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Para Abril Boliver

ALGO se me ha quebrado esta mañana 
de andar, de cara en cara, preguntando 
por el que vive dentro. 

Y habla y se queja y se me tuerce 
hasta la lengua del zapato, 
por tener que aguantar como los hombres 
tanta pobreza, tanto oscuro 
camino a la vejez; tantos remiendos, 
nunca invisibles, en la piel del alma. 

Yo no entiendo; yo quiero solamente, 
y trabajo en mi oficio. 
Yo pienso: hay que vivir; dificultosa 
y todo, nuestra vida es nuestra. 
Pero cuánta furia melancólica 
hay en algunos días. Qué cansancio. 

Cómo, entonces, 
pensar en platos venturosos, 
en cucharas calmadas, en ratones 
de lujosísimos departamentos, 
si entonces recordamos que los platos 
aúllan de nostalgia, boquiabiertos, 
y despiertan secas las cucharas, 
y desfallecen de hambre los ratones 
en humildes cocinas. 
Y conste que no hablo 
en símbolos; hablo llanamente 
de meras cosas del espíritu. 

Qué insufribles, a veces, las virtudes 
de la buena memoria; yo me acuerdo 
hasta dormido, y aunque jure y grite 
que no quiero acordarme. 

De andar buscando llego. 
Nadie, que sepa yo, quedó esperándome. 
Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo 
y pienso en esta vida que no es bella 
ni mucho menos, como dicen 
los que viven dichosos. Yo no entiendo. 

Escribo amargo y fácil, 
y en el día resollante y monótono 
de no tener cabeza sobre el traje, 
ni traje que no apriete, 
ni mujer en que caerse muerto. 

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