YO MIRO esto que pesa inmensamente,
que sube a fuerza contra el peso
de la noche geográfica.
Esta mole sonámbula y regida;
materia convocada y dócil
de banquetas y lámparas y muros.
Densa expresión conmovedora
de miedos primordiales; artificio
que por decreto de los hombres
establece las cosas, y las deja
servibles ya, sumisas, protectoras.
Sitio de piedras y madera, jerarquía
de materiales ordenados
que asila, como un barco entre la lluvia,
su cargamento de dormidos.
Esto que vive, esto que pesa, miro.
Yo miro la ciudad a media noche
como un taller en huelga.
Siento pasar, soporto,
mientras del sueño emergen los enfermos
a rebuscar entre la fiebre
los signos remotísimos del día.
Mientras la misma fiebre los aparta
del grito de los gallos, del repique
a la vez desolador y alegre
con que madrugan las iglesias,
del testimonio de la dicha terrestre
que da un rumor de pasos
transitando al pie de la ventana.
Es el instante inerte
en el que aquellos que no sufren
de enfermedad, se ponen por instinto
la noche en el costado, y vuelven cómodos
el pliegue de la pierna y el sudor de la espalda.
La hora en que los hombres
de vegetal manera giran:
sólo varados leños aguardando
la marca del alba.
Y hay un temblor de viento;
hay un latir de perros repetido
encendiéndose lejos, y llenándome
de un algo sin socorro.
Yo miro en esta hora;
y sé que alguien vigila este silencio.
Alguien que no conozco. |