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NO PREVALECERÁ  la limosnera 
diestra del enemigo; sin sustento 
perdurable su fuerza; de agrupada 
ceniza solamente su semilla; 
como reptil de humo su plegaria. 

Ya se yergue la cólera, 
y zumba el vuelo de la piedra 
que romperá su lengua entre los dientes. 

Y ahora ¿qué me queda? 
¿Quién me recuerda, quién me oye? 

¿Vendrá otra vez —y cuándo— lo que tuve? 
Ya nunca igual, ya nunca 
lo mismo habrá de ser; ya de otro modo, 
para siempre, mi casa; ya distinta. 
¿Cómo vendrá, si vuelve; cómo el rostro 
sabré reconocer de lo que tuve? 

Boca de sed, sedientas fauces 
de sal en movimiento, cementerio 
de serpientes dulcísimas, en lluvia 
me convierte mis ríos; me empobrece. 

Miseria de animal desamparado 
me hiere; tierra desolada, 
tierra vacía tengo desde ahora. 
Al reclamar tu nombre, la palabra 
de ayer, con que te llamo, ya no es tuya. 

Aunque me tienda a ti con el impulso 
que acrisola al brasero, cuando licua 
éste la rama y reproduce, 
hoja por hoja en oro moribundo, 
el follaje pretérito. 

Huellas de tinta madrugando, 
camino sobre el agua, levadura. 

Yo soy. Y me amonesta 
mi corazón, visitado de pronto; 
súbitamente a oscuras y despierto; 
de repente en vigilia, con latidos 
como de miel o jauría de rabia 
perniciosa y demente. 

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