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¿A QUÉ imperio la puerta quedó rota? 
¿Quién grita, quién redobla, quién tañe? 

Bastaba, pues, con esta 
raya de plata en el termómetro; 
esta gota de lumbre en la garganta; 
este clavo en la nuca, la subida 
de este sol de hielo, 
para que el mundo revelara, 
hasta el furor, su entraña más oculta. 

¿Qué mano pudo abrir los grifos 
de los caños del ruido por las venas? 
¿Qué badajo golpea, desgajando? 

¿De qué infestadas aguas nace 
esta crecida atroz que nos levanta 
más arriba, hasta dónde, hasta qué fondo? 

Vegetales pegasos desollados 
peces de carne y nubes, 
entigrecidas flores sanguijuelas, 
a borbotones cubren, abandonan 
las insidiosas cárceles de yeso 
de las paredes en delirio. 

Y me hiero entre voces, disputando 
mi guarida de sábanas enfermas 
con un gigante insano, guarnecido 
de belfos agrios, chupadores, 
y planetas carnívoros. 

Fuerza enemiga y libre, cuerpo 
que hace poco era mío; 
y viviste conmigo tanto tiempo. 

Emplumado de hueso 
el paladar, moviéndose la lengua 
entre tambores encontrados, 
y el terror inmediato 
de ser, ahora, doble por lo menos. 

Yo mismo, y este que me invade 
y estos otros dolientes, y estos otros, 
que son también yo mismo, 
irreparablemente descendiendo 
a torpes aletazos de frazadas. 

Y pensar: si esperando, si lograra 
creer en las virtudes 
curativas del alba, en la sedante 
juventud de mi madre, en la ternura 
humana, recibida a breves sorbos 
con el azul de las tisanas.

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