NIÑAS

Escuché atentamente cuanto me dijo aquella alma, y exclamé: —Si tales defectos tienen las mujeres de edad madura, cuya conducta debía considerarse arreglada por la prudencia, ¿qué deberemos esperar de las niñas incautas e inocentes?

—¿Cómo incautas e inocentes? —me respondió el alma de un solterón—. Nuestras jovencitas mexicanas, a la edad de once años saben más que las culebras. Mira, para que no vayas a pegarte un chasco con una de estas coquetillas, te instruiré en sus costumbres y conducta. Yo fui muy inclinada al matrimonio desde que llegó mi patrón a la edad en que se piensa con algún juicio. Ya habrás oído decir la multitud de muchachas que hay en México; pues con todas mis ganas y buena disposición para casarme, al cabo enterraron a mi cuerpo con palma y corona a los cincuenta años de su edad.

—¿Tan difícil es —repliqué— encontrar una buena novia? —¡Ah! amiga mía —contestó—, es más fácil encontrar un diamante que pese una libra, que una joven de que pueda formarse una buena consorte. No niego que las haya; pero son tan raras, que es una chiripa de las mayores encontrar con alguna. Óyeme, y dirás si tengo razón en verter esas proposiciones que parecen muy avanzadas. La educación elemental de nuestras jóvenes se reduce a leer y escribir mal, o cuando más, razonablemente; nada de contar ni de otra cosa. La educación especial: a bailar vals, cuadrilla y contradanza, bordar en canevá, tocar mal unas cuantas piezas en el clave, y balbucir una u otra aria (perdone don Tomás de Iriarte la palabra balbucir, que tanto impugnó; pero aquí venía como anillo al dedo). La educación que podemos llamar de perfección está reducida a leer cuantas novelas buenas o malas, morales o inmorales, pueden haber a las manos, y tienes ya completo el curso de su educación. ¡Oh! si la niña traduce algo de francés, y hace unos cuantos versos, entonces ¡es el prodigio de los prodigios!

¿Qué cosa buena podrá salir con tal educación? Todas las muchachas se afectan de los caracteres que leen en las novelas, y son más conformes a su genio y complexión. La una da en romántica: procura estar siempre pálida, aunque sea a costa de no comer, y de alimentarse de ácidos; en las tertulias está continuamente con la cabeza apoyada en el brazo, a guisa de pensativa y distraída; en los bailes nunca se presta a la diversión, afectando que no ha ido por su voluntad, sino por dar gusto a mamá.

Otras dan en sensibles, que es cualidad de moda: de todo se afectan, de todo lloran, de todo se asustan. Otras que han formado un gran concepto de su hermosura, suelen dar en soberbias: siempre haciendo gesto a cuanto se les dice y se hace por ellas, nada les gusta, nada les acomoda, y todo lo ven con desprecio. Otras dan en coquetas: no hay comedia, baile, paseo, procesión ni diversión alguna en que no estén en asiento delantero, meneando la cabeza continuamente, abriendo y cerrando el abanico sin descansar un momento, murmurando a cuantas personas ven, y charlando con cuantas se les proporciona.

¿Has escuchado lo que te he dicho?, pues todo es tortas y pan pintado respecto de una fea leída y escribida. No hay paciencia para sufrirla, habla más que ocho locos: como las mujeres tienen una propensión innata a manifestar sus gracias, y las feas no tienen otra que el talento, venga o no venga al caso, te hablan del congreso, del gobierno, de economía política, de jurisprudencia, etc., las más veces diciendo disparates garrafales; pero en tono magistral y decisivo. Líbrete Dios de que te empiecen a alabar una mujer por sus manos primorosas para cuanto hay, por su bella índole, por su talento y su virtud: este prólogo va a terminar sin duda en una tarasca. No sé qué te diga respecto de la preferencia entre una bonita tonta, y una fea ilustrada. Yo te confieso mi culpa; en caso apurado, estaría mejor por la primera que por la segunda.