INFANCIA Y JUVENTUD

Ángel María Garibay Kintana nació en la ciudad de Toluca el 18 de junio de 1892. Fue segundo hijo del matrimonio formado por don Manuel Garibay y doña María de la Soledad Kintana. La familia Garibay vivió siempre en forma sencilla. "Mi padre —así se expresaba don Ángel— era hombre de condición modesta; era un obrero, un mecánico, aunque, eso sí, de grande habilidad." La familia integrada por el matrimonio, una hermana mayor, María de la Luz, Ángel, María y Natalia, la más pequeña, se había establecido en el pueblo de Santa Fe, en las orillas del Distrito Federal. Allí pasó su infancia el padre Garibay. De ese tiempo data la siguiente anécdota que será como un símbolo en su vida. Ángel María tenía aproximadamente cinco años. Curioso e interesado por saberlo todo, recogía cuanto papel impreso veía a su alrededor. Iba luego en busca de su hermana mayor para pedirle que le leyera lo que decía el papel. Tantas veces importunaba con esto a su hermana, que un día la madre le dio un consejo válido para el resto de sus días: "No ande preguntando —le dijo—, aprenda a leer y usted mismo sabrá lo que dicen los papeles".

Ángel María aprendió a leer y, por cierto, en una escuela oficial. En sus años posteriores habría de dar sentido universal al consejo materno, y para no andar siempre preguntando, que a esto viene a reducirse fiarse de comentarios y versiones ajenas, el padre Garibay aprendió también a leer latín, griego, hebreo, francés, italiano, alemán, inglés, náhuatl y otomí. Leyendo por sí mismo algo de lo que en esas lenguas está escrito, iba a convertirse con los años en humanista, hebreólogo y helenista y, por encima de todo, en descubridor del legado literario de los antiguos mexicanos.

Don Manuel Garibay, el padre y sostén de la familia, murió cuando Ángel María tenía sólo seis años. La familia quedó en condiciones bien difíciles y tuvo que pasar a vivir con la tía Romualda Garibay, que tenía un pequeño rancho en las cercanías del Molino de Bezares. Ángel María continuaba yendo a la escuela primaria y ayudando a su familia en los trabajos del rancho.

A mediados de 1906, cuando contaba 14 de edad, el joven Garibay decidió seguir la carrera eclesiástica. Bastante enfermizo, tuvo que ser examinado por un médico. La sentencia del galeno fue que, si entraba al seminario, se volvería loco. Ángel María desoyó el consejo y a los 70 años de edad lo comentaba con regocijo:

Loco o no, aquí me tiene usted trabajando. El consejo que a mí mismo me di y que siempre he practicado, ha sido el de que si en vez de trabajar, descanso, rnás que enloquecer, me muero.


El tiempo de su formación sacerdotal en el Seminario Conciliar de México fue para él doblemente fecundo en experiencias. Por una parte, era ése un momento histórico decisivo en la vida de México. Eran los años de la Revolución. El estudiante Garibay siguió con profundo interés los diversos hechos y episodios de la misma. Pero, por otra, fue también entonces cuando pudo acercarse por primera vez al mundo de los clásicos griegos y latinos, al estudio de la literatura y de la historia, de la filosofía y la teología. Fue cuando se despertaron en él los ideales que habría de cultivar el resto de su vida. En el seminario fue nombrado bibliotecario. Aprovechando esto, se pasaba largas horas leyendo toda clase de obras, en especial durante los meses en que se suspendieron las clases debido a los trastornos que traían consigo los hechos de armas de la Revolución. Precisamente por ese tiempo comenzó el padre Garibay a interesarse por la lengua y la cultura náhuatl. Su actitud primera fue la duda: ¿sería posible realmente conocer algo del legado intelectual del México antiguo? En la biblioteca del seminario se conservaban reproducciones de algunos códices y de manuscritos en idioma indígena. Sin auxilio ajeno, Garibay comenzó a poner en práctica el consejo materno, aplicado esta vez al caso del náhuatl: comenzó a estudiarlo para ver qué decían los manuscritos.

Durante estos años de estudiante se cimentó para siempre su vocación de humanista. Poco más o menos a la mitad de su carrera sus superiores quisieron enviarlo a Roma para que continuara allí sus estudios. La respuesta de Garibay fue decisiva:

Estar en Roma significaría para él una presión exterior que podría forzar su libertad. Aún no estaba seguro sobre si debía continuar o no la carrera eclesiástica. No quería que las circunstancias exteriores afectaran su determinación personal.


De hecho, el padre Garibay no fue nunca ni a Italia, ni a ningún otro país, ya que siempre permaneció en México. Oportunidades de viajar no le faltaron. Numerosas veces fue invitado a visitar diversos países de Europa, incluyendo a Rusia. Pero, al igual que Sócrates, que no se alejó nunca de su ciudad natal, o que Kant, que permaneció siempre en Prusia, el padre Garibay no viajó más allá de unos 400 kilómetros de la ciudad de México en cualquier dirección. Con su pensamiento y sus estudios se acercó a culturas que han florecido en los más distantes tiempos y latitudes, pero físicamente tuvo siempre sus raíces en la región central de México.