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NOCHE mortal y combatiente, niebla 
de muro a muro adverso. Sed nocturna. 

El sueño de la espada: la medalla 
creciente sobre el pecho del guerrero; 
la púrpura florida, insignia 
de una muerte de lujo. 

De muro a muro, sed nocturna; 
tierra de nadie, y el silencio solo 
para sembrar, a medias, 
la simiente del diálogo a lo lejos. 

Ahora quien oficia de enemigo, 
el oculto y despierto, el frente a frente, 
abierto a voces inseguras quema 
su máscara, el incienso 
sacramental de estar llamando; 
resucita el conjuro que enrojece 
el vellón del cordero; 
sombra y ceniza cubren su cabeza. 

Éste que me pregunta mi pregunta, 
que tiene mi respuesta; 
boca que entre mis dientes come 
la miga dócil de mi pan de hermano. 
Contraria mano, espejo penetrable 
me acompaña el costado, me guarnece 
con águilas en círculo, 
con un vuelo de antorchas carniceras. 

Y sé que estoy amaneciendo 
y deshilacho ya la cobertura 
de los ojos nublados. 

Tierra de nadie, toda 
la que no pisan nuestros pies ahora; 
lugar de la celada, noche 
para tender los lazos a la herida 
y a la angélica presa: el rostro puro 
del fraterno enemigo. 

Hasta la grieta horizontal del alba, 
y la cadera rota y el bautismo. 

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