CASADAS

Pues yo ni por una ni por otra —respondí—, y ya me van quitando ustedes las ganas de casarme.

—No harás cosa mejor —me contestó una alma— que librar tu cuello de la coyunda matrimonial; y mira que te lo dice el alma de un marido acuchillado en este asunto. Las muchachas —continuó— son todas tales cuales te las ha pintado el alma preopinante; pero como ella, o por mejor decir, su patrón no llegó a casarse, lo mejor se le quedó en el tintero. Yo concluiré la pintura.

En la corte no se casan las mujeres por amor, sino por conveniencia. Esto produce dos grandes defectos; la coquetería y la hipocresía. No hay niña que no procure tener una multitud de pretendientes, para elegir aquel que le proporcione mas ventajas. Antes que de sus buenas o malas cualidades, se hace el balance de sus bienes. Si son empleados, ¿cuánto sueldo tienen? Y ¿son empleados en oficina recaudadora o en otra? ¿Tienen escala? ¿Están próximos a ascender? ¿Cuál será el mayor sueldo que llegarán a conseguir? Si son comerciantes, se indaga cuánto tienen de capital; si en efecto son capitalistas o simples comisionistas. Si son propietarios, cuánto montan sus fincas si están muy gravadas o libres, si son fructíferas o infructíferas, etcétera.

Elegido ya el novio, entra la hipocresía, ¡qué tesoros de virtud se presentan a la vista! Verás una de estas mosquimuertas, que parece la misma sencillez y candor en abstracto; pero, ¡qué agallas tienen! Apenas se casan, cuando diablo como todas; y mientras más de tono, más diablos. Ya se ve, el género de vida que llevan no es para otra cosa. Se levantan a las diez o las once de la mañana al tocador, del tocador a recibir visitas a la asistencia hasta las tres de la tarde, a comer, al paseo, a refrescar o tomar chocolate, a la ópera o la comedia; si es noche de baile o tertulia, al baile o tertulia hasta las cuatro de la mañana, y a dormir hasta las diez o las once. Ésta es la vida diaria, sin quitar ni poner, de las familias de tono.

Los hombres que hacen la corte a una señorita de las indicadas, y que llevan una vida exactamente igual, ¿qué otra cosa pueden ser sino unos holgazanes predispuestos a la galantería? Lo mismo que las mujeres; pues una disipación tan constante, ¿qué puede producir sino el vicio? Como este género de vida es de moda, viene también a ser de moda la corrupción de las costumbres; y así no hay que admirarse de que

    ...jura, pudorque
    Et conjugii sacra fides,
    Fungiunt aulas.* 

En efecto, ¿qué fidelidad conyugal, qué pudor, qué recato podrá encontrarse en una posición en que hay muchos alicientes para el vicio, y ninguno para la virtud?.

Convertida en moda semejante conducta, se aumenta en gran manera el mal, porque muchas jóvenes que con ejemplos buenos serían honradas, arrastradas del malo y de la fuerza de la moda, se alistan en las banderas de la prostitución para no ser menos que las otras. De suerte que nos viene a suceder lo que cuenta Ramsay** que sucedía en la corte de Ecbatana en tiempo de Astyages, que se tenía por despreciada la señora que no encontraba quien procurara seducirla; en lo que tú estarás mejor impuesta que Ramsay, como que viviste en aquellos tiempos.

¡Ay, amiga mía! Si hablaran las bancas y los palcos del coliseo, las paredes de las grandes casas, y las de los lugares de diversión, como Tacubaya, San Ángel, San Agustín de las Cuevas; si esos árboles de la Alameda; si esas canoas y chinampas nos contaran lo que han visto y oído, ¡cuántos pobres maridos agacharían las orejas y saldrían con la cola entre las piernas! ¡Y qué pocas Lucrecias y castas Susanas se encontrarían!

—No hablemos más —le dije—; estoy decidida a no casarme; pero ¿qué haré conmigo? ¿Permaneceré eternamente en la atmósfera? ¿No encontraré algún cuerpo en que meterme, aunque sea de prestado? —Escúchame —dijo un alma de muy buena pasta—, te he cobrado bastante afición, y quiero darte un consejo saludable. Entre las infinitas metamorfosis que he tenido, estuve en cierta ocasión en el cuerpo de un gallo. Jamás me he pasado mejor vida: como nosotras cuando estamos en un cuerpo de animal seguimos la suerte de éstos, ni el derecho natural, ni el de gentes, ni el divino, ni el humano, nos prohiben la poligamia.

Ahí tienes que a un gallo se le pone inmediatamente su harem de gallinas, se le dan sus coladuras de maíz y vive como un sultán. Yo estoy determinada a volver a ser gallo, y si quieres seguir mi consejo, no harás cosa mejor. Pero no has de ser gallo chisgaraviz y valentón, porque entonces en las primeras tapadas en Tlalpan puedes encontrar otro gallo más valiente que te tuerza el pico. Además, que esa vida inquieta de gladiador, esperando matar o ser muerto en cada funcioncita, no es para un gallo filósofo. Tú debes ser un gallo de buena alma, bonazo, socarrón y pacifico, y verás que gran vidurria te pasas.

Por otra parte, puede serte muy útil esa transformación. La república está actualmente en la crisis peligrosa de su regeneración. A los más duchos en política se les ha enredado la regla, y no saben a cuál carta ir. Dejemos que se reúna el congreso constituyente, que se forme la constitución, y a ver qué giro toma la cosa pública. Tú desde la cresta de tu gallo puedes estar en atalaya observando cuanto pasa, y adquiriendo experiencia, para que cuando dejes el cuerpo de tu animalito y vuelvas a esta atmósfera, obres con conocimiento de causa, y tomes un cuerpo en que puedas poner en ejercicio tus ideas filantrópicas en servicio de los mexicanos a quienes tanto aprecias.

—Perfectamente dicho —exclamé—: has hablado como un santo padre: gallo seré, no hay remedio, vuélvome gallo. Y he aquí, amigo Erasmo, que diciendo y haciendo me metí en un huevo que acababa de poner una gallina. A pocos días salí pollito, crecí, y luego que fui grande me toparon con otro gallo para ver qué tal pintaba: yo era robusto, bien formado y emplumado, como me ves todavía: pude con un espolonazo despatarrar a mi contrario; pero observando religiosamente los consejos de aquella bendita alma, al primer encuentro cacareé y eché a correr; mi amo me agarró con mucha cólera, de la cola, me dijo unas cuantas injurias por mi cobardía, y terminó toda la escena con estas palabras: "Este maldito gallo no está bueno para otra cosa sino para echarlo a las gallinas: toma, muchacho, llévalo al corral". Santa palabra, dije yo acá para mi sayo, y desde aquel día permanecí en el corral en que me encontraste. He concluido mi historia.

—No puedo explicarte el gusto con que la he oído —le respondí—, pero ya son dadas las tres de la mañana; nos hemos desvelado, sin echarlo de ver. A ti no te hará fuerza, porque dicen los muchachos que una hora duerme el gallo, dos el caballo, etc.; pero yo que no soy gallo ni caballo, necesito dormir lo menos siete horas, y así te suplico que no me cantes muy temprano. —Te lo prometo —me dijo—; pero antes de que te retires quiero que hagamos un convenio. —¿Cuál es? —respondí—. Que me des noticia —continuó— de cuanto sepas en adelante sobre la cosa pública: yo por mi parte haré lo mismo; y al efecto, me mandarás a todos los parajes públicos, y aun si pudieres me introducirás en los ministerios, en el congreso, en los tribunales, pues como nadie se ha de excusar de hablar delante de mí, te impondré en cuantos asuntos secretos se trataren en mi presencia. —Acepto el partido, de muy buena voluntad —le contesté—; y, adiós, hasta mañana. Cuidado con cantar fuera de tiempo. —No tengas cuidado —replicó—, que yo mando en mi pico, y sé cuándo y cómo he de cantar.

* Séneca: Agamenon.

** Ramsay: Viajes de Ciro.