives, sudas y alborotas 
en mí y conmigo y para mí y contigo.

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