EL COMIENZO del alma, su crecida
como la cólera enramada.
La cólera creciendo en sucesivos
collares, desde el centro
que, en lo callado, enjoya la caída
de un ojo púrpura despierto.
O, con los párpados cosidos
por agujas de humo, la rabiosa
cabeza degollada: el odre
velludo de culebras hacia dentro,
de bífidos rumores revestido
por dentro, de insidiosos
nudos de escamas erizado.
Y el alba nueva, mancillada
por enjuagar los dientes de las huellas
de nocturnos encuentros.
Aquí se pacta en vano;
es el lugar de las alianzas
nulas, de las contiendas, de la efímera
unión y la condena anticipada.
Y sin embargo existen, fuera,
la ciudad y los vasos
comunicantes de la dicha,
el árbol hembra inerme, resguardado
por puertas no seguras; la secreta
cofradía de casas familiares;
ternura líquida y solemne
de las palabras puras labio a labio.
Serpientes salen de la boca,
frutas amargas. Fue mentido,
también, el despertar; era dormirse
en plena calle, hablando, a media vida
y en peligro de muerte.
Y sin embargo, el canto; fuegos
de zarza vibra su materia
ya de carne en común, de huesos
en común entregados. Pan de pobres.
Fuego de pobres para ser comido. |