De cómo los reyes del Cuzco mandaban que se tuviese
cuenta en cada año con todas las personas que morían
y nacían en todo su reino y cómo todos trabajaban
y ninguno podía ser pobre con los depósitos

Para muchos efectos concuerdan los orejones que en el Cuzco me dieron la relación, que antiguamente, en tiempo de los reyes Incas, se mandaba por todos los pueblos y provincias del Perú que los señores principales y sus delegados supiesen cada año los hombres y mujeres que habían sido muertos y todos los que habían nacido; porque, así para la paga de los tributos como para saber la gente que había para la guerra y la que podía quedar por defensa del pueblo, convenía que se tuviese ésta [cuenta]; la cual fácilmente podían saber porque cada provincia, en fin del año, mandaba asentar en los quipos por la cuenta de sus nudos todos los hombres que habían muerto en ella en aquel año y por el [con]siguiente los que habían nacido. Y por principio del año que entraba venían con los quipos al Cuzco, por donde se entendía así los que en aquel año habían nacido como los que faltaban por ser muertos. Y en esto había gran verdad y certidumbre, sin en nada haber fraude ni engaños. Y entendido esto, sabían el Señor y los gobernadores los indios que destos eran pobres y las mugeres que eran viudas y si bien podían pagar los tributos y cuánta gente podía salir para la guerra y otras muchas cosas que para entre ellos se tenían por muy importantes.

Y como sea este reino tan largo, como en muchos lugares de esta escriptura tengo dicho, y en cada provincia principal había número grande de depósitos llenos de mantenimientos y de otras cosas necesarias y provechosas para el provehimiento de los hombres, si había guerra gastábase, por donde quiera que iban los reales, de lo questaba en estos aposentos, sin tocar en lo que los confederados suyos tenían ni allegar a cosa ninguna que en sus pueblos hobiese; y si no había guerra, toda la multitud de mantenimientos que había se repartía por los pobres y por las viudas. Estos pobres habían de ser los que eran viejos demasiadamente, los que eran cojos, mancos o tullidos o tuviesen otras enfermedades, porque si estaban sanos ninguna cosa les mandaban dar. Y luego eran tornados a hinchir los depósitos con los tributos que eran obligados a dar; y si por caso venía algún año de mucha esterilidad mandaban así mismo abrir los depósitos y prestar a las provincias los mantenimientos necesarios; y luego, en el año que hubiese hartura, lo daban y volvían por su cuenta y medida cierta. Aunque los tributos que a los Incas se daban no sirvieran para otras cosas que para las dichas, era bien empleado, pues tenían su reino tan harto y bien proveído.

No consentían que ninguno fuese haragán y anduviese hurtando el trabajo de otros, sino a todos mandaban trabajar. Y así, cada señor, en algunos días, iba a su chácara y tomaba el arado en las manos y aderezaba la tierra, trabajando en otras cosas. Y aun los mismos Incas lo hacían, puesto que era por dar buen ejemplo de sí, porque se había de tener por entendido que no había de haber ningúno tan rico que por serlo quisiese baldonar y afrentar al pobre; y con su orden no había ninguno que lo fuese en toda su tierra, porque, teniendo salud, trabajaba y no le faltaba, y estando sin ella, de sus depósitos le proveían de lo necesario. Ni ningún rico podía traer más arreo ni ornamento de los pobres ni diferenciar el vestido y traje, salvo a los señores y curacas, que éstos, por la dignidad suya, podían usar de grandes franquezas y libertades y lo mesmo los orejones, que entre todas las naciones eran jubilados.