Una de las cosas de que más se tiene envidia
a estos señores es entender cuán bien supieron conquistar
tan grandes tierras y ponchas, con su prudencia, en tanta razón
como los españoles las hallaron cuando por ellos fue descubierto
este nuevo reino; y de que esto sea así muchas veces me acuerdo
yo, estando en alguna provincia indómita fuera destos reinos,
oír luego a los mismos españoles: "Yo seguro que,
si los Incas anduvieran por aquí, que otra cosa fuera esto";
es decir, no conquistaron los Incas esto como lo otro, porque supieran
servir y tributar. Por manera que, cuanto a esto, conocida está
la ventaja que nos hacen, pues con su orden las gentes vivían
con ella y crecían en multiplicación y de las provincias
estériles hacían fértiles y abundantes, en tanta
manera y por tan galana orden como se dirá.
Siempre procuraron de hacer por bien las cosas y no por mal en el comienzo
de los negocios; después, algunos Incas hicieron grandes castigos
en muchas partes; pero antes, todos afirman que fue grande la benevolencia
y amicicia con que procuraban el atraer a su servicio estas gentes.
Ellos salían del Cuzco con su gente y aparato de guerra y caminaban
con gran concierto hasta cerca de donde habían de ir y querían
conquistar, donde muy bastantemente se informaban del poder que tenían
los enemigos y de las ayudas que podían tener y de qué
parte les podrían venir favores, y por qué camino; y esto
entendido por ellos procuraban por las vías a ellos posibles
estorbar que no fuesen socorridos, ora con dones grandes que hacían,
ora con resistencias que ponían; entendiendo, sin esto, de mandar
hacer sus fuertes, los cuales eran en cerros o laderas, hechos en ellos
ciertas cercas altas y largas con su puerta cada una, porque perdida
la una pudiesen pasarse a la otra y de la otra hasta lo más alto.
Y enviaban escuchas de los confederados para marcar la tierra y ver
los caminos y conoscer del arte questaban aguardando y por dónde
había más mantenimiento; y, sabiendo por el camino que
habían de llevar y la orden con que habían de ir, enviábales
mensajeros propios, con los cuales les enviaba decir que él quería
tenerlos por parientes y aliados: por tanto, que con buen ánimo
y corazón alegre saliesen a lo recebir y recibirlo en su provincia,
para que en ella le sea dada la obediencia, como en las demás;
y, por que lo hagan con voluntad, enviaba presentes a los señores
naturales.
Y con esto, y con otras buenas maneras que tenían, entraron en
muchas tierras sin guerra, en las cuales mandaba a la gente de guerra
con él iba que no hiciesen daño ni injuria ninguna, ni
robo ni fuerza; y si en esta provincia no había mantenimientos
mandaba que de otras partes se proveyese; porque a los nuevamente venidos
a su servicio no les paresciese desde luego pesado su mando y conocimiento,
y el conocelle y aborrecelle fuese en un tiempo. Y si en alguna de estas
provincias no había ganado, luego mandaba que le diesen por cuenta
tantas mill cabezas, lo cual mandaban que mirasen mucho y con ello multiplicasen,
para proveerse de lana para sus ropas; y que no fuesen osados de comer
ni matar ninguna cría por los años y tiempo que les señalaba.
Y si había ganado y tenían de otra cosa falta, era lo
mismo; y si estaban en collados y breñales, bien les hacían
entender con buenas palabras que hiciesen pueblos y casas en lo más
llano de las sierras y laderas; y como muchos no eran diestros en cultivar
las tierras, avezábanles cómo lo habían de hacer,
emponiéndoles en que supiesen sacar acequias y regar con ellas
los campos.
En todo lo sabían proveer tan acertadamente que, cuando entraba
por amistad alguno de los Incas en provincias de éstas, en breve
tiempo quedaba tal que parecía otra y los naturales le daban
la obediencia, consintiendo que sus delegados quedasen en ellas y lo
mismo los mitimaes. En otras muchas [en] que entraron de guerra y por
fuerza de armas mandábase que en los mantenimientos y casas de
los enemigos se hiciese poco daño, diciéndoles el Señor:
"presto serán estos nuestros como los que ya lo son".
Como esto tenían conocido procuraban que la guerra fuese la más
liviana que ser pudiese, no embargante que en muchos lugares se dieron
grandes batallas, porque todavía los naturales dellos querían
conservarse en la libertad antigua, sin perder sus costumbres y religión
por tomar otras extrañas; mas, durando la guerra, siempre habían
los Incas lo mejor; y vencidos, no los destruyan de nuevo antes mandaban
restituir los presos si algunos había y el despojo y ponerlos
en posesión de sus haciendas y señorío, amonestándoles
que no quieran ser locos en tener contra su persona real competencias
ni dejar su amistad, antes quisieran ser sus amigos como lo son los
comarcanos suyos. Y, diciendo esto, dábanles algunas mujeres
hermosas y piezas ricas de lana o de metal de oro.
Con estas dádivas y buenas palabras había las voluntades
de todos, de tal manera que sin ningún temor los huidos a los
montes se volvían a sus casas y todos dejaban las armas; y el
que más veces vía al Inca se tenía por [más]
bien aventurado y dichoso.
Los señoríos nunca los tiraban a los naturales. A todos
mandaban unos y otros que por Dios adorasen el sol; sus demás
religiones y costumbres no se las proivían, pero mandábanles
que se gobernasen por las leyes y costumbres que usaban en el Cuzco
y que todos hablasen la lengua general.
Y puesto gobernador por el Señor con guarniciones de gente de
guerra, parten para lo de adelante; y si estas provincias eran grandes
luego se entendía en edificar templo del sol y colocar las mujeres
que ponían en los demás y hacer palacios para los señores;
y cobraban los tributos que habían de pagar, sin llevarles nada
demasiado ni agravialles en cosa ninguna, encaminándoles en su
pulicía y en que supiesen hacer edificios, traer ropas largas
y vivir concertadamente en sus pueblos; a los cuales, si algo les faltaba
de que tuviesen necesidad, eran proveídos y enseñados
cómo lo habían de sembrar y beneficiar. De tal manera
se hacía esto, que sabemos [que] en muchos lugares que no había
ganado lo hubo, y mucho, desde él tiempo que los Incas lo sojuzgaron;
y en otros que no había maíz, tenerlo después sobrado.
Y en todo lo demás andaban como salvajes, mal vestidos y descalzos,
y desde que conocieron a estos señores usaron de camisetas, lazos
y mantas, y las mujeres lo mismo, y de otras buenas cosas, tanto que
para. siempre habrá memoria de todo ello. Y en el Collao y en
otras partes mandó pasar mitimaes a la sierra de los Andes, para
que sembrasen maíz y coca y otras frutas y raíces de todos
los pueblos la cantidad conveniente; los cuales con sus mujeres vivían
siempre en aquella parte donde sembraban y cogían tanto de lo
que digo que se sentía poco la falta, por traer mucho de estas
partes y no haber pueblo ninguno, por pequeño que fuese, que
no tuviese destos mitimaes. Adelante trataremos cuantas suertes había
destos mitimaes y [qué] hacían los unos y entendían
los otros.
* En los apéndices
I, II, II de su Historia de la Conquista del Perú insertó
William Prescott dos fragmentos del Señorío (parte de
los capítulos XV y XX de la presente edición) y este
capítulo, el único que publico en extenso. La lección
de Prescott es insegura y en su transcripción se omiten algunas
palabras y frases.
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