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ESTÁN cantando adentro; 
hay cantares ahora en esta casa. 

Entonces, fue verdad. Tengo la llave, 
pero toco en la puerta 
como cuando era el nadie que llegaba: 
el sin cara y en busca, 
el recién despertado, el todavía 
dormido a medias, estirándose 
en rodillas torpes levantado. 

La enmascarada esconde sus cabellos 
con diadema florida, 
su boca instrumental oculta 
con labios lentos; enjaulados 
vuelan los pájaros de la mirada. 

Es hora, pues, de fiesta; 
de aceptar que son breves las raíces 
bajo la tierra del encuentro, 
y, como en cartas familiares, 
las felices noticias, los retratos 
últimos, la promesa 
del no tangible abrazo al despedirse. 

Todo venía de camino, y viene 
y desata la almendra en que se anudan 
el rumbo del aroma y el del trigo 
y el vino y el carbón enllamarado. 

Y hay cantares aquí, y he merecido 
tomar mi parte en el cantar.

Amigos,

¿qué podemos perder con alegrarnos? 
Lengua de agujas, y costumbre 
de espinas soportamos, y cilicios. 

Si estamos de pasada, 
si nada más nos saludamos, 
si habré de irme aunque no quiero. 

Mi lámpara casual para escogerme 
yo mismo, se me dio; con la esperanza 
fugaz, y el calentado aceite 
del cerco de esta noche en donde invento 
mi jerarquía diurna de palabras. 

Me aconsejo, me advierto, me amenazo; 
soy pues, aquí, yo mismo. 

Y otro será el que salga, y no me importa, 
por el zaguán de madrugada, 
y cogerá los cantos que sembramos.

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