CON fuerza, amigos, apretó la noche.
Apremiados andamos; como ausentes,
como en lluvia cercados;
extraños y vecinos, adiestrando
la ciencia digital del lazarillo.
¿Cómo haremos ahora nuestro oficio?
El préstamo fugaz ¿de qué manera
si lo poco que tengo te lo quitan
habrá de consolarnos de la muerte?
El corazón labial suelta su largo
gemir de rama dividida,
su lumbre ronca de animal en brama.
Y algo que tiembla entre nosotros,
lo que reconocemos en nosotros,
su flor despierta y alza.
Entre las cuatro esquinas
sobrevino el momento de mirarse;
sabor del canto entre los dientes,
lengua florida, nuestra casa.
Y era el sonido convocando
a la cita gozosa, las campanas
purísimas, el índice del astro
servicial del viajero. Y era el canto.
Como el que llega para irse, amigos,
el no durable don sobre la tierra
hallamos, y la mesa cotidiana,
quizá la última, servida.
Por el sabor del canto nos juntamos;
por la canción de aquí,
para embriagarnos juntos
y en amistad, y recibidos
en la reunión de los reconciliados.
Tal vez haya de nuevo en el tejado
los cordeles del sol, y la cobija
del sol sobre los hombros;
tal vez, de pronto, la bandera
del sol.
Y descolgué del sauce la guitarra
y encordé la guitarra para el día. |